Videoconferencias efectivas: pantallas para qué os quiero

by Julen

Este pasado miércoles esa fuerza de la naturaleza llamada Ana Rodera y una servidora condujimos un taller en el que trabajamos técnicas para dinamizar estos entornos online síncronos que tan de moda se han puesto desde que comenzó la pandemia del coronavirus. No ha quedado más remedio que aprender a marchas forzadas. Poco a poco las distintas plataformas de videoconferencia han ido proporcionando más y mejores posibilidades para interactuar en vivo y en directo. Pero, además, a la fiesta se han apuntado una infinidad de funcionalidades de distintas formas y colores.

En el taller manejamos la idea de trabajar la calidez y la calidad del encuentro online. La lógica nos dice que hay que mezclar competencia tecnológica y saber hacer de toda la vida por lo que se refiere a dinamizar a un grupo de personas que, casualidad, coinciden todas a la vez en el mismo sitio. Antes era casi siempre bajo el mismo techo; ahora ya cada cual está donde está y no tenemos ni idea de lo que lleva puesto de cintura para abajo.

Entre los típicos consejos para manejar bien una videconferencia, sobre todo si tienes que compartir contenido, está usar con destreza las ventanas porque de una u otra forma nos ponemos en modo multitarea. Vamos, que, además de arrastrar ventanas y jugar con su ubicación en el escritorio, no está de más tirar —en windows— de Alt+Tab, Windows+Tab, Windows+Flecha (izquierda, derecha, arriba y abajo). Sin embargo, mejor que ventanas, ¿por qué no un par de pantallas? Vale, antes de nada, tengo que reconocer que de vez en cuando me sale el modo cascarrabias con tanta luminiscencia aquí enfrente: Más de media vida delante de una puta pantalla. Sin embargo, soy de los que, para videoconferenciar como Dios manda, ya no sabe vivir sin dos pantallas.

Mi primera pantalla es la del portátil; la segunda es la que me permite hacer realidad eso de hacer dos cosas a la vez. Bueno, en realidad, lo podría hacer también desde la pantalla del portátil porque allí puedo dividir el escritorio en tantas ventanas como quiera, pero sus 15 pulgadas juegan en mi contra. Tengo claro que esa segunda pantalla es fundamental para hacer las cosas bien en una videoconferencia. El argumento es simple.

Si compartes contenido, no pierdas la interacción con quienes te están escuchando.

No hay otra: una pantalla está dedicada al contenido, sea una presentación, estés navegando por Internet o colocando frenéticamente post-its en una pizarra compartida. Mientras, la segunda pantalla debe servirte para ver a tu cuadrilla de compañeras y compañeros de videconferencia. Siempre está bien solicitar interacción. O sea, que pueden levantar la mano, echarte piropos a través de emojis, colocar alguna frase lapidaria en el chat o bostezar por la chapa que estás metiendo. Pero, a fin de cuentas, son tu público y han pagado por verte. Bueno, vale, no exactamente, pero algo así, ¿no?

En el fondo se trata de reproducir lo que queremos hacer en el aula física de toda la vida. El contenido —sea el que sea, más tocho o menos, más emocional que racional, más gris o en un abundante abanico cromático— y las personas son los dos factores a manejar. Para mí no hay peor condena que explicarle a la nada. Eso de organizarme un soliloquio con la esperanza de que quienes están al otro lado no hayan abandonado el barco lo llevo muy mal.

Creo también que puede aparecer el típico bloqueo para manejarse en paralelo con varios recursos: aplicaciones, ventanas, ficheros, carpetas, pantallas… Sí, sí, es como quien no es capaz de interiorizar lo de trabajar con varios escritorios a la vez. En el plano físico escritorio solo hay uno, pero en lo digital, amiga, en lo digital puedes teletransportarte sin problema y trabajar a la vez en tu mesa, en la de enfrente o en la que tengas en casa (si la tienes). Las pantallas son algo similar. Porque la segunda pantalla admite duplicar el contenido de la primera pantalla o —lo que verdad nos interesa— jugar con nuevo contenido.

En todo esto siempre me ha parecido que un paso natural es que el ratón se desplace con la lógica del lugar donde se ubica esta segunda pantalla. Porque puede estar arriba, a la derecha o a la izquierda. Así que el ratón debe moverse hacia esos lugares como si todo fuera uno.

En fin, ya veis cómo me enrollo. Un post para decir que ya que vivimos en tiempos de videoconferencias, si te lo puedes permitir, yo ni lo dudaba: dos pantallas mejor que una. Ya me dirás, ya. No obstante, de paso, vuelvo a recordar ese fantástico disco que Biznaga ha dedicado al asunto.

¡Dios! La pantalla es dios, y yo su apóstol.
Es transparente, omnipresente, y yo…
Soy solo información.

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1 comentario

Iñaki Murua 19/11/2021 - 08:08

Será cosa de la edad, Julen, pero también me pasa a mí: lo del trabajo con dos pantallas (ni te cuento ya si es trabajo de edición de textos, en el que dos me resultan hasta poco)… y lo del modo cascarrabias 😀

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