No vamos a ser nosotros los que descubramos que uno de los problemas con la información que desperdigamos es que es mucha. Además, es relativamente aburrida. Además, es habitualmente incomprensible para el simple mortal. Además, rara vez es empática. No hay tiempo.
O sea, que tomamos como base organizaciones que polucionan el aire informativo con cantidad de mensajes, a cual más importante. O sea, empieza algo con «importante» y vete pensando que nadie va a pensar que es importante. Sobre todo, cuando dijiste antes que otro montón de cosas también eran importantes. Acostumbrarse a algo es dejar de percibir matices. ¿Todo es importante? Si éste es un mensaje habitual de la «dirección» entonces espera una respuesta como: «De acuerdo, entiendo. Quieres decir entonces… que nada es realmente importante». Coloca prioridad alta a todos tus mensajes y entenderé que ninguno de ellos es realmente prioritario.
O sea, que a cultivar la excepción, el error-gancho y cosas parecidas. Lo que Alberto contaba en su post anterior me recuerdo otro error glorioso en la publicación de una revista de la que fui responsable en su momento. Resultado: inmediata atención. Todos te comunican con inustida rapidez (otra vez el concepto «leaky» de la información) que has metido la pata. ¡¡Bien!! He captado la atención.
Y es que hay dos principios que me parece que actúan en esto de captar la atención. El primero es que la gente no quiere monsergas monótonas (de las que los directivos son especialistas) y el segundo es que, digas lo que digas, busca extrañeza. El mensaje debe «chocar» contra la rutina establecida. Si no me llamas la atención, mi peor insulto será que me quedaré callado. Ni si ni no, el desprecio. Y eso duele, ¿no?
La moraleja de todo esto es que hay una gran limitación (otra vez Goldratt): por muy importante que sea tu información, o captas mi atención o estás perdido. Si, además, como le sucede a Alberto, luego estableces diálogo en torno al error, ya está. Es un mérito. Ah…, por cierto, también observo una curiosa resistencia a todo mensaje con demasiada cosmética (o, al menos, al mensaje con cosmética evidente). Finalmente, forma tan importante como fondo. Aunque me inclino a pensar que la prioridad sigue siendo: mejor ser bueno (fondo), pero además hay que parecerlo (forma). Lástima que a veces la forma nos distorsione el fondo.