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Primer día sin el compañero. Vaya viajecito que ha tenido el hombre: rompió un radio subiendo para Penyagolosa y reventó la cubierta trasera tras 560 kilómetros de ruta, cuando quedaban solo 20 para terminar. Aunque yo no acabo de entender este reventón, Juan nos dice que puede ser a consecuencia del descentrado de la rueda. Comparado con eso, mis problemas de ruidos que, al final, solo tenían que ver con el sillín, han sido un chiste, desde luego. Eso sí, uno se plantea lo que lleva de repuesto y lo que sabe de mecánica en este tipo de viajes. En mi trayectoria ciclista (miles de kilómetros, os aseguro) nunca he reventado una cubierta como le pasó ayer a Alberto y sí, algún radio hemos roto, pero mis incidentes mecánicos han sido mínimos. ¿Suerte? Quizás.
Como la tarde se presentaba larga (para las dos estaba en Amposta), aproveché para ganar aerodinámica. Compré espuma de afeitar y manos a la obra: afeitado y depilación de piernas. Y ya puestos, también le dimos un buen repaso a la bici, no sea que se ponga celosona.
Vi en la tele los kilómetros finales de la Paris-Roubaix y después le eché un vistazo a los datos que Mathieu Van der poel compartió en Strava de su participación en la prueba. Quedó noveno, a 2’34» del ganador, Dylan van Baarle. Vaya broma sus estadísticas. De otro planeta diferente al nuestro. Una media de 44,6 km/h con 55 kilómetros de adoquines así lo confirman. Bueno, ha sido la Paris-Roubaix más veloz de la historia. Nosotros tenemos margen de mejora aún, ¿verdad?
Miré sitios para cenar y me decanté por un restaurante que me encantó, con una carta informal y sugerente, la Sifoneria. Sandwiches y hamburguesas diferentes con entrantes también originales. Si pasas por aquí, ponlo en la lista de posibles.
Ya de vuelta en el alojamiento, consulté las previsiones del tiempo. Me temo que voy a mojarme otra vez (martes y miércoles, sobre todo) y que voy a pasar frío (jueves, viernes y sábado). Pero no anticipemos ni nos pongamos cenizos, no hay por qué sacar a pasear con tanto descaro mi lado Zamarripa. Además, al mal tiempo, buena cara.
Esta mañana se me hacía extraño no llevar la mochila a la espalda después de ocho días cargando con ella. En mis salidas habituales también la uso, si bien mucho más ligera. No obstante, se agradece esta nueva ligereza. Hoy subo hasta el Mont Caro, una mole que domina esta parte del Mediterráneo y a la que se asciende por una «tortuosa pista asfaltada de 19 kilómetros» (cita textual de la Wikipedia) para llegar a sus 1.441 metros de altura.
Salgo por la carretera que discurre por la amplia vega del Ebro hacia Tortosa. Tengo veinte kilómetros para calentar las piernas, porque luego esperan esos tortuosos 19 kilómetros. Esta parte inicial es un paseo agradable, que en buena parte discurre por un carril separado de la carretera principal y que da servicio a las fincas. En Tortosa me hago con una barrita en una gasolinera porque no llevo nada de comida y los 1.427 metros de desnivel a afrontar a lo mejor piden algo de alimento. La cima del Mont Caro se distingue perfectamente por las antenas de su cumbre. Joder, sí que está arriba, sí.
La subida empieza en Roquetes, aunque los primeros kilómetros son muy tendidos. Me adelantan un par de carreteros a toda pastilla. Vaya, vaya. A uno de ellos lo veo poco después porque ha pinchado. Da igual, al de un rato me vuelve a pasar como un cohete. En cualquier caso, debo decir que ya ningún otro ciclista me ha adelantado en toda la subida… y tampoco es que haya ido yo a fuego. Al bajar sí que he visto una buena procesión, todos con bicis de carretera excepto uno como yo, con bici de monte.
Por lo que se ve, la subida «oficial» está marcada con señales a cada kilómetro y la han colocado casi en el kilómetro nueve, en la cota 280. A partir de ahí, a «disfrutar» de cada señal: uno, dos… once, trece y ya está. Jeje, no ha sido tan rápido. Así pues, la subida tortuosa de la Wikipedia se nos queda en un poco menos de 14 kilómetros. Todo un detalle.
Ni que decir tiene que afrontar una subida como esta es cuestión de paciencia. Suave, suave, no queda otra. La carretera, aunque estrecha, está perfecta hasta el cruce final hacia el mirador. Luego se estrecha aún más y coge más pendiente mientras el asfalto se deteriora. Como llevamos ruedas gordas, casi que hasta agradecemos el deterioro.
Una zona de curvas de herradura da acceso al Portell, momento en el que se abandona la subida con vistas al Mediterráneo y nos adentramos en los pinares típicos del parque.
El ascenso brinda estupendas vistas. Al adentrarnos en el Parc Natural dels Ports se hace presente la espectacular orografía de sus moles. El 28% de la superficie del parque está por encima de los mil metros y el Caro es la cima más alta. Al otro lado queda Beceite, por donde pasamos en nuestra tercera etapa. Detrás, el Ebro se extiende hacia el Delta. Lástima que el día no esté limpio y no se aprecie la grandiosidad de las vistas desde el mirador.
Arriba en el mirador hay bastante gente, incluyendo algún que otro ciclista. Se puede llegar en coche hasta allí mismo, así que no es de extrañar la pequeña multitud. Luego de las fotos de rigor, bajo hasta el Pous de la Neu, un hotel restaurante en el que pensé en su día hacer noche en esta ruta (con otro trazado, claro está). Ingerimos líquidos y disfrutamos del solete, que a estas altitudes se agradece.
La bajada, por no repetir exactamente el mismo itinerario que en la subida, la había desviado por unas pistas que, entre olivos, enlazaban con un canal que parece más bien abandonado. No tenía nada de especial, la verdad, aunque una de las zonas de olivos estaba preciosa.
Bueno, pues ya está. Tenía marcada esta tachuela en mi lista de pendientes y hoy ha sido el día en que la hemos coronado. Solo me pena que la luz no acompañaba para observar el Delta del Ebro en toda su majestuosidad.
Kilómetros totales hasta esta etapa: 681,42.
Metros de desnivel acumulado hasta esta etapa: 9.419.
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