De Fago a Tor, los asesinatos ya no son lo que eran

by Julen

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Si pasáis por este blog de vez en cuando, ya sabréis de mi afición a la novela negra. De hecho, tenemos una sección dedicada a reseñas breves de algunas de las que vamos leyendo. La crónica del primer recorrido por el Pirineo y el Prepirineo de Huesca y Lleida fue un guiño a esa afición. Fago, un pequeño pueblo del Prepirineo oscense, tiene su hueco en el género negro. Hoy, como cierre de estos veinte días de periplo, recurrimos a otro lugar emblemático de la crónica negra del Pirineo: Tor.

Tor, por diversas razones, se hizo su hueco hace ya bastante años. El periodista Carles Porta, todo hay que decirlo, contribuyó a ello. Publicó Tor, la montaña maldita y también realizó un documental. En ambos formatos repasaba con rigor las diversas circunstancias que rodearon los asesinatos: primero fue una pareja y luego uno de los protagonistas, Josep Montané, alias Sansa. La historia entremezclaba conflictos de propiedades, contrabandismo, posibilidades de enriquecimiento con las pistas de esquí y muchos otros elementos más. Para que te sitúes y entiendas de qué estamos hablando puedes leer este artículo de El Confidencial. Es de 2018, tiene un típico aire sensacionalista y habría que actualizar datos, pero te puede servir. Me da que con el tiempo bastantes cosas han cambiado.

Mi idea había sido comenzar a pedalear a eso de las siete o siete y media. No ha sido posible. Cuando he ido a coger la bici para meterla en el coche e ir hasta Llavorsí, desde donde quería comenzar a pedalear, me he encontrado con que la rueda delantera estaba pinchada. Pues vaya. Le he metido una cámara y… vaya lo que me ha costado montar de nuevo la cubierta. Moraleja: voy a cambiar de cubiertas y preguntar siempre antes cómo de «manejables» son. Las que llevo son un dolor. Lo había sufrido con la trasera el día que pinché en la etapa de la Val de Chistau y hoy lo he sufrido con la delantera.

Bueno, pues un poco más tarde lo previsto estábamos en Llavorsí. Allí  hemos tomado la carretera L-504 que acompaña al río Cardós y que se dirige hacia una serie de valles que no tienen salida. Más adelante hemos cogido una bifurcación. Dejamos la L-504, que se dirige hacia el norte, para pedalear por la L-510 hasta llegar a Alins. Es en este pueblo donde está el desvío hacia Tor. El asfalto termina a un kilómetro de llegar al pueblo. Desde Llavorsí hasta Tor hay unos 25 kilómetros. Nosotros hemos alargado la ruta subiendo por la pista de los contrabandistas hasta el Port de Cabús, por donde se entra en Andorra.

Hasta Alins la subida apenas es perceptible. En los 13 kilómetros hasta el desvío hacia Tor apenas se salva un desnivel de 200 metros. Pero a partir de Alins cambia el panorama. En toda esta zona los pueblos presumen de su supuesta antigüedad con una serie de carteles curiosos que indican que sí, que Catalunya tiene mil años, pero que cada uno de estos pueblos ya estaba aquí antes.

Decía que cambia el panorama a partir de Alins porque se pasa a una carretera muy estrecha que, además, a partir de cierto momento, se convierte en una pista encementada y finalmente termina en la pista que sube a Tor y luego al Port de Cabús. La época estival, con su pronunciada falta de lluvias, ha dejado la pista convertida en un mar de polvo.

Tras cruzar el barranco de Ribaleris, enseguida la carretera se pega a la Noguera de Tor, un río que ofrece una agradable compañía, a veces encajado entre grandes rocas y con algunos pequeños saltos de agua y represas. Vamos, muy entretenido lo de llevarlo al lado. Paro a hacer algunas fotos porque el panorama se abre y aparecen al fondo las grandes cumbres pirenaicas.

En esto que aparecen dos italianos son sus bicis de gravel en plan bikepacking. Me pasan, pero enseguida veo que su ritmo el mío son más o menos parecidos. Ellos van de cháchara y yo un poco por detrás para dejarles «su espacio». Seguimos subiendo. Cazamos a otra pareja de cicloturistas. También son italianos. Así que llevo por delante a la squadra azurra. Qué cosas. Esta última pareja, chica y chico, van más cargados y su ritmo es más lento. Al final, se quedan atrás. Lo mismo me pasa con los dos primeros que me había encontrado. Sigo hacia Tor y ellos se quedan atrás, hablando de sus cosas.

Pasar del cemento a la pista trae una consecuencia inmediata. Cada vez que llega un todoterreno o una moto (o cualquier otro vehículo a motor que ha decidido que esta pista es practicable), nos bañamos en polvo. No hay forma de evitarlo. Los hay que reducen la marcha para intentar que la nube de polvo sea la mínima posible. También los hay, claro está, a quienes se la suda y ahí te jodas, compañero.

Llego a Tor y ya hay gente en Casa Sisqueta, «el lugar» tantas veces mencionado por Carles Porta. Ahora es un bar que ofrece comidas básicas, pero contundentes. Descanso un rato y caen algunas fotos más. ¿Qué hago? ¿Sigo hacia el Port de Cabús o termino aquí la subida? Holgazaneo otro rato. Espero a ver si aparece la squadra azzurra, pero no dan señales de vida. Venga, ¿a qué hemos venido a los Pirineos? A andar en bici, ¿no? Pues tira para arriba. A sus órdenes.

Como decía, la pista está tremenda. Es pura polvareda. Ya había subido otra vez desde Tor hasta el Port de Cabús y no la recordaba así. Supongo que sería otra época, no sé. Pero hay una variable nueva en todo esto, porque veo un tráfico que no me lo esperaba, la verdad. En un par de párrafos, la explicación. El caso es que poco a poco se va ganando altura. Hay que salvar unos 600 metros de desnivel desde Tor hasta el Port de Cabús. Piano, piano, con buena letra. En varias ocasiones me pasan un par de todoterrenos que llevan a una cuadrilla de turistas de excursión. Me pasa algún que otro quad. Me pasan coches varios. Y dos o tres millones de motos. De diferente pelaje a diferentes velocidades.

Paro a rellenar el botellín en un pequeño arroyo a la derecha de la pista. Espero no estar haciendo algo irresponsable. El agua corre casi como si fuera una fuente en un pequeño salto y se ve bien limpia. La disfrazamos con dos pastillas de sales minerales. No sé si mitigarán algo el riesgo de coger agua de esta forma. Bueno, sigo para arriba. Me sigue adelantado un muy diverso ejército motorizado. Qué cosas. El día, por cierto, está espectacular. Las vistas, ya lo sabía, son grandiosas.

Ya casi al final de la subida veo a una pareja de cicloturistas empujando sus bicis. «Casi» significa que les queda todavía un kilómetro. Van cargados, bien cargados. Bueno, no se les ve sufriendo mucho. Llevan su conversación y no tienen mala cara. El caso es que si en esa zona, que no está tan mal ni presenta tanto desnivel, van empujando las bicis, ¿desde dónde lo estarán haciendo? Cada cual con su forma de subir. Ya están «casi» arriba. Así que, subir el Port de Cabús desde Tor, lo han subido. Arriba, por cierto, hay bastante gente. Luego me enteraré de que casi coincido con mi familia. Hubiera sido de traca.

Tras la típica foto con el cartel del puerto, solo queda ¡bajar! Cerca de 1.500 metros de desnivel; no está mal. Con la bici de doble suspensión, bajar por este tipo de pistas es una delicia. Me cruzo con la squadra azzurra. Les doy ánimos. Sigue la polvareda, eso sí. ¿Por qué si voy bajando? Pues porque yo con la bici voy mucho más rápido que todo el ejército motorizado. Y antes de adelantar al artefacto que me toque, hay que tragarse algo de polvo por detrás. Es lo que toca.

Decido bajar por donde he subido y no pasar por la zona de la cueva de Josep Montaner. Aquí era donde en su día estaba instalada una comunidad hippie. Para entender el asunto (porque está relacionado con los asesinatos) hay que leer a Carles Porta.

Al llegar de nuevo a Tor, Casa Sisqueta está a reventar. Bicis, motos, coches, autocaravanas, todoterrenos. Todos allí pegados como piojos. Claro que es la única opción. O Casa Sisqueta o nada porque, por no haber, no hay ni fuente. Por cierto, ni cobertura. Y antes, ni electricidad. Cosas del aislamiento. Eso sí, ahora hay un puesto que vende recuerdos de Tor y artesanía diversa. Me voy para allá.

Compro un imán pequeño de esos de pegar en la nevera con el «logo único» de Tor, según me explica el señor que los vende. Charlo con él y me pregunta si conozco la cueva. Porque él es «el arquitecto» de la cueva. Me pregunta también si conozco Tor y de dónde soy. Le digo que no es la primera vez que he pasado por allí. Seguimos de cháchara. El hombre, muy amable, me deja rellenar el botellín de su garrafa de agua, que, ahí es nada, es de la Font del Bisbe, que queda en Andorra, muy cerca del Port de Cabús. Me cuenta que suele ir a menudo a rellenar garrafas. Pues me ha venido genial, la verdad.

¿Por qué tantas motos? Me cuenta que la culpa es de Charlie Sinewan. Este youtuber publicó en su día un capítulo dedicado a Tor y ya sabe cómo son las cosas de los influencers. Nada mejor para poner de moda algo. En fin, ¿Tor ha mutado su historia negra en un atractivo especial? Yo, la verdad, no esperaba encontrarme semejante follón de gente en Casa Sisqueta y semejante desfile de vehículos motorizados, especialmente de motos. Los asesinatos ya no son lo que eran.

Sigo hacia abajo. Vaya romería de vehículos subiendo hacia Tor. Hay que andarse con mucho cuidado porque la carretera es muy estrecha. Tengo que amonestar a un todoterreno que, desde mi punto de vista, subía demasiado alegre. Vamos, una bajada desde Tor hasta Alins que me hecho sufrir lo mío. Nada de disfrutar.

Ya en Alins he parado a comer un bocata porque, entre una cosa y otra, me habían dado las 13:30. El calor apretaba. He optado por el típico bocadillo: pan, jamón, aceite y tomate. La felicidad. Así de simples somos. Con un hermoso viento en contra y unos estupendos 37 grados hemos terminado de pedalear. Solo quedaba limpiar un poco la bici, «empaquetarla» en el coche y vuelta a La Pobla de Segur. Se acabó el Tour de los Pirineos. Ya escribiremos el balance. Gracias por leerme. Ciao!

Siguiente post de balance del Tour del Pirineo.

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1 comentario

Libros y calor – Consultoría artesana en red 15/08/2023 - 07:02

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