La costumbre de igualarnos en lo peor

by Julen

Ayer manteníamos una interesante discusión, al hilo de lo que está ocurriendo con el teletrabajo, acerca de hasta dónde apostar por él en un entorno laboral post-covid19. En la mesa había personas de diferentes ámbitos sectoriales y, además, con mezcla de empresa pública y privada. En general, creía percibir un cierto hastío respecto al uso de las tecnologías que implica el teletrabajo. Aquí hemos escrito bastante sobre teletrabajo y seguro que lo seguiremos haciendo. Porque, para mí, hay dos aspectos que nos obligan a profundizar en estas nuevas modalidades de trabajo:

  1. Comparando con la situación precovid19, es evidente que va a ir a más.
  2. El teletrabajo plantea un enorme reto de gestión, tanto desde la perspectiva de las personas y nuestra relación con el trabajo, como desde el enfoque de transformación digital.

En la conversación surgía la evidente diferencia que se deriva del tipo de trabajo que desarrollamos para pensar, en consecuencia, hasta qué punto y cómo teletrabajar. Es fácil entenderlo en funció de dos situaciones que se comentaros y que casi están en las antípodas desde la perspectiva del teletrabajo real. Piensa, por ejemplo, en una traductora, una persona que con su conocimiento y apoyada en una serie de recursos (basados hoy en día al 99,9% en software), saca adelante un trabajo en el que el lugar físico evidentemente no condiciona tanto… como aquella otra situación en la que otra persona manipula una o varias máquinas en, pongamos por caso, un taller de mecanizado.

El asunto es que, en un momento dado de la conversación, todo derivó a que si dentro de la misma organización unas personas no pueden teletrabajar, entonces, por afán de justicia e igualdad, mejor no se explora esa vía. Desde luego, que esa tendencia a igualarnos en lo peor me parece triste, tristísima. Además, cuando el argumento es la igualdad de derechos. Una apisonadora que excluye, según parece, cualquier tipo de consideración de carácter personal. Pero es que desarrollar trabajo desde casa (si hablamos de esta modalidad específica de teletrabajo) es tener en cuenta, primero, las condiciones únicas de cada persona. Por supuesto, serán diferentes no en función del puesto de trabajo, sino de la persona concreta de la que se trate. Trabajar en casa es hablar, por supuesto, de conciliación.

Para mí trabajar desde casa —o, más amplio, no hacerlo desde el lugar de trabajo «clásico», sea oficina o taller— es una opción que debe explorarse en el 100 % de los casos. Luego, otra cosa será si se implanta, en qué grado, para qué personas y con qué frecuencia. Pero me parece obligatoria esta reflexión porque influye, al menos, en estos cuatro aspectos, cada uno de ellos absolutamente vital hoy en día:

  1. La sensación de sentirse bien con la persona que somos cuando estamos trabajando.
  2. Una efectividad en el trabajo que, seguro, puede incrementarse.
  3. Una reducción del impacto medioambiental al reducir desplazamientos.
  4. Un avance en el soporte que las tecnologías nos ofrecen para hacer mejor nuestro trabajo.

Como digo, me parece triste que si un compañero de nuestra misma organización no puede teletrabajar, entonces yo no lo pueda hacer ¡para no generar agravios! Nos hacemos un flaco favor si no somos capaces de entender que diferentes circunstancias conducen a enfoques diferentes de teletrabajo. Conste que debe quedar claro que no jugamos en una liga de todo o nada. Estamos hablando de dosis de trabajo en oficina y fuera de ella. Y ahí, nuestro hogar es una posibilidad. Compleja y sujeta a un análisis cuidadoso. Nuestra salud, física y psicológica, va en ello.

Imagen de StartupStockPhotos en Pixabay.

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