Calor y más calor. Es lo que tienen las tardes. Bueno, digamos que en realidad a partir de las once de la mañana empieza a ponerse complicado. Así que la estrategia es clara: hasta esa hora caminos, pistas, empujing y lo que haga falta. Pero cuando dan las doce, toca plan B. O sea, tranquilidad, paciencia, paradas frecuentes, líquidos y carreteras de esas de coche cada cuarto de hora… si hay suerte de que pase.
Pensaba que Miranda del Castañar estaría apretado de turistas pero no señora, de eso nada. Callejear por los mil recovecos del pueblo tiene su encanto. Las puertas de las casonas son cautivadoras y la muralla lo envuelve todo. Hay que esperar a después de cenar para andar con menos agobio de calorina. La gente mayor sentada a las puertas de sus casas charla de la vida o de lo que sea. El tiempo ha adquirido otra dimensión a esas edades. Las arrugas se retuercen en rostros de otra época, de aquella en que el turismo no se sabía lo que era. Hoy es la salida que mucha gente de aquí ha elegido. Quizá no quedaba otra.
El alojamiento que había elegido, la Posada de Miranda, me ha decepcionado. Otra vez la atención de quien te atiende lo condiciona todo. Joder, llego en bici y saldré mañana a eso de las seis media o siete. Pues estos dos datos parece que hay a quien le molestan. Hostias, vengo cansado, sudado y lo último que quiero es que me pongan la típica cara de que incordias. En fin, cómo se agradece una sonrisa. Con lo fácil que es. Y gratis. Pues parece que hay gente a la que le cuesta un potosí.
Decía que no había turisteo por el pueblo. La cena en el ¿único? restaurante abierto del pueblo estuvo muy bien. Una ensalada «fresca» (así se llamaba) y pluma ibérica. Solo había otra pareja comiendo con un niño pequeño. Hacía tiempo que no oía jurar como lo hacía «papá», será que está enseñando valores a la criatura. De cada dos frases un mecagoendios por lo menos. Flipando. Ya de vuelta a la posada fui saludando a toda la ancianidad que charlaba a las puertas de sus casas. Ah, y más de una partida de cartas. Entre mujeres.
La etapa de hoy es claramente de recuperación. Solo han sido 61 kilómetros y 1.300 metros de desnivel acumulado. Se sale de Miranda del Castañar por un camino empedrado que baja hasta el río. Para ser lo primero que uno se encuentra, hay que poner cien ojos en cada piedra no vaya a ser que la «recuperación» empiece mal. Y una vez abajo, tras cruzar el puente empieza la que será una suave subida de 1.200 metros de desnivel a lo largo de 32 kilómetros, hasta el Santuario de la Virgen de la Peña de Francia, una virgen negra que atrae a muchos peregrinos.
La subida hasta Mogarraz y luego La Alberca es agradable pero el bosque de rebollar es una trampa que oculta una población inmensa de mosquitas. Es una locura llevar decenas de ellas pegadas a tu alrededor. No deja disfrutar excepto cuando se coge velocidad, lo cual, dicho sea de paso, es un aliciente para apretar la marcha. Hago un tramo por carretera donde el asunto de los insectos es más llevadero. De paso charlo un rato con un par de señoras mayores que paseaban a esta primera hora del día. Ya me han dicho que hay mucho ladrón que roba uvas de las viñas cercanas a la carretera. Ay, qué gente.
En La Alberca hacemos avituallamiento líquido en una de los bares con terraza de la plaza. Todavía no habían llegado las hordas de turistas y se estaba a gusto. Desde aquí sale la pista que luego enlaza con la carretera que sube al paso de Los Lobos y luego sube hasta la cima de la Peña de Francia. Ya lo conocía de otra vez. Suave suave se va ganando altura y finalmente decido subir hasta arriba del todo aunque la ruta original desciende desde el paso de Los Lobos por una senda a la izquierda. Yo elegiré la opción de hacer cumbre y bajar por carretera hasta Monsagro, que es día de «recuperación». Las vistas arriba son espectaculares, de verdad muy recomendable. En la cima encuentro más ciclistas.
Hasta Monsagro son 17 kilómetros de descenso. Un placer, como podéis imaginar. A la entrada del pueblo paro en un bar que es también hotelito rural para comer algo. Voy con tiempo de sobra. Allí me quedo una hora charlando con los lugareños y con la chica que atiende. Un bocadillo de lomo embuchado con tomate y un poquito de aceite me sabe a gloria. La chica me cuenta lo difícil que está todo pero se la ve con ánimo. Me cuenta el problema del poco aprecio que muchas veces hace la gente del propio pueblo a estos establecimientos. Porque no se puede vivir solo de los fines de semana del verano. A ver si le va bien. Me manda recuerdos para Avelino, el dueño del centro de turismo rural donde me voy a alojar en Serradilla del Llano.
Salgo, relleno el botellín de agua en una fuente cercana donde un señor mayor llena su botijo. Hay dos caños y él está cogiendo del izquierdo. ¿Es mejor uno que otro? Le pregunto por aquello de si tiene truco. Dice que los dos caños son hermanos y como tales da igual uno que otro. Me pregunta a dónde voy y le digo que para Serradilla del Llano por la pista que baja al Adagón por la ermita del Santo Cristo del Amparo. Me mira curioso como diciendo… de dónde ha salido este que conoce tan bien el camino. Ya ve, abuelo, me gusta saber por dónde voy.
Solo quedan diez kilómetros jugando con el río. Se hacen rápido y menos mal porque el calor, como siempre, aprieta. Eso sí, hoy solo 38 grados. Para las dos de la tarde estoy en el pueblo y eso que he venido suave suave. En el bar del hotelito me atienden de maravilla. Parece que voy una de cal y otra de arena. Suerte que hoy toque la buena. Ya os contaré.
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4 comentarios
Cuando en el sur se hace la siesta es por algún motivo, pasar ese tiempo de mayor calor en un espacio sombrío que permita pasarlo cuanto antes. Si de paso, se duerme un poco, se recupera ya que la gente socializa por la noche cuando bajan las temperaturas. La cultura popular es sabia y se adapta al entorno.
Maravilloso invento el de la siesta cuando el calor aprieta, no hay duda jeje
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[…] de Mogarraz hacia Miranda del Castañar. Aquí dormí en ruta hacia Oporto cruzando la península ibérica desde Sagunto. Me acerco hasta la muralla exterior, al otro lado de la entrada principal, porque sé que allá al […]