NFT: la ilógica digital, de la abundancia a la escasez

by Julen

Si algo ha cambiado con la digitalización ha sido la facilidad con la que podemos replicar el contenido y distribuirlo a un coste que, nos dijeron, tendía a cero. Vale, pero deberíamos pensar también en términos de sostenibilidad, ¿no? Hubo sectores que sufrieron una revolución. Todo aquel contenido que había vivido de la escasez, de una autoría diferenciada y única y de unos considerables costes de replicación, se vio, de repente, apelado. Así que el discurso del conocimiento libre, de la difusión de la obra desde múltiples alternativas diferentes al copyright, pareció ganar enteros. La piratería —o sea, la botella medio vacía— comenzó a hacer su agosto junto a la libre distribución del conocimiento —o sea, la botella medio llena— en una convivencia cuando menos tensa.

Este año pasado, 2021, con nuestras mentes y corazones (pre)ocupados a cuenta de la pandemia del coronavirus, fue, entre otras cosas, el año en que explotaron los NFT (Non-Fungible Tokens). Sí, de repente, nos enterábamos de que se podían pagar 70 millones de dólares por un objeto digital, como recoge Marta Suárez-Mansilla en este estupendo artículo: NFT y los retos jurídicos de la creación contemporánea.

El mundo entero quedó sorprendido por el exitoso resultado de la subasta organizada por Christie’s el 11 de marzo de 2021, cuando la obra NFT Everydays: The First 5000 Days alcanzó un inesperado precio de 69,3 millones de dólares (algo más de 62 millones de euros). Con esta venta, Mike Winkelmann (cuyo nombre artístico es Beeple) se convertía en el tercer autor vivo más valorado de la historia, justo por detrás de Jeff Koons y David Hockney.

La lógica del NFT va pegada a la de la tecnología blockchain y las criptomonedas. ¿Como conseguir confianza en algo? Bien, vamos a descentralizar el asunto. Que no dependa de un nodo ni de dos ni de tres, que dependa de una cadena en la que «se pierde» cualquier centralidad. Eso sí, la tecnología implica un uso intensivo de recursos: el famoso minado. Al final, se trata de conseguir añadir bloques a la cadena para hacerla más robusta. Se supone que la cadena de bloques proporciona, teóricamente, resiliencia, transparencia y estabilidad. Sí, he dicho estabilidad. Y ahí llegan, por ejemplo, los NFT.

El carácter único de la obra lo entendemos. El carácter único de la obra digital nos mete, sin embargo, en problemas. ¿Qué problemas? Básicamente, lo que decíamos antes: digital trajo consigo la copia a coste cero. O sea, que si una banda componía una canción y esa canción terminaba en un soporte digital (imposible que no sea así en los tiempos actuales), ya se podía olvidar de pensar en escasez. La diferencia respecto a los tiempos del vinilo (solo vinilo) es que el duplicado de ese vinilo implicaba costes físicos. El duplicado de la obra digital, en cambio, insistimos, rompió la baraja.

Los NFT viven de la escasez. Se nos presentan como aquello que siempre supimos que proporcionaba valor a un objeto: solo tú (o muy poca gente) lo tiene. Así es como vamos a hacer que te sientas especial. Porque tú y solo tú posees ese objeto. Vale, no lo vas a poder lucir en el salón de tu casa; lo vas a poder mostrar en tu escaparate digital. Y ahí, de nuevo, vendrán tus quebraderos de cabeza. Ya me imagino a los crackers de turno haciendo horas extras para que te quedes con cara de tonto cuando te lo roben. Porque lo escaso, lo de valor, siempre ha llamado al ladrón. Por siempre jamás.

En fin, el arte es el arte. La genialidad se paga (o se debería pagar). Los NFT ya están aquí. Rodeados ahora de incertidumbre por el turbio momento de las criptomonedas. Pero el concepto es el concepto, que decía Pazos. Y, por supuesto, presenta la (i)lógica de lo que hasta ahora era imposible: digital y único en la misma frase.

Imagen destacada de Pete Linforth en Pixabay.

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