La raya que separa el sueño del delirio quizá tenga que ver con unas décimas de fiebre. El arsenal químico con que vamos armados patina por un escaso margen y desencadena un torrente onírico. A las tres de la mañana, envuelto en sudor, las historias se enredan en espirales que oprimen y sólo conducen al principio. Sudor y delirio que explotan en un viaje a lo desconocido.
Da igual que otros síntomas sean más prosaicos. El caso es que la noche da cobijo a esa otra sintomatología incomprensible. La botella de agua sobre la mesilla es la única fuerza de contención contra el sudor, que empieza a rodear el cuerpo y lo atrapa sin dolor pero con decisión. No, no es dolor. Es una recomposición de fuerzas en el organismo, una combinatoria diferente que termina en un sueño delirante.
Carreras, persecuciones por lugares imposibles, personajes inertes y otros que se desvanecen como por arte de magia. Gente que murió y gente que va a morir. Aunque siempre cabe la solución del último momento: un sobresalto y al despertar vuelven a ser las tres de la mañana. Malditas décimas. La botella de agua ahí en su sitio. Sudado, pensando que el mundo se achica y me presiona. Aire, aire.
Queda todavía buena parte de la noche. Lo que queda atrás es una extraña mezcla de estupideces y agobios. Imposibles que juegan al desasosiego unas pocas noches al año. Las décimas de fiebre rompen el ecosistema, tan precario, tan vulnerable. Una química que no llego a comprender. Trago saliva y veo la botella de agua. Imagino que me agarro a ella y que me salva de perecer ahogado porque ahora sí, puedo viajar en su interior. Pero todavía no se ve puerto alguno.
2 comentarios
Aupa Julen, espero que tu ecosistema se equilibre y te recuperes pronto 😉
Urte berri on!!
Pues nada, que te pongas bueno.. de noche, se ve todo peor, incluso sin fiebre. No necesariamente es así.