En primer lugar debo decir que no me tengo para nada por un experto en esto que se ha venido en llamar desde hace ya un cierto tiempo «smart city«. Mi referencia en este campo: Manu Fernández y su blog Ciudades a escala humana. Además, reciente doctorado y con un libro, Descifrar las smart cities, que algún día de estos caerá en mis manos para leerlo con tranquilidad y sin prisas, como quien acude a un diccionario en busca (de vez en cuando) de una guía que le ayude a entender los conceptos básicos.
Dicho lo anterior, sí que de vez en cuando leo sobre el asunto. En tanto que he en mi actividad de consultoría he andado cerca de conceptos como la industria 4.0 y que en mis clases en la universidad debato con leinners de segundo y cuarto años de Internet y tecnología en la empresa (desde una mirada crítica), no queda sino estar un poco al tanto de cómo se cuece todo esto. Y entre esas lecturas hace ya un tiempo que leí un pequeño artículo firmado por Cristina Galindo y publicado en El País: ¿Demasiado inteligentes? Se estaba refiriendo a las modernas ciudades repletas de datos y tecnología.
Un botón de muestra de este artículo citando al diseñador urbano Adam Greenfield en su libro Against the Smart City: “la noción de ciudad inteligente parece haberse originado dentro de las empresas más que en un partido político, grupo o individuo reconocido por sus contribuciones a la teoría o la práctica de la planificación urbana”. Sí, un argumento que dispara a la línea de flotación de para qué existen las supuestas ciudades inteligentes. Respuesta: ¿para hacer negocio? Así que esto era todo: la economía, en este caso la microeconomía, abarcando más y más en nuestra sociedad. Y lo peor de todo: sin que parezca que seamos conscientes de ello.
Cristina Galindo introduce en el subtítulo del artículo una frase que hace pensar: «La tecnología propone reconstruir la ciudad del futuro en torno a su visión de eficiencia». Y para que sea así se recurre al dato obsesivo. Anyway, anywhere. Datos por todas partes sin que muchas veces nosotros como ciudadanía tengamos información de por qué y para qué se extraen datos de lo que hacemos o dejamos de hacer. Las cámaras de grabación inundan las ciudades. Una especie de extensión de Facebook a la vida «real», un panóptico que se vende «a nuestro servicio». Todo por nuestra seguridad, todo por ofrecernos mejores servicios. Todo, pero con datos que nos afectan en primera persona.
Y es que, en el fondo, como se señala en el artículo, cada vez es más necesaria la reflexión en un mundo hipertecnológico. El aforismo que se atribuye al arquitecto británico Cedric Price está en plena vigencia: la tecnología es la respuesta, pero ¿cuál era la pregunta? Esto va, como siempre tuvo que ser, de colocar los bueyes delante del carro y no al revés. Primero importan las preguntas. Primero importa el para qué. Porque la eficiencia como engendro que lo guía todo se puede convertir en una guía ciega de lo que queremos ser. Si los números no salen, ¿no habrá transporte público?, ¿no habrá servicios para gente con ciertos problemas de salud?, ¿no los habrá para nuestros mayores?
Lo dicho, «inteligentes». Bien, pero que no se pasen de listas. Las ciudades al servicio del negocio. Un riesgo demasiado alto que tiene que ver con nuestra convivencia y con la sociedad que queremos ser.
3 comentarios
diria mas bien que son tontitas, discapacitadas, no saben que hacer estan desorientadas cono sus humanos trogloditas
Nada nuevo, más capitalismo salvaje disfrazado de palabras bonitas sobre la eficiencia de los recursos públicos, que caerán en saco roto por la poca competencia que demuestran, una y otra vez, nuestros servidores públicos.
Seguiremos poniendo el carro por delante.
Pues puede que sí, que no sea sino otro recurso de los de siempre 🙁