Vamos de paseo a la RAE. Talante:
1. m. Modo o manera de ejecutar algo.
2. m. Semblante o disposición personal.
3. m. Estado o calidad de algo.
4. m. Voluntad, deseo, gusto.
Y seguimos de paseo. Talento:
1. m. inteligencia (‖ capacidad de entender).
2. m. aptitud (‖ capacidad para el desempeño de algo).
3. m. Persona inteligente o apta para determinada ocupación.
4. m. Moneda de cuenta de los griegos y de los romanos.
Ya escribí aquí en su día que, de los programas máster que se imparten en Enpresagintza, la Facultad de Empresariales de Mondragon Unibertsitatea con la que colaboro desde ¡hace 20 años!, el Máster de Gestión Estratégica del Talento de las Personas sería de mis primeras opciones para reciclarme. Las tres primeras acepciones de «talento» que nos aporta la RAE ya nos dejan caer una buena carga de profundidad. Pero hace falta voluntad, deseo, gusto; o una cierta disposición personal, ¿verdad? Necesitamos talante. También.
Hay que hilar fino en tiempos tan convulsos como los actuales. Siempre ha habido un discurso en positivo sobre la importancia de las personas en las organizaciones. Lástima que tantas y tantas veces los hechos contradigan a las declaraciones. En mis clases de ética en el Grado de Business Data Analytics suelo charlar con las chicas y chicos a menudo sobre las trampas del ethicswashing. Pues bien, me da que tenemos demasiados ejemplos como para callarnos: puede que el talentwashing esté aún más extendido. Para nuestra desgracia.
Sé que hablar de «gestión de personas» nos mete en un lío. De hecho, la terminología que empleamos va evolucionando en busca, supongo, del santo grial. Aquella «gestión de personal» pasó a «gestión de recursos humanos», luego a «desarrollo de personas» y hoy estamos en plena era del «talento». Hace unos días en una jornada de reciclaje en torno al modelo de gestión avanzada de Euskalit, anduvimos dándole vueltas al asunto. ¿Será el mismo perro con distinto collar?, ¿un ejemplo meridiano de gatopardismo?
En el fondo a veces creo que es cuestión de fe. Fe en la gente, en la buena y en la no tan buena, en la habilidosa y en la torpe, en la que destaca y en la que vive instalada en la media. Nunca me ha quedado claro que tengamos derecho a discriminar a quienes, en una evaluación, andan por debajo de la media. ¿Es así de simple? Aceptamos que las leyes de la competitividad, que la selección natural y la lucha por el éxito deben dejar cadáveres en el camino. ¿Hay que apartar a quienes no llegan al estándar que hemos fijado? Lo mismo estoy planteando herejías. Ustedes disculpen.
Bueno, que el artículo quería poner en valor —una vez más— un programa como el Máster de Gestión Estratégica del Talento de las Personas. Que ya sé que me repito, pero no me duelen prendas en volver a insistir cuando me lo piden. No lo haría con otros programas, pero sí con este. ¿Te interesan las personas en las organizaciones? Pues aquí tienes una propuesta que deberías considerar si quieres mejorar tu formación en este complejo y apasionante asunto. Ánimo 🙂