Cómo salir del confinamiento digital

by Julen

Cuando en Occidente comenzó la crisis del coronavirus sabíamos que China había impuesto medidas que parecían típicas de otras formas de entender la sociedad. Allá en Asia y más en concreto en ese extraño modelo de particular capitalismo gigantesco que es China las cosas debían de ser diferentes. Aquí en la vieja Europa no se podían imponer medidas de distanciamiento social y de restricción de libertades como las que veíamos allá en Wuhan. Aunque la easternización es una realidad y la geopolítica modifica su relación de fuerzas, China no podía ser ejemplo para nosotros. Otra cosa podían ser los casos de Corea del Sur, Japón o Singapur.

Dos meses después de que se decretara el estado de alarma, entre la confusión y el miedo, el modelo de nuestra sociedad contemporánea está en shock. El distanciamiento social al que nos obligaron nos echó en brazos del confinamiento digital. Si los humanos son bombas de transmisión vírica, las máquinas y sus paquetes de bits nos ofrecían un refugio seguro en tiempos de pandemia. La experiencia de consumo digital explotó y de repente empezamos a asistir a un bombardeo diario del que no había forma material de huir. La ventana digital que se había abierto no era ya que dejara entrar aire fresco, sino que permitía la llegada de un ciclón.

Las pantallas se han convertido en la manera en que acceder a la realidad. Poco a poco se han convertido en objetos capaces de provocar estrés. Nuestros sentidos, preparados para otra forma de vida, tienen que acostumbrarse a marchas forzadas a una nueva experiencia de comunicación humana. Sin plan B, la condena es evidente: sin grilletes a la vista pero con una restricción mitad impuesta y mitad consecuencia de nuestro miedo a la enfermedad. El enorme horizonte, casi infinito, del espacio digital se ha comprimido en un espacio tan reducido como el que ocupan las pulgadas de tus dispositivos.

Las videollamadas han sido la manera en que conversar con la familia. En según qué casos, lo siguen siendo. Las residencias de mayores se han convertido en búnkers de aislamiento brutal. Solo se puede entrar virtualizando el contacto. La pantalla da de sí lo que puede. Las emociones, lágrimas o sonrisas, pasan por ahí. Todo se concentra en esa imagen que traslada un sentimiento ambivalente: alivio y tristeza, esperanza y rabia. No hay otra: nos han confinado digitalmente y esta cárcel no es que como las que sabemos que existen en la vida real. Esta cárcel es diferente, está repleta de dobles sentidos, de matices, de sesgos, de extrañeza y resignación autoimpuesta.

Por supuesto que del confinamiento digital se sale. Pero las cicatrices quedarán ahí. Vamos a reinterpretar la comunicación humana. Y los gigantes GAFAM y sus satélites se están frotando las manos. El presente y más aún el futuro son digitales. Es el gran negocio del siglo XXI. Si quedaba alguna duda, la COVID19 lo ha puesto negro sobre blanco: las máquinas apuestan y ganan. Nos proporcionan la seguridad más elemental en la pirámide de Maslow. Son la referencia para evitar el contagio. Nos proporcionan un paradójico mundo en el que los virus –siempre presentes– tienen forma de troyanos y no atacan a los humanos. Eso nos han hecho creer.

El enorme territorio digital ha mutado sus reglas. Representa una elección obligatoria, un alivio de seguridad. Nos lo han vendido como puerta de acceso a una nueva ciudadanía. Se nos ofrece como la gran oportunidad. Naomi Klein habla del screen new deal. Vamos a salir de la pandemia más digitales que nunca, con más fe en la tecnología, según dice Daniel Innerarity. Humanos diferentes, renovados en nuestra esencia y gobernados por unas democracias desorientadas en nuestro mundo occidental rodeados de murallas para defendernos de los migrantes. Habrá que ver cómo se pelean los estados europeos entre sí y habrá que ver en qué se parecen Estados Unidos y China. Mientras, los amos del mundo siguen produciendo toneladas de bits inmersos como están en su determinismo tecnológico.

Sí, el confinamiento digital nos va a dejar huella. Nuestro paso por esta extraña cárcel del siglo XXI marcará un antes y un después.

Imagen de David Bruyland en Pixabay.

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2 comentarios

Iñaki Murua 19/05/2020 - 08:58

Qué cierto lo de «los Señores del Aire» que planteó hace tiempo Javier Echeverría

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Julen 05/06/2020 - 06:03

Pues va a ser que sí, Iñaki, que emerge una nueva tipología, etérea y a la vez con poder.

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