El teletrabajo y la desconfianza entre mano de obra directa e indirecta

by Julen

Las empresas industriales tienen sus peculiaridades. Bueno, como cualquier otro tipo de empresa cuando la observas con detalle. Una característica muy particular es esa dualidad permanente entre la gente que trabaja a pie de máquina, en el taller, entre procesos productivos más o menos automatizados, y esa otra cuyo mundo es la oficina. Nos referimos a la tradicional distinción entre mano de obra directamano de obra indirecta, entre el trabajador de cuello blanco y el trabajador de cuello azul si nos vamos a la denominación anglosajona. Años y años de organizar la actividad empresarial bajo este prisma han producido consecuencias que a veces uno no puede sino sentir como auténticas cicatrices de la organización. Porque ha habido heridas profundas, vaya si las ha habido. Y las sigue habiendo.

A lo mejor hay que echar mano de Barrio Sésamo para distinguir términos: arriba y abajo. Arriba se ha asociado a la oficina, pero también a una perspectiva de control. Desde arriba se ve lo que se hace abajo. Desde arriba el Gran Hermano vigila para que nadie se salga del patrón. Abajo, en galeras, la gente con su ropa de trabajo azul, con su entorno fabril y sus condiciones de trabajo pegadas al ritmo de las instalaciones productivas, cumplen órdenes. La línea de mando está para lo que está. Y ahí operarios, jefes de equipo, mandos intermedios, responsables de producción, ingenieros de proceso, control de calidad: todo apunta en la misma dirección. Hay gente que tiene que hacer lo que el sistema dice que tiene que hacer. Allá abajo.

Por supuesto, los tiempos cambian. La frontera entre trabajo directo e indirecto se va diluyendo. En función de la tecnología disponible y del avance de lo que se ha venido a denominar industria 4.0, la situación es, no obstante, muy diversa. En general, los dos mundos diferenciados, el de taller y el de oficinas, mal que nos pese, siguen muy presentes. Las rutinas de trabajo de ambos colectivos no son las mismas. El taller quizá funciona con relevos; la oficina rara vez. El taller tiene unas pautas horarias mucho más vinculadas al ritmo de las instalaciones fabriles; la oficina se rige por otras urgencias. El taller genera unas condiciones de trabajo más «rudas»; la oficina ofrece otro ambiente de trabajo. El taller es más de hombres (con matices, pero estadísticamente lo es); en la oficina la cuestión de género va por barrios. En definitiva, dos mundos, con dos cosmovisiones diferentes, con dos referentes distintos a la hora de organizar y llevar a cabo el trabajo.

En estas estábamos y apareció la COVID-19. De repente el plan B se esfumó: distanciamiento social, cada mochuelo a su olivo y a repensar la forma en que nos organizamos. La digitalización, otra variable que diferencia taller y oficinas, impone sus reglas. La gente de arriba se recluye en su hogar y se le pide que siga con su actividad hasta donde sea posible. Lo lleve a cabo con sus dispositivos propios o con equipos que se haya llevado consigo desde el centro de trabajo. El conducto digital permite que el trabajo de cuello blanco pueda continuar. En cambio, quien vive esclavo de su máquina en planta no tiene qué llevarse a la boca.

Los de oficina son los privilegiados. Pero, ¿qué estamos diciendo? ¿Los de oficina van a seguir trabajando y los de taller no? Pues vaya chollo para los segundos, ¿no? No es tan fácil, no es tan fácil. Cada cual empieza a ver, de nuevo, los riesgos asociados a la clase a la que pertenece. La oficina de repente se traslada al hogar. El trabajo salta una frontera hasta ahora infranqueable (vale, no tanto, que esto ya estaba pasando) y llega al interior de nuestro particular castillo. En casa, junto a la familia, el trabajo. En buena o mala convivencia, pero no hay otra: te dicen que tienes que seguir (tele)trabajando.

La presión por volver a reactivar la economía es evidente: el de taller percibe que será quien, cuanto antes, deberá volver allá frente a su máquina, a su puesto de montaje, a su labor reflejada en un bono diario que entrega a quienes, desde arriba, controlan. Los dos mundos, que se siguen rigiendo por estándares diferentes, se encuentran en unas circunstancias desconocidas hasta la fecha. Hay que repensar cómo trabajamos. Y puede que resurjan viejos fantasmas de desconfianza. ¿Quiénes salen mejor parados? ¿Hay riesgo de caer en el cuanto peor mejor? Es decir, ¿pudiera ser que se imponga eso de que si yo estoy mal, tú vas a estar peor? ¿Aparecen claros privilegios de clase con la gestión del teletrabajo en esta nueva circunstancia?

Me parece un asunto complejo que me temo nos conduce a escenarios en los que hay que escarbar para poner sobre la mesa lo que compartimos y lo que nos diferencia. El presencialismo forma parte del trabajo, lo han grabado a fuego en muchos perfiles de puestos de trabajo. Hay que meter horas, hay que estar a pie de máquina. Sé que trabajas si te veo: puro control de toda la vida, puro fordismo, puro taylorismo que ahora puede extender su manto en una versión digitalizada en la que el Gran Hermando hace su agosto. En el teletrabajo puedo saber qué haces y cuándo lo haces. Si soy capaz de monitorizar al instante tu interacción con los dispositivos y sus aplicaciones, entonces estás vendida. Sabemos todo. Aunque estés en casa.

Mano de obra directa e indirecta son términos que han marcado una época pero que siguen presentes. La circunstancia actual de teletrabajo forzado saca a la luz confianzas y desconfianzas. El modelo de gestión tradicional de una empresa industrial hace aguas. Nuevos tiempos, nueva normalidad. ¿De verdad cambia algo o vamos a seguir con las miserias de clasificar a la gente en mano de obra directa e indirecta? Me da que la solución al rompecabezas pasa por tener en cuenta la situación personal de cada cual.

Imagen de Chris Delgado en Pixabay.

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2 comentarios

JEZABEL RAMíREZ UÑA 25/05/2020 - 12:13

Muy interesante este post… yo trabajo en la industria farmacéutica, considerada esencial en estos tiempos y que, por lo tanto, no ha parado. La mano de obra indirecta nos hemos ida a teletrabajar (casi casi por primera vez, somos presencialistas a tope), con toda la desconfianza de los superiores directos (te quedas en casa, PERO a trabajar) y la mano de obra directa ha seguido al pie del cañón. Por suerte en esta empresa, con todas las medidas de prevención requeridas (y me consta que no ha sido así en otros sectores).
Lo que verdaderamente me ha llamado la atención es esta distinción tan nuestra entre mano de obra directa e indirecta. En la MOD recae… TODO. Y siempre siempre salen los que peor parados. En más de veinte años en el sector farma, la mitad de ellos en producción la otra mitad en I+D (los privilegiados), no he visto ningún cambio para ellos, por mucha tecnología que se haya implementado en las líneas de producción. Y no veo la manera de salvarlos, no veo cómo conseguir que compartan nuestros privilegios de ‘white collars’, la verdad.

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Julen 05/06/2020 - 05:59

Hola, Jezabel. Disculpa que haya tardado tanto en contestar tu comentario. Entre una cosa y otra, teletrabajo va y teletrabajo viene, lo dejé estar… y hasta hoy.
Ayer charlé con un amigo que anda con un «problemón» de desconfianza entre directos e indirectos. Creo que refleja una marejada de fondo que todo el mundo sabía que estaba ahí pero que nadie se atreve a abordar. Lo que me da pena de todo esto es que parece que la gente se quiere igualar en lo malo: si yo me siento peor que tú, entonces te exijo que te rebajes hasta mi situación. No es tanto progreso como igualarnos en la mierda, con perdón. Es triste, pero creo que está más extendido de lo que parece. Y aquí hay para reaprtir «mierda» en ambos lados. Triste 🙁

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