Es tremendo el género literario del Manual de Instrucciones, también apodado Guía del usuario. Dinosaurios de un mundo que se extinguió. Imágenes y texto que desborda por las cuatro esquinas para confundir a quien lo lee. Plagados de los seis u ocho idiomas de rigor, parecen un auténtico despropósito destinado a hundir en la miseria a quien acaba de comprar un aparato que, de acuerdo con esos manuales, se convierte en un artefacto del demonio.
Por una parte, está el asunto de la traducción. No sé si salen directamente de los traductores automáticos, esas herramientas en pañales de limitadísimas posibilidades a fecha de hoy. Palabros que surgen de la imaginación desbordante de alguien que tiene un amigo que pasó unas vacaciones en la Costa del Sol y que jura y perjura que se dice «toque tecla» en lugar de «pulse tecla» o «telecomando» en lugar de «mando a distancia».
Después está la tremenda sarta de supuestas funcionalidades que nunca usaremos. Eso sí, alguien ha decidido que se emitan dos versiones del macabro manual: la corta a modo de panfleto y la extralarga en forma de documento de cuantas más páginas mejor. Si lo que tienes entre manos es una videocámara, échate a temblar; si es un GPS, queda a tomar un trago con alguna amiga que sepa del asunto porque la cosa es delirante; si hablamos del mando a distancia de la TDT y su inmenso abanico de incomprensibles utilidades, mejor te declaras en huelga. Y si se trata de un coche, entonces quien te atiende te dice que le hace falta una hora para explicarte toda la carga tecnológica y que, de todas formas, ahí te quedas con el manual de cerca de 200 páginas para resolver cualquier duda. Ja, ja, ja.
Luego está la cuestión de explicar, dale que te pego, todas esas cosas que nunca harás. Nada de usar la empatía y organizar las cosas en forma de lista de preguntas frecuentes formuladas desde quien lo utiliza. Aquí hay un estilo literario que hay que mantener y para nada incluye pensar desde el punto de vista de quien lo lee. Por supuesto que de apoyo se insertan unas imágenes que enumeran los 37 dispositivos que se agolpan a la vista. Semejante saturación es un insulto a la razón y de verdad que no hace falta leer a John Maeda explicando las bondades de la simplicidad para darse cuenta de que todo ello resulta descorazonador.
Pero siguen estando ahí. Yo tengo todos los manuales juntos en una única balda, arriba a la izquierda. Allí están todos ellos, bien apretados, supurando mutua incomprensión mientras los demás contamos las bondades de la tecnología, muy a su pesar. Y con cada artefacto nuevo, la balda se va quedando más y más pequeña. ¿Y si los tiro todos? Porque ya sé que hay quien aprende sin manual. Cosa sana la experimentación, ¿verdad?
3 comentarios
Bueno, yo he escrito manuales de usuario y haciendo este trabajo depuré mi estilo literario minimalista. Por ese motivo no los miro con malos ojos.
Los guardo por superstición, si no los tiras tal vez no tengas nunca que usarlos. Generalmente echamos mano de ellos cuando no nos funciona el aparatamen.
Supongo que tu coche nuevo tiene un manual más gordo que el manual del Microsoft Visual Studio Team System Professional 😀
Lo malo de experimentar con aparatos (como el coche) sin haberte leído el manual es que puede ser algo peligrosillo…
Ya nos dirás a ver que tal el buga…
lula, todo un estilo: escritora de manuales de instrucciones. Ibas directa al hall of fame de… no sé muy bien qué. 😉
aitor, experimentación y control. Eso despracticaba el doctor Bacterio en Mortadelo y Filemón jajajaja.