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El diseño de la ruta, como ya sabéis, sigue la línea de costa. Sin embargo, para terminar la etapa de ayer (como la de anteayer en Óbidos) nos hemos tenido que venir un par de kilómetros hacia el interior. No veía muchas opciones de alojamiento adecuado en la costa y de ahí esta opción. Hemos hecho noche en el típico pueblo que queda, más o menos, en mitad de ningún sitio. Las praias se intuyen ahí cerca, pero Escravilheira es lo que es: casas a los dos lados de la carretera general. Aquí una clínica veterinaria, allá un garaje con unos cuantos coches destartalados a su alrededor, luego una tienda de decoración y poco después el down town, con la hospedaria en la que me alojo y otro establecimiento al lado para comer. Y segundas viviendas, las típicas de veraneo de toda la vida. Ni unos azulejos, ni un santo sepulcro, ni un chafariz que llevarse a la boca. Así pues, la tarde fue para no hacer nada. O sea, para descansar.
Lo que no fui capaz de suponer es que el restaurante que quedaba al lado estaría a reventar. Mira que voy pronto a cenar. Pues me quedé en shock al ver casi todas las mesas reservadas. Había algún tipo de celebración porque muchas de ellas eran para grupos grandes. Todo empezó a decibelios aceptables, pero a medida que fue pasando el tiempo aquello se puso al pil-pil. Comí el bacalhao da casa. La consecuencia: una noche a base de tragos y tragos de agua. Salado no, lo siguiente. Claro que haber quién es el guapo que se va de Portugal sin haber comido algún día bacalao.
La mañana amanecía con niebla densa. La humedad se iba depositando en el manillar, en las gafas, en los manguitos (que sí, que los llevaba puestos): gotas imperceptibles que al final se hacían evidentes. La primera aproximación a la costa evidencia que el día ha salido gris. El destino es Lisboa, la capital, pero hasta llegar allí todavía queda lo suyo.
Llego a Ericeira y se ve enseguida que entramos en territorio surfer. Se aprecia infraestructura con muchos negocios dedicados al sector, camping, autocaravanas y el despliegue habitual de las marcas de siempre. Hasta tienen su escultura en plan figura alargada de Giacometti dedicada al surfero.
Callejeo un poco por el pueblo, que a primera hora luce bonito. Las calles, como siempre, están empedradas y las casas encaladas con detalles en añil. Todavía creo que no se han despertado. Ni un alma en la calle. Son las ventajas de comenzar a pedalear pronto. De verdad, muy agradable el pueblo. Bajo hasta una playa y salgo de ella por una cuesta que se las trae. Todo en orden.
Sigo ruta y llego enseguida a la Praia da Foz do Lizandro. Por fin, como por arte de magia, la niebla desaparece. Me meto por un tramo de pista que ofrece una vista estupenda sobre esta pequeña ría y su coqueta playa. La bruma, no obstante, se ve todavía allá en el mar, reacia a abandonar la compañía del agua.
Esta primera parte de la etapa es un constante sube-baja que me mantiene entretenido. Aunque el diseño original de la ruta lo había llevado por la costa, decido atajar por Sintra, un lugar del que tengo agradables recuerdos a cuenta de unas vacaciones hace mil años. Así pues, vamos para Sintra. La verdad es que rediseñar las etapas en vivo es cada vez más fácil echando mano del planificador de rutas de Garmin y luego contrastando por si acaso con información de Strava para asegurar de que Garmin nos manda por lugares más o menos transitados. Así pues, no hay problema alguno en cambiar de planes sobre la marcha.
Definitivamente, los coches aquí en Portugal se te pegan demasiado para adelantarte cuando vas en bici. La distancia de seguridad no va con ellos. Para atravesar Sintra hay que coger una carretera muy sinuosa que salva 200 metros de desnivel. Al lado, a la derecha, se lleva pegado durante un buen tramo el famoso tranvía. Pues nada, los coches no se cortan un pelo. Da igual que venga otro de frente, no hay paciencia. Total, que ha sido un pequeño agobio. Eso sí, luego la bajada hasta la zona de costa ha compensado.
Cascais se queda atrás, a la derecha del atajo que he tomado por Sintra. Paso junto al circuito de Estoril y me encuentro enseguida de nuevo con el Atlántico. Domingo a las puertas de agosto quiere decir que las playas están concurridas.
Continúo hacia Lisboa, ya junto a la desembocadura del río Tajo. El paso junto a la Torre de Belém es otro pequeño baño de multitudes. Como digo, me trae recuerdos de otra época. Con bastantes más kilos que ahora, por cierto. La bici ha ayudado en el cambio.
Sigo pedaleando por un carril bici caótico que se entremezcla con peatones y con miles de patinetes. Muchos de ellos parecen abandonados. Los hay de varios servicios de movilidad, dejados de cualquier forma. No exagero si digo que los hay a cientos. Además, se ven a bastante gente sin hogar repartida en tiendas de campaña. Supongo que los establecimientos de comida rápida de los alrededores les servirán para aprovisionarse de alimento. No sé, sensación extraña y paradójica. La gran ciudad debe de venir con estas contradicciones, según parece.
Siguiendo la ribera del Tajo llego, por fin, a la Praça do Comércio, de dimensiones colosales y uno de los emblemas de la ciudad. El sol aprieta. Claramente, es el día de más calor desde que comencé el viaje. Con el fresco que hacía esta mañana, a cuenta de la niebla, cuesta creerlo. Y las previsiones para estas siguientes jornadas, en pleno Alentejo, son de máximas por encima de los 40 grados. Habrá que madrugar… más aún.
Es pronto y hago un poco de tiempo sentado en una terraza viendo a la fauna local. Bueno, local y de cualquier sitio. Aprovecho también para inmortalizar a uno de los famosos tranvías lisboetas.
Me sitúo respecto al lugar donde se encuentra mi alojamiento. Poco a poco voy subiendo con la bici para allá. Al hacer la entrada asisto a una situación un tanto extraña. Me dicen que tengo que pagar, pero yo hace días que vi el cargo en mi tarjeta. En la recepción atienden un chico y una chica que no se aclaran entre ellos. Al final, como era de prever, el asunto queda resuelto. No sé si por el incidente o por lo que sea, me encuentro con una habitación muy agradable, con su balconcito, agua y café cortesía de la casa, zapatillas e incluso ¡una báscula! en el cuarto de baño por si quiero comprobar la ganancia o pérdida de peso durante el viaje.
Tras la ducha y la colada, toca moverse un poco por Lisboa. El calor aprieta de lo lindo. Mañana dejamos la costa definitivamente. Eso sí, primero cruzaremos EL Tajo hasta Barreiro y desde allí emprendemos ruta hacia el este. Destino: Badajoz. Calor, seguro.
Kilómetros totales hasta esta etapa: 1.464,33.
Metros de desnivel acumulado hasta esta etapa: 18.055.
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📷 Fotografías de la ruta cargadas en el álbum de Flickr.
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2 comentarios
Coincido, la transformación de una ciudad en turística es empobrecedora
Y de qué manera…