Miserias en bici por el otoño mágico de Urbasa

by Julen

Aviso, son miserias. No tienes por qué leerlas. Es un puro ejercicio de lloriqueo infantiloide.

El 28 de agosto pasado me caí andando en bici. Fue incomprensible. Había subido el puerto de els Cortals d’Encamp en Andorra. Lo hice desde abajo, desde la capital. Ascendí por Engolasters, cogí el cami de Les Pardines y finalmente subí hasta el remonte donde termina la carretera asfaltada. Sí, ahí donde terminó aquella infernal etapa de la Vuelta 2019 que ganó Pogacar. En mi caso, sin embargo, era un bonito día de verano del que disfrutar. Estaba más o menos en forma y ese tipo de ascensiones, para qué negarlo, me encantan. Lo subí con la bici de montaña, que es la que había llevado para las tres semanas que pasé en Andorra este verano pasado.

Tras la subida, me puse un cortavientos y comencé a bajar. Por la misma carretera por la que había subido. Terreno de sobra conocido. En la segunda curva de herradura, tras una larga recta, me despisté y me golpeé (menos mal) contra el típico guardarraíl con protección de madera. Todavía hoy no entiendo lo que me pasó. Mi mano derecha se llevó se llevó lo peor. Allí dejé muestras de ADN en cantidad. Menos mal que llevaba guante largo. Ese día, al terminar la ruta, fueron a la basura. Pasé por una farmacia y compré gasas y clorhexidina para desinfectar el estropicio. Limpié las heridas, pero ya me di cuenta de que había una buena avería. Todavía hoy me molesta. Y seguirá molestando. Hoy es el día en que, como consecuencia de no hacer bien el gesto de cerrar los dedos de la mano derecha, tengo una tendinitis de la que me estoy tratando: el famoso «codo de tenista», la epicondilitis lateral.

Desde entonces, por una razón o por otra, no he andado en bici regularmente. Eso quiere decir: coger peso y perder la forma. Nada que no sepamos. Ya vendrán mejores tiempos. En verano había disfrutado de 25 días de ruta en los que, a pesar de algún que otro problema físico, fui capaz de pedalear 1.920 kilómetros con un desnivel acumulado de más de 34.000 metros. Suave suave, fue un viaje que, en parte, me reconectó con la bici. No sé por qué, pero me hacía falta algo así tras las restricciones de movimiento de la pandemia.

Los problemas que tuve en Portugal tuvieron que ver con una extraña carga en los ligamentos y los tendones del tobillo del pie izquierdo. Digo «extraña» porque en bici podía pedalear sin apenas problemas, pero, en cambio, al caminar enseguida notaba que algo no iba bien. Estuve tratándome con fisioterapia, pero hacía falta ir al origen del problema. Finalmente, tras una visita al podólogo, estoy probando con una talonera en el pie derecho. Como os lo digo, entré en la consulta con dolor en el tobillo izquierdo y salí de ella con una talonera para el pie derecho. Tuvo su gracia. Hoy es el día, tras algo más de un mes con esta solución, que parece que funciona. Tengo que volver al podólogo para compartir sensaciones, pero estoy muy contento. El dolor en el tobillo izquierdo al caminar ha desaparecido. Todavía no he hecho ninguna ruta larga a pie, pero algún día de estos habrá que probar.

Antes de estas penurias, prácticamente desde noviembre del año pasado hasta febrero de este año arrastré un viejo problema en la rodilla izquierda que me impedía pedalear. Bueno, no exactamente. Podía pedalear muy suave, pero en cuanto apretaba llegaban los dolores. Finalmente, tras varios tratamientos, me hicieron dos infiltraciones de ácido hialurónico y el problema pareció resolverse. Como os digo, no del todo, porque comenzó el dolor en el tobillo izquierdo, que el médico consideraba una derivación del problema de la rodilla.

Con todo esto, y a sabiendas de que mi forma física hoy en día es un poco bastante triste, no quería perdonar una jornada de ruta larga por alguna zona de hayedo. Otoño es otoño en esta parte del sur de Islandia y hay que aprovecharlo. Mi primera opción era repetir una ruta que hice el año pasado por el parque natural del Saja-Besaya. Fueron 106 kilómetros y algo más de 2.000 metros de desnivel acumulado. Pensé que esta vez necesitaba algo más suave. Y ahí es donde me acordé de Urbasa, una zona por la que hacía tiempo que no iba a rodar. Además, Urbasa en otoño se pone preciosa.

Urbasa en otoño

Así pues, este sábado hice una ruta más o menos perimetral por allí. El parque natural de Urbasa-Andia es un lugar fantástico. No solo por el paisaje y su masa forestal, sino también por sus restos arquelógicos. Además, no vas a encontrar grandes desniveles. Para ir con niños, por ejemplo, me parece una opción perfecta.

La semana había sido muy lluviosa y por supuesto me iba a encontrar con agua y barro, pero, en general, a excepción de algunas zonas umbrías dentro de los hayedos, sé que se puede ciclar bastante bien. Tampoco me quería meter por senderos complicados; lo mío era una ruta para andar suave suave. Finalmente me salieron 73 kilómetros y, como decía antes, 1.100 metros de desnivel acumulado. Nada que no sea capaz de hacer en condiciones normales para mi forma de andar en bici. El día, eso sí, estaba frío. Un grado positivo de temperatura media en todo el recorrido, según marcaba el Garmin.

El caso es que llevaba unos 15 kilómetros cuando en una bajada cubierta por hojas y con unas roderas que no fui capaz de ver, al querer esquivar unas ramas en mitad del camino, me caí. Lo supe desde el principio: era un golpe fuerte en la zona del hombro y el costado derecho, pero no sentí que se hubiera roto nada. Me quedé un rato conmocionado, pero luego me tranquilicé. Me costó encontrar las gafas en aquella alfombra llena de hojas secas. Repasé si había  desperfectos en la bici. Tuve que volver a poner recto el manillar. En fin, podía continuar.

Durante los siguientes kilómetros, a pesar de que me detuve algunas veces para hacer fotos y de que conscientemente iba con todas las precauciones del mundo, sentí que me enfadaba conmigo mismo. Las caídas siempre afectan a la autoestima. ¿Por qué me he caído ahí? ¿Cómo es posible que me haya vuelto a caer? ¿No venía a pasar la mañana, suave suave, a disfrutar de la ruta, de los paisajes, de esta maravilla que es Urbasa en otoño? ¿A santo de qué apretar en una bajada en la que no estaba viendo lo que había debajo de aquel mar de hojas?

Sé que con un golpe así puedo seguir pedaleando. El cuerpo, en caliente, es capaz de dejar que continúes la ruta. Quedaban casi 60 kilómetros por delante. Tuve dudas, pero decidí continuar. No quise parar en el bar del camping de Urbasa —esa era la idea inicial— para no enfriarme. Llevaba barritas; así que ya comería algo en ruta. Seguía pedaleando. El paisaje, desde luego, se volvía mágico por momentos. La explosión de colores apabullaba. Así que seguí y seguí dando pedales. Dolía, pero era soportable. Eso sí, sentía que el dolor iba a más. Nada alarmante, pero a más.

En el kilómetro 40 hice una pequeña parada para descansar y repasar la situación. Dudé si acortar la ruta, pero tampoco tuve clara una opción «tranquila» para volver al punto de origen donde había dejado el coche. Así que decidí continuar por el track que había elaborado. Sabía que la ruta me llevaría hacia el Balcón de Pilatos y que al final encontraría tramos más llanos, incluyendo algo de carretera.

Si te sales de las pistas principales, Urbasa es un terreno con mucha piedra en el suelo. No es de rodar fácil, aunque, como decía, no hay grandes desniveles. El acumulado se va haciendo a base de pequeñas subidas, ninguna excesivamente larga. Eso sí, ese rodar entre piedras hacía que el dolor siempre estuviera presente. Daba igual abrir las suspensiones, el cuerpo me iba avisando de que no me olvidara: el topetazo ahí estaba. Hombro, espalda, costillas. La respiración honda provocaba pequeños pinchazos de dolor.

Comencé la ruta poco después de las ocho de la mañana. Antes de las dos de la tarde ya la estaba terminando. Ni que decir tiene que meter la bici en el coche fue un auténtico dolor. A medida que el cuerpo se enfría, cada movimiento se convierte en un pequeño suplicio. Sabes que va a doler; así que comienzas a comportarte como un inválido. Anticipas y te vuelves una especie de inútil. La vuelta a casa en el coche —una hora de trayecto— servía para darse cuenta de que el lado derecho del cuerpo iba a necesitar cuidados extra.

Nada más llegar a Bilbao tocaba pasar por la farmacia de confianza de debajo de casa. Me he caído y me duele bastante el hombro y el costado izquierdo. Me salí con un clásico: Enantyum para tomarlo cada 4-6 horas. Por supuesto, hielo. La moral por los suelos. Esta mañana, además, me acercaré a Urgencias para ver si hay una fisura o algún pinzamiento lumbar. Me lo ha recomendado la médica que pasó por casa ayer a infiltrarme porque me dolía de lo lindo.

Así que este es un ejercicio tereapéutico. Me lo escribo, me lo cuento a mí mismo, me digo que ya me vale, que algo estoy haciendo mal. Siempre he sentido que mi estado físico determina mi estado emocional. Y ahora mismo es una mierda. En fin, quiero pensar que algo aprenderé de estos meses en los que el cuerpo protesta no sé muy bien de qué. Tengo que hacer las paces. Por favor.

 

Artículos relacionados

13 comentarios

José Miguel Bolívar 08/11/2021 - 10:17

Mucho ánimo, Julen. Ya vendrán tiempos mejores. Un abrazo fuerte.

Responder
Julen 10/11/2021 - 07:56

Gracias, José Miguel. Tengo que ver la forma en que esto se convierte en una «excepción evitable» 😉

Responder
Jose Angel Colinas Santos 08/11/2021 - 17:27

Ánimo Julen, estás todavía en caliente y lo ves de manera muy negativa. Ya escampará otra vez. Tu eres un tipo muy fuerte y con muy buena condición física. Te lo dice alguien con amplia experiencia en caídas y demás infortunios. A ver sin no tienes mucha avería

Responder
Julen 10/11/2021 - 07:53

La secuencia ha sido muy parecida a aquella salida en junio de 2018 en la que me caí delante de ti. Golpe, seguir pedaleando, llegar a casa, tampoco parece para tanto. Pero, al día siguiente, ¡zas! Llamada al médico de urgencia, pinchazo y a ir a Urgencias en cuanto puedas para ver si hay fisura. No la ha habido. Así que otra vez a base de drogas, con frío en las costillas y calor en la espalda. Nada nuevo bajo el sol. Pues eso, somos el único animal que tropezamos n veces con la misma piedra. Y «n» puede ser… lo que sea 😉
A ver cuando podemos quedar para dar un paseo por ahí arriba. Cuídate mucho.

Responder
Juanjo Brizuela 09/11/2021 - 08:33

Ánimo Julen, ánimo.
No me he caído pero llevo tres semanas sin poder correr. Me pongo hielo, estiro todos los días … y cuando parece que me encuentro bien que no noto nada, me pongo mi ropa, mis cascos y tiro a la zona exterior de mi ciudad que me pilla al lado de casa, para disfrutar del paisaje y de mis rincones de pensar, y mi soleo izquierdo me recuerda que existe y que es importante. Sé cómo te sientes. Ánimo.

Responder
Julen 10/11/2021 - 07:50

Jejeje, ya he tenido yo mis peleas con el soleo de la pierna izquierda. En fisio siempre me decían… joder, si esto es más típico de la gente que hace carrera a pie 😉

Responder
Julen 10/11/2021 - 07:49

Gracias por la referencia, Luis. Primera noticia.

Responder
Juan Manuel 09/11/2021 - 22:50

Amigo Julen, siento mucho tu infortunio. Eso que dices que lo físico condiciona lo emocional lo siento como mío; tras la última y fuerte caída que sufrí, el ánimo quedó bastante bajo. Ahora toca reflexionar, repensar nuestras rutinas y mirar que cosas podemos mejorar y tomarnos el tiempo necesario para que andar en bicicleta sea un goce y no un suplicio. Espero que lo de Urbasa no tenga consecuencias serias para ti. Muchos ánimos desde el sur del sur de Islandia.

Responder
Julen 10/11/2021 - 07:49

Últimamente no estamos teniendo suerte con nuestra vida dando pedales. No queda otra: paciencia, calma, recuperación y vuelta suave suave a las buenas costumbres. Ya veo que tú también ya vas saliendo del agujero jejeje.

Responder
Isabel 01/01/2022 - 16:23

Uff!, leyendo iba recordando mi última «estúpida caída» con la bici de hace unos meses. Todavía no la entiendo. Y también costado, hombro… Lo malo es que el dolor se suma a otros que ya va acusando el esqueleto y la combinación afecta al cuerpo, pero, como también dices, a la autoestima. «Pero… ¿cómo es posible?». De hecho, en la parte dura del confinamiento eché mucho de menos la piscina, que os donde puedo manejar mi propia autorehabilitación y puesta a punto. Y aunque yo estoy lejos de tus retos con las dos ruedas, también sé que tengo que ir buscando mi propio marco de limitaciones. Y menos mal que el agua me gusta…

Un abrazo 🙂

Responder
Julen 05/01/2022 - 06:37

Ha pasado, pasa y pasará. Nos caeremos y volveremos a levantarnos. Durante un tiempo nos acompaña el luto de esa incómoda sensación de torpeza o como lo queramos llamar. Pero seguiremos pedaleando. Ya lo estamos haciendo. Porque nuestra salud (mental, sobre todo) va en ello 😉

Responder
A la espera de la psicosomática adecuada – Consultoría artesana en red 31/08/2022 - 05:31

[…] contra un precioso suelo cubierto de hojas. Los hayedos majestuosos. Bajo las hojas, la trampa. Ahí algo se quebró: la confianza. Aunque el tiempo todo lo cura, creo que estoy todavía a falta de que mi mente se lo crea de […]

Responder

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.