Supongo que es momento de ponerse objetivos. Comienza un nuevo año. En vez de un flujo continuo nos han vendido la necesidad de fijar metas y de establecer retos. Necesitamos introducir elementos de motivación, faros que nos alumbren y que den sentido a lo que hacemos. Todo este discurso implica que, de lo contrario, vives en un estado indefinido nada estimulante. En cierto modo, si consideramos lo que nos explica la teoría de sistemas, los objetivos actúan como elementos reductores de incertidumbre (entropía). Fuera de ellos se vive bastante mal.
Ahora bien, en una sociedad en la que el rendimiento se ha endiosado, cabe considerar la paradoja que Byung-Chul Han define como la depresión del éxito en La agonía del Eros. El sujeto depresivo del rendimiento se hunde y ahoga en sí mismo nos explica este filósofo surcoreano afincado e Alemania. Y es que la (de)presión está ahí. La presión impuesta o autoimpuesta, la presión de hacer más con menos: esta es la norma de la que nos hemos dotado y que sirve para situarse en el lado del éxito o en la del fracaso.
Muchas veces el desequilibrio (para mal, el que tiene que ver con no conseguir el objetivo) vive esclavo de la ambición. Cuanto más exigentes los retos, más probabilidad de no cumplirlos. Y ahí hay dos maneras de jugar: quien juega la baza de no rebajarlos porque la exigencia se traduce en tensión positiva y quien rebaja la expectativa para escapar de la angustia asociada al fracaso. Por supuesto, la segunda opción no vende en un mundo que exige sí o sí exprimir los recursos.
Maximizar la eficiencia, porque el guion lo exige debido a la ambición de los retos, no puede ser una opción sin límites. El objetivo de un cuarteto de cuerda no puede ser que termine siendo interpretado por tres artistas. Este ejemplo tan burdo tiene sentido en la medida en que pone en valor las autolimitaciones. Nadie en su sano juicio se pondría como objetivo que lo tocaran tres en vez de cuatro personas. Pero si no despojamos de poder supremo a los objetivos, pudiera ocurrir que perdamos la perspectiva.
Hoy se habla de que la robótica y los avances de la industria 4.0 -o lo que venga después- nos conducen a un mundo de eficiencia máxima. Donde el concepto «máxima» es siempre relativo porque siempre se vislumbra un estado posterior. Si lo puedes medir, lo puedes mejorar. Así que no hay vuelta atrás. La carrera de la rata continúa y no tiene fin. Pero la lógica nos dice que al final acabaremos rompiendo la baraja. El trabajo y sus varas de medir, con la eficiencia a la cabeza, nos conducen a un callejón sin salida: el permanente estado de eficiencia máxima, la tensión total.
A nadie se nos escapa que frente a la velocidad y la eficiencia surgen múltiples paradojas. El movimiento slow es, quizá, una de sus manifestaciones más evidentes. Sandi Mann, profesora de Psicología en la Universidad Central de Lancashire, se está forrando con su bestseller El arte de saber aburrirse. Dice que a las niñas y a los niños los hiperestimulamos, que aburrirse bien es un arte. Quizá no haya solución y cada cual debamos encontrar nuestro punto justo de tensión… ¡y de aburrimiento!
Empezamos bien 2019. Hablando de la ansiedad en torno a los objetivos. Como si uno pudiera escapar de no ponerse objetivos. Sí, pero que nadie nos venda la receta perfecta porque me parece que no la hay. Podremos medir la eficiencia, pero su sentido mismo es relativo. Dime en qué contexto y te diré cómo usarla. Ya sabes: pon los objetivos a tu servicio y no al revés 😉
2 comentarios
Buena reflexión, Julen. Lo de «dejarse llevar», como el viento, me parece un mantra cool que solo le funciona a la gente cuando tiene suerte. Después cuentan lo bien que le fue haciendo eso, pero son historias sesgadas. Se ventila menos el relato de los que fallaron, y se pasaron la vida divagando, por no fijar objetivos Yo estoy a favor de fijar objetivos, aunque me inclino por la opción de rebajar las expectativas. Y no creo que sea falta de ambición, sino que creo que así vamos sumando pequeñas victorias. El «partido a partido» del Cholo Simeone, que es un tipo tenaz en lo que busca.
Lo de fijarse objetivos va con nuestra escuela de pensamiento, creo. Ahora bien, una vez colocados, creo que conviene jugar con cierta precaución. El problema que veo es su endiosamiento. Prefiero pensar en ellos como guías para lo que nos importa, como faros que alumbran nuestra actividad. Soy consciente de que propugno un relativismo que puede resultar desconcertante para cierta forma de pensar «ambiciosa». Pero por detrás de los objetivos hay una reflexión más potente que es la que me importa.