07 Alcora – Benicarló #BajoEbroMTB

by Julen

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La idea inicial había sido hacer noche ayer en Castellón, pero documentándome sobre la zona encontré L’Alcora, uno de esos lugares en los que el día de Viernes Santo está marcado en el calendario con tinta especial. Eso sí, el momento cumbre son las doce del mediodía. Ahí arranca la Rompida de la Hora con el estruendo de tambores y bombos. A finales de 2018 la UNESCO la declaró Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Detrás está la Hermandad del Santísimo Cristo del Calvario de Alcora. Cada año nombran a un «rompedor de honor» y este le ha tocado a Víctor Palmero. No he sido capaz de saber si algún año ha habido «rompedora».

Claro que aquí lo que de verdad tiene tradición es la Festa del Rotllo. Cuando digo tradición, es que se celebra desde 1756. Es una romería en la que las niñas y niños son los protagonistas. Todos los lunes de Pascua se sube a la ermita de San Cristóbal y a la gente se la obsequia con un rollito de masa de harina, que es el que da nombre a la fiesta. Se conmemora el hecho de que fueran los infantes quienes en aquel lejano 1756 consiguieran acabar con la sequía.

Nosotros coincidimos con la procesión de Las Tres Caídas, en la que un penitente cargaba con la cruz. A nuestro lado pudimos asistir a la primera caída. Todo a ritmo de tambor.

Sin embargo, el día de Viernes Santo en L’Alcora sorprende por otro asunto. Si pensabas en la Semana Santa como momento de recogimiento y penitencia, te olvidas. El pueblo, tras la Rompida de la Hora, era puro bullicio con gente de todas las edades disfrutando de la música y el alcohol. Grupos repartidos en peñas, al más puro estilo riojano o navarro, se iban cociendo poco a poco. Tradiciones varias, ya veis.

De todas formas, L’Alcora está en el mapa sobre todo a cuenta de la cerámica, ya que su Real Fábrica de Loza Fina y Porcelana fue la primera fábrica industrial de cerámica de la provincia de Castellón. Eso supone remontarse a 1727, fecha en que se creó esta manufactura real. Eran tiempos de Felipe V, «el Animoso». Ah, los Borbones, siempre tan campechanos ellos, ¿verdad? Pues eso, que L’Alcora, si bien ya cerró la Real Fábrica, sigue contando hoy en día con una potente industria cerámica. Existe un museo que da fe del pasado, pero la realidad hoy es que aquí mucha gente vive de la baldosa cerámica. Y sí, cuenta con su propia Escuela Superior de Cerámica.

Ah, que no se me olvide. Cambio de tornas. ¿Despoblación? Por fin le damos la vuelta a tortilla. La población ha ganado 2.000 habitantes si miramos a las cifras demográficas de 1900. Vítores, fanfarrias, fuegos artificiales.

Hoy la etapa marcaba un cambio significativo. Hasta ahora nos movíamos en territorio montañoso (con excepción del tramo que nos acercó ayer a Castellón antes de ir hacia L’Alcora), pero el panorama cambia para los próximos días: el Mediterráneo se va a constituir como referencia obligada.

Nada más empezar a pedalear me doy cuenta de que el ruido que ayer me machacó la paciencia continúa presente, si cabe con más virulencia. Me encomiendo al santo Job. Por actitud será.

Tras un desayuno en un bar desde cuya terraza no paramos de ver ciclistas que comienzan su tradicional salida de sábado, la ruta nos lleva en dirección a Castellón. Hasta llegar a Benicàssim casi toda ha transcurrido por carriles bici y entre fábricas de cerámica, cómo no.

Por educación, hemos ido saludando a los varios millones de cicloturistas con los que nos hemos cruzado. Y, por fin, el Mediterráneo aquí al lado. Llegamos a Benicàssim.

He intentado solucionar el problema de los crujidos, pero no ha habido manera. Es el sillín, no tengo dudas. Alberto ha localizado un taller de bicis y, aunque no le cambian el radio roto, al menos le venden un par de ellos. Ya veremos si más adelante conseguimos que le arreglen el problema y le centren la rueda. Yo tengo más suerte. Efectivamente, mi problema estaba en el sillín. Los crujidos, que a veces casi parecían provenir del pedalier, provenían de donde asiento el culo. El problema se resuelve con aceite de teflón en las guías.

A la salida de Benicàssim cogemos una antigua vía de tren convertida en paseo de multitudes. Es un tramo muy agradable con unas trincheras imponentes y un túnel de casi 500 metros justo antes de entrar en Oropesa del Mar.

Cuando Alberto andaba ya agobiado con su rueda trasera, nos encontramos con una tienda junto a la playa que dice «alquiler y mantenimiento de bicis». Un vejete encantador le saca del apuro para continuar la ruta sin mayores problemas, con la rueda trasera «más o menos» centrada.

Reemprendemos ruta. Sí, sí, con paso por la emblemática Marina d’Or, ciudad de vacaciones. Vaya montaje. En fin, de todo tiene que haber. ¿De todo? Eso parece.

Poco antes de Alcocéber paramos en un chiringuito frente al mar. Aunque todavía quedan algunas zonas salvajes, en cuanto nos acercamos a una población las playas están a rebosar.

Pasado Alcocéber llegamos al tramo más interesante de la etapa de hoy. Una pista (con mucho coche, dicho sea de paso) nos introduce en el Parque Natural de la Sierra de Irta, que da acceso a un montón de calas. Sábado Santo no perdona y quien más quien menos ha probado a llegar con el coche o la moto a su playa preferida. De las que hemos visto, me quedo con la de Prebet. Preciosa.

Poco antes de hacer los cien kilómetros llegamos a Peñíscola, que poco a poco se veía en el horizonte, asida a su promontorio y con su estampa característica.

No había estado nunca en Peníscola. Bueno, por la tele la tenía más que vista, transformada en Valencia, para el rodaje de El Cid, con Charlton Heston como protagonista. Y sí, aquí aguantaron los fieles al Papa Luna en su lucha contra la banda de los de Roma allá en el siglo XV. Así que Webster todavía lo encuentra muy presente en la vida del siglo XXI:

Era una fortaleza perfecta encaramada a un peñón grande como un pueblo, que se adentraba en el mar sin más conexión con el interior que una estrecha lengua de tierra. Lo que entonces fue un lugar majestuoso de espléndidos muros almenados y excelentes edificios góticos, ha sido prácticamente arrasado por la bestia del turismo masivo que ha convertido la primera línea de playa contigua a esa singular península en una ristra de apartamentos y hoteles. Por su parte, el casco histórico está inundado de tiendas donde venden pelotas de playa o cremas de protección solar y de garitos de comida rápida con pizzas «Papa Luna» y hamburguesas con salsa ketchup «Caballero Templario».

Pues sí, estaba que no cabía piojo en costura, que diría mi madre. Después de comer un bocata hemos probado a merodear un poco por la parte antigua, pero mejor lo dejamos para otra vez.

Así pues, pasados los cien kilómetros, llegamos al hotel en Benicarló. Mañana más.

Kilómetros totales hasta esta etapa: 517,16.

Metros de desnivel acumulado hasta esta etapa: 7.659.

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📷 Fotografías de la ruta cargadas en el álbum de Flickr.

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