Ya comenté en su día que, desde el Máster de Cooperativismo y Gestión Socioempresarial de Mondragon Unibertsitatea, con el colaboro desde hace varios años, íbamos a organizar un webinar en torno a la colaboración entre el sector público y el cooperativismo con el foco puesto en la prestación de servicios sociales. Pues bien, este es un artículo con diez ideas que se inspiran en esta jornada. Tuvo lugar este lunes día 12 y junto a Leire Uriarte, la coordinadora del máster, tuvimos el gusto de contar con la visión poliédrica que nos proporcionaron Francesco Garcea, coordinador de formación y desarrollo de la Escuela de Economía Social en Andalucía, Elba Mansilla, socia de la cooperativa La Ciutat Invisible, en Catalunya, y Mikel Gorostizaga, de Agintzari, una cooperativa de iniciativa social radicada en Euskadi y que ha extendido su modelo hacia lo que hoy en día es Bogan, un grupo cooperativo.
Planteamos el encuentro de forma muy sencilla: una primera exposición para que cada participante nos pusiera sobre la mesa algunas ideas y luego una ronda de preguntas. Ya veis, no inventamos nada en cuando a dinámica. Tan solo queríamos conseguir una conversación fluida y escuchar a quienes viven la experiencia de interactuar con la Administración Pública desde las cooperativas y la economía social.
Comparto diez ideas que han pasado, lógicamente, por el tamiz de quien escribe. Vamos, que no es, en rigor, un «resumen», sino, más bien, un depurado desde mi humilde saber y entender. No obstante, espero que resulten hilos interesantes de los que tirar en esta compleja madeja que conforman los servicios sociales.
1. Creatividad en la prestación de los servicios
Elba empleó en su presentación inicial este concepto: creatividad. Posiblemente no queda otra, hay que salir fuera de la caja y repensar la forma en que se interviene en algo tan delicado, que afecta tanto a la dignidad personal y a la calidad de vida, como lo que suele quedar dentro del ámbito de los servicios sociales. El cooperativismo debe echar mano de sus convicciones íntimas para encontrar la forma más digna en la que prestar este tipo de servicios. Sí, dentro del marco normativo y de acuerdo con las leyes ¿de mercado? Pero es evidente que necesitamos una mirada que contribuya a transformar esa realidad que nos condiciona.
2. La conexión cercana
El cooperativismo nace pegado a un territorio, a una realidad concreta en la que hunde su piedra fundacional. Conviene fijar aquí una especie de principio inquebrantable. Aunque la contratación pública cabalga muchas veces a lomos de grandes licitaciones (no siempre, claro está), la propuesta desde la economía social está obligada a manejar la conexión cercana y lo pequeño. La persona, protagonista. El modelo organizativo y societario, a su servicio. Hablamos de empatía, de entender(se), de beneficios mutuos entre profesional y persona usuaria. Nos movemos en la intimidad.
3. Desmercantilización inteligente
Vale, vale, me acabo de inventar el palabro. Mi compañero Manel seguro que me daba un cachete. Pero permitidme el juego. Nuestro (supuesto) primer mundo cabalga a lomos de una economía de mercado que ha sabido jugar las cartas de la cooptación. Se comentaba en el webinar cómo las grandes multinacionales acceden a contratos públicos bien pertrechadas en sus prácticas de greenwashing, ethicswashing (perdón otra vez, ahora por los anglicismos) o lo que haga falta en cada momento. Son máquinas perfectamente engrasadas para la licitación pública. Ahí hay que competir. David contra Goliat. Un buen reto para la inteligencia. Y no, no es fácil, pero «mientras tanto», hay que conseguir «estar ahí», en ese campo de batalla. Por eso la desmercantilización inteligente. Espero dejaros con la duda… 😉
4. Hay que evolucionar los marcos normativos
Las leyes se van quedando atrás. Los movimientos tectónicos son constantes en nuestra estructura social y comunitaria. El envejecimiento de la población, un (supuesto) progreso que genera brechas y desigualdad, o los diferentes tipos de violencia disparan a la línea de flotación de los servicios sociales. La legislación es incapaz de acompasar su ritmo a la vertiginosa celeridad con la que se suceden los revolcones sociales. Una pandemia aquí, una guerra allá. Gente desplazada, gente que migra. Dificultades de diálogo intergeneracional. La ley nos obliga, pero la ley se queda atrás. Un gran reto, ¿no?
5. Evaluación cualitativa para demostrar la calidad de la intervención
No podemos renunciar a la prestación del mejor servicio desde las convicciones del cooperativismo de base y de la economía social y solidaria. Si lo hacemos bien, debemos ponerlo en valor. Si lo hacemos bien, hay que conseguir destacar en las evaluaciones. Las personas usuarias deben decirlo. Nosotras tenemos la obligación de generar herramientas solventes de evaluación cualitativa y presionar para que sirvan a la hora de marcar la diferencia.
6. Ayudar a la Administración Pública a evolucionar
La Administración Pública, un mastodonte. Un elefante. ¿Un dinosaurio? Sí, pero forma parte del terreno de juego. Es (casi) imposible moverse en un escenario en el que no ocupe un lugar preeminente, ¿no? Así pues, no queda otra, es compañera de viaje. Por tanto, nos ponemos en camino a sabiendas de que tenemos recorrerlo juntas. No podemos eludir nuestra responsabilidad.
7. En la Administración Pública hay personas… diferentes
Lo comentó Mikel: ¡sorpresa! La Administración Pública está repleta de personas, con diferentes niveles de responsabilidad y circunstancias profesional diferentes. De acuerdo, con un marco normativo común por detrás. Pero, a partir de ahí, ancha es Castilla. Hace falta, también, un ejercicio de empatía con estas personas. De la misma forma que es exigible respecto a las personas «usuarias» (este concepto no me hace sentirme cómodo, la verdad), lo es respecto a cada profesional con quien interactuamos como consecuencia del servicio que se presta. Empatía, no hay plan B. Eso supone reconocer a la persona que está enfrente. Quizá hasta seamos capaces de verla al lado, remando en la misma dirección. ¡Sorpresa!
8. Política con mayúsculas
Aquí tampoco vamos a poder eludir nuestra responsabilidad: hay política (en mayúsculas) de por medio. Va de convicciones, de diferentes maneras de entender lo público, del bien común, del progreso y la justicia social. Va de distribuir, de cuidarnos y de que, de momento, solo tenemos este planeta. Somos corresponsables. Hay que dejarles a quienes vienen por detrás un mundo mejor. No podemos joderles el futuro, perdón por la expresión. No podemos ser tan mala gente. El cooperativismo y la economía social son política con mayúsculas y aquí, en el ámbito de los servicios sociales, aún más si cabe.
9. Sentirse persona dueña de la empresa es un plus
Siempre ha supuesto una íntima convicción del cooperativismo. Junto a otras personas, somos propietarias de la organización en la que trabajamos. Seguramente que, aunque afectado este principio por el paso de los tiempos, sigue disponiendo de una gran fuerza tractora. El compromiso se dibuja como un continuo que admite posiciones individuales diferentes. Pero el baile continúa. Hay sociedades, como la cooperativa, con unas formas jurídicas que proporcionan ventaja en la línea de salida. Personas comprometidas: difícil, pero no imposible.
10. La mirada amplia y la actuación concreta
Va en línea con la idea número 3, la del palabro. La Administración Pública es un agente necesario en el tablero de juego. Es más, es el agente que se encarga de dibujar las reglas con las que se desarrolla la partida. Y esas reglas, además, están sujetas a la tempestad de los tiempos que corren y normalmente van bastante por detrás de lo que sería deseable. Pero no hay alternativa: hay que entenderlo y deglutirlo masticando bien. Tenemos que entender el contexto. Pero a través de nuestro modelo socioempresarial debemos aterrizar en actuaciones que nos diferencien. Es el viejo refrán de A Dios rogando y con el mazo dando. Una habilidad. Un reto a la inteligencia. Una obligación. El mejor de los servicios.
Bola extra: el empleo está aquí. Dignifiquémoslo.
El cooperativismo: dignificar el trabajo. No es mal objetivo, ¿verdad? Eso sí, navegamos contracorriente, me temo. Pero la realidad es esta: el empleo está aquí, en los servicios. La industria se ahueca y saliva de emoción en una loca carrera hacia el santo grial de la competitividad total. Y allí, según parece, apenas hay empleo para humanos. En los servicios sociales vemos personas trabajando. Sobre todo.
Para terminar, me quedo con una reflexión que se incluye en la introducción al IV Informe sobre los servicios sociales en España y la profesión del trabajo social, una investigación del Consejo General del Trabajo Social. Ahí, el equipo de investigación de la Universidad Complutense de Madrid decía (el subrayado es mío):
Esto no es suficiente. Es necesario revitalizar la motivación ética, oponiéndose a la conversión de la actividad profesional en algo fungible, serial y repetitivo. Privada de toda creatividad, lleva a poner distancia entre las personas usuarias y las profesionales. Sin embargo, las relaciones interpersonales siguen siendo el corazón de la intervención: si una trabajadora social no tiene tiempo para cuidarte bien, en poco tiempo dejará de querer cuidarte.
Imagen de NoName_13 en Pixabay.