De un tiempo a esta parte me han coincidido varios proyectos para clientes de la Administración Pública. Supongo que irá por barrios, pero la edad media de las personas que trabajan en este tipo de instituciones es inusualmente alta (para lo que estoy acostumbrado). En mi actividad profesional relacionada con la universidad, por ejemplo, la situación es bien diferente. Entornos del estilo LEINN nos conducen a interactuar con gente que queda generacionalmente en las antípodas de lo que ocurre en el sector público.
Por otra parte, uno de los elementos que siempre me ha parecido fundamental cuidar en cualquier organización de gestión avanzada es el plan de acogida. Creo que es muy importante diseñar planes de acogida ambiciosos, que dediquen tiempo a la persona recién incorporada para que sea capaz de asimilar todo aquello que consideremos relevante. Además, estas personas pueden proporcionarnos un feedback muy valioso en tanto que nos ayudan a detectar prácticas ilógicas. Ya se sabe que quien no está contaminada por las rutinas puede ver lo que quienes llevan dentro muchos años son incapaces de percibir. Así pues, la acogida, esa única oportunidad de causar la primera impresión, es un proceso de los más importantes en materia de gestión de personas. A ver si algún día le dedicamos más espacio en este blog.
Al mismo tiempo, en la Administración Pública se impone, además, una lógica aplastante: en los próximos años se van a ir jubilando miles y miles de funcionarias y funcionarios. Edades medias por encima de los 50 años con habituales. Y ahí es donde aparece un enorme reto: cómo compartir ese conocimiento acumulado durante tantos años. No es un proceso sencillo, desde luego. Porque habrá que admitir que convivirán buenas y no tan buenas prácticas.
Parece lógico humanizar las relaciones y poner en contacto durante un tiempo prudencial a quienes se van con quienes llegan. Ahora bien, tampoco creo que convenga plantearlo como una especie de transferencia unívoca de una parte hacia la otra. Creo que esa interacción es mucho más compleja. Necesaria, desde luego, pero que necesita un contexto y un tiempo.
Lamentablemente en demasiadas ocasiones está sucediendo que se amortizan los puestos de trabajo. Alguien se va, pero no hay alguien que llega. Aunque es un poco triste porque el mensaje es que tu puesto no hace falta (sí, se lo puedes vender como quieras, pero ese es el mensaje de fondo), creo que sigue siendo necesario diseñar un plan de salida en el que la persona que se jubila tenga la oportunidad de explicitar su conocimiento. Es un ejercicio que tendrá que ver con sus prácticas -más allá de los procedimientos que están por detrás- y también, por cierto, con algo mucho más concreto y prosaico: qué contenidos digitales deja tras de sí.
Comento esto último porque en un proyecto reciente con la Administración Pública he llegado a encontrar escenas casi surrealistas en las que se ha habilitado un repositorio de carpetas personales a modo de terra incógnita. Me refiero a carpetas personales de gente que ya se jubiló pero cuya producción digital ha quedado para la posterioridad sin ningún orden ni concierto. Eso sí, como no se sabe muy bien qué hay allí, por si acaso se mantiene el contenido accesible.
Los procesos de acogida y de salida de una persona en una organización son importantes. Merecen una gestión que implique calidez y calidad, que genere derechos y obligaciones. Y me temo que las malas prácticas están demasiado extendidas. En ambos casos.