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El becario, el robot y los del taller – Consultoría artesana en red

El becario, el robot y los del taller

by Julen


Sobre sabotajes y ficción. La historia pudiera estar basada en hechos reales.

El becario era ingeniero superior. Con idiomas. Y le gustaba la robótica. A través de un complejo entramado de empresas financieras… digoooo… de empresas de intermediación personal (¿¿??), el becario llevaba ya un mes trabajando. Arriba en las oficinas. Donde se controlan las cosas. Allí el becario con su beca. Él, con sus sentimientos contradictorios.

El taller nunca se entera muy bien de toda esa gente que entra a las oficinas. Saben que hay gente nueva porque a veces les ven tomando café. «Mira, uno nuevo. Sí, pues la chica también debe de serlo porque no la había visto antes. Ah, ya, deben de ser para lo del robot nuevo. Ah… ¿y tú cómo lo sabes? Todo el mundo está con la canción, ¿no te has enterado? Son los nuevos robots de la línea de ensamblaje Z-3. No jodas. Pues sí, pero poco…»

El caso es que el becario, efectivamente, es ingeniero superior en electrónica. Han sido un montón de años de carrera. Vale, alguno más que el estándar, pero no es culpa suya, sino del cabrón de dibujo de segundo. Sí, es ingeniero. Claro que ahora es cuando por primera vez ve gente de verdad trabajando. Bueno, eso le parece, porque hay cosas que aún no entiende muy bien. Como lo de que llamen «operarios» a la gente que trabaja en el taller.

Él está con un proyecto de monitorización de los robots de la línea de ensamblaje. En concreto, en su caso se trata de controlar un robot de la línea B-7 desde la oficina. Es un complicado asunto que se está llevando con una ingeniería externa. Hay muchas variables a controlar y la programación es muy compleja. Hasta ahora las líneas de montaje no han estado robotizadas y es evidente que la empresa pierde eficiencia con tantas personas en ese tipo de procesos. Hay que meter robots de manipulación.

Cuando el becario baja al taller suele hacerlo con alguna otra persona de la ingeniería o con el director técnico (alguna rara vez, que no hay tanto tiempo para becarios, joder). Pululan alrededor del robot, que aún no está del todo montado. Desde arriba los parámetros se ven de una forma. Pero cuando estás abajo, la óptica es distinta. Los del taller les miran un tanto de reojo. No suelen perderles de vista. Si no es el carretillero (que tiene más recorrido), los de inspección final se encargan de enterarse de qué va la historia. El robot es impresionante y muy complicado. Amenazante.

Me dijeron que el becario estaba haciendo su proyecto fin de carrera. Abajo en el taller no sé si se enteran muy bien de estas cosas, pero tampoco había tiempo de explicarlo todo. Por echarle un cable otro ingeniro veterano, de procesos, comenzó a reunirse de vez en cuando con él. Así sabría qué tal le iba y quizá le podría servir el punto de vista «neutro» del becario acerca de las actitudes que observaba entre la gente de montaje. El chaval era retraído. Más bien callado, meditativo, sin despuntar precisamente en inteligencia social, que diría Goleman ahora. Un chico trabajador, serio, responsable, a lo suyo. Como dios manda, como le gustan al gerente. A trabajar.

Y ya eran varias las veces que decía que no entendía muy bien lo que pasaba. Cuando bajaba al taller dejaban todo bien armado, bien ajustado. Un trabajo fino, de precisión. El becario era concienzudo en su trabajo. Pero al subir a la oficina y comenzar de nuevo a monitorizar el robot, algo no iba. Lo había dicho en varias ocasiones ya. Él no entendía. En sus clases nadie le explicó nada sobre el caos y la complejidad, lo habitual en las empresas. Habían llamado al proveedor del robot, se habían reunido con él. Miraban por arriba, por abajo, por los cuatro costados. Algo no encajaba.

Mientras tanto, el taller observaba callado. El carretillero, con más campo de visión. Los de inspección final, para fijarse en detalles más precisos. El almacenero, desde la oficina para controlar cuándo solía bajar el becario. El caso es que la instalación no acababa de funcionar.

Al de un tiempo, cuando el proyecto del becario estaba para terminar, los del taller llegaron a tener remordimientos de conciencia. El becario iba a la puta calle. El robot no acababa de funcionar bien. Pero aún así, la decisión era la que tenía que ser: antes sus puestos de trabajo que el cabrón del robot. Lo habían estado boicoteando desde que alguien dijo que era el becario del robot. Así que adiós al becario. Así que adiós al robot. Son las cosas que pasan en los talleres. Hay que defender el puesto de trabajo.

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4 comentarios

Telémaco 20/12/2006 - 10:58

Si no fuese porque el final es algo distinto (por desgracia … creo … aunque quién sabe que es lo que hubiese pasado de no ser así) has contado con todo detalle los comienzos de mi carrera profesional.

En el final real, me pude dar cuenta del sabotaje y conseguí «neutralizarlo».

Indudablemente si que existió un final feliz, y es que ahora soy muy amigo del cabecilla de los saboteadores; pero sin embargo el famoso proyecto de monitorización fue la causa última de mi maldición.

Y es que los saboteadores del taller no son en absoluto peligrosos, los verdaderamente letales son los saboteadores que aparecieron después entre la dirección de la empresa.

Lo sistemas de monitorización y los robots sacaron la verdad a flote, pero esto no es un peligro para la gente del taller (aunque se lo hayan contando tantas veces que ellos mismo se lo hayan llegado a creer) el verdadero peligro es para sus jefes, desde el encargado hasta el director de fabricación pasando por el jefe de calidad y el de planificación de la producción.

Lo puestos de trabajo que peligran son los de los incompetentes de más arriba que se quedan con el culo al aire sin cabezas de turco a los que culpar de su ineptitud… pero «hay que defender el puesto de trabajo» y el poder está en sus manos.

PD: el cabrón no fue el de dibujo de segundo, fue el de electrónica de segundo.

PD2: Si no te importa voy a escribir mi final personalizado en mi blog.

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Jaizki 20/12/2006 - 11:07

Y poco después cerraron la planta porque no podía competitir con los productos fabricados en China…

Y aquí hay dos versiones, la de la pequeña empresa -todos a la calle con la indemnización mínima, si es que la empresa la puede pagar- y la de la gran empresa -los sindicatos montan todo el ruido del mundo y consiguen para los de más de cincuenta, con treinta años en la empresa, prejubilaciones con jugosas indemnizaciones, y para los recien incorporados, una palmadita y a buscarse la vida-.

La versión de la gran empresa, sigue con el cierre de las pequeñas empresas auxiliares.

Y así es como se consigue que el egoismo individual, decojone el bien colectivo. Si al final va a ser verdad que Adam Smith no tenía ni puta idea.

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Lula Towanda 22/12/2006 - 00:55

Jaizki entonces, ¿la alternativa contra el egoísmo individual es todos a la calle o con las condiciones laborales de los chinos?.
¿Un mundo plano igualado por abajo?

Según tu visión parece que el único que puede ser egoísta es el empresario.

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Julen 23/12/2006 - 11:03

Me alegro por el final diferente, Telémaco. Ya lo he leído en tu blog. Las historias, a veces las presentamos con cierta dosis de ficción, y luego resultan más reales de lo que pensamos.
Jaizki, es complejo el mundo de relaciones entre gente de taller y jóvenes ingenieros. Son culturas muy distantes y hay que darle muchas vueltas para tender puentes.
Lula, la irrupción de productos industriales desde Asia es una de las mayores perversiones. Sirve para explicar casi todos los males de las empresas de esta zona. No puede ser tan simple.

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