Cuando la evaluación es perversa

by Julen

Yo siempre pensé que el ciclo PDCA era de esas pocas referencias que, en el ámbito de la gestión, eran de aplicación universal. La lógica que subyace a este ciclo es indestructible: pensar primero, luego llevar a cabo, después revisar a ver qué tal va todo y, en función de ello, ajustar. Nada que objetar. Sin embargo, dicho eso, el paso del tiempo me ha enfrentado a muchas situaciones en las que ese ciclo necesitaba matices. Vamos, que si bien la lógica era evidente, después, había ocasiones en las que conviene actuar con precaución.

Una de estos elementos que condicionan la forma en que aplicar el ciclo es el tiempo. Bueno, mejor dicho: la falta de tiempo. En una sociedad que se define por sus urgencias, en las que la calma parece haber desaparecido —gracias, Manel, por esas dos fantásticas reflexiones que acabo de enlazar—, y en la que el primer componente del ciclo, el de planificar o, mejor aún, el de «pensar», se enfrenta a un problema muy serio. Porque, si tardas en pensar, alguien te adelanta, sea por la derecha o por la izquierda. Da igual, no tenemos todo el tiempo del mundo para pensar. Que no te engañen, no es «todo el tiempo», es la parte de tiempo lógica para hacer las cosas bien. Pero el sistema ha mutado. Hoy, haz; luego ya pensarás.

Pero otro elemento del que quería hablar en este post es el que tiene que ver con evaluar. Y aquí sí que encaramos un asunto complejo como pocos. Primero, porque en general nos aplica eso de dime cómo me mides y te diré cómo me comporto. Es decir, la evaluación no es neutra, no es solo posterior al desempeño. Si conozco el sistema de evaluación, es muy probable que mi comportamiento tome esa referencia como guía. ¿Debemos informar a las personas del sistema de evaluación que les aplica? La mayor pare, creo, responderíamos que sí. Pero, ¿estamos dejando a un lado aspectos no evaluables que son también relevantes? ¿Lo evaluamos «todo» o tan solo una parte?, ¿evaluamos «lo que podemos»?

Conste que hay una evaluación que a mí siempre me parece la fundamental: la que cada cual hace de sí misma. Cada persona tiene que interiorizar este principio: solo tú vas a estar todo el tiempo contigo. Eso quiere decir, que eres tú quien siempre va a poder evaluar(te). Y conviene que aquí nos paremos a reflexionar un poco. ¿Cómo quiero (auto)evaluarme? ¿Quiero una evaluación que detecte mis áreas de mejora? Vale, pero, entonces, ¿qué tal me llevo con mi autoestima? Lo digo para no lastimar el equilibrio emocional. A nadie le gusta pasar todo el tiempo descubriendo que hay cosas que no hace bien y que, por tanto, debería ser capaz de hacer mejor. De vez en cuando necesitamos azucarillos de autoestima para que nos demos cuenta de que, por contra, algunas cosas las hacemos bien. Aprendemos de los éxitos y de los fracasos. Pero una vida a costa de los segundos es una mala vida. Digan lo que digan.

Así que se me ocurre que puedo tener defectos propios con los que debería llevarme bien. Voy con un ejemplo de cosecha propia. Cuando repartieron habilidades en mi equipamiento de serie, alguien olvidó las habilidades mecánicas. Soy torpe. Bueno, torpe, no; lo siguiente. Soy un inútil. Y mira que de vez en cuando le pongo interés. Pero me dura muy poco. ¿Tengo que evaluarme en una competencia en la que suspendo de largo? ¿Tengo que mejorar? Pues a lo mejor ni me interesa. ¿Asumo riesgos? También cuando cojo el coche. Y muchos no dependen de mí.

La C del PDCA es un gran invento. Pero hay que relativizarla. Puede hacernos mucho daño, como personas y como organizaciones. Creerse a pies juntillas ciertas evaluaciones es lo peor que puedes hacer. Sí, conviene conocerlas y luego digerirlas. Imagino una especie de fórmula en la que cada cual pondera de forma diferente una serie de variables que incluso pueden ser, valga la redundancia, diferentes entre sí. La evaluación que te viene bien a ti puede a mí no.

Claro que hay medidas absolutas. Me refiero a que hay sistemas oficiales de evaluación. Hay normas ISO, hay notas académicas, hay ley y orden (bueno, más o menos). Las medidas, las evaluaciones, los datos, la objetividad. Todo eso conforma un panorama muy complejo. Creo que a veces genera más tensión y mal rollo que beneficios. Deberíamos relajar un poco la presión. ¿Evaluar? Lo justo y necesario. Pero, ya lo dijeron los japoneses en su momento de gloria: un control de calidad de un producto bien hecho es un despilfarro. No aporta valor. Así pues, no nos vamos a llevar la evaluación al altar para rendirle culto.

Insisto, gracias, Manel. Han sido dos últimos artículos para reafirmarme en la necesidad de bajar un par de marchas. También en la evaluación.

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2 comentarios

Gonzalo de la Cruz 02/04/2022 - 11:55

Y parte de tu reflexión me lleva a otra cuestión (de cuestionar) paralela: ¿Realmente lo que no se mide no se puede mejorar? Me encantaría un post tuyo sobre esto, y muchas gracias Julen, por tus ricas elucubraciones.

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Juanjo Brizuela 04/04/2022 - 10:44

presiones con duda de si son necesarias … no lo veo, la verdad

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