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Con la etapa de hoy van entre pecho y espalda casi 16.000 metros de desnivel acumulado en unos 850 kilómetros. Sin duda, ayer fue el día más exigente. Aunque uno se proponga ir suave suave, de vez en cuando hay que apretar si queremos subir montados sobre la bici determinados repechos. También es cierto que seguir el GR implica más desgaste porque algún que otro tramo, sobre todo en la etapa de ayer, requería técnica y a veces, cómo no, empujing. En fin, mañana pasaremos el ecuador de la ruta.
Manteigas, no hay duda, vive atada a las montañas que la rodean. El pueblo se dispersa por una de las laderas del valle del Zêzere y básicamente todo él son cuestas. Destacan enseguida las dos torres de la iglesia de San Pedro, construida en estilo barroco en el siglo XIX, con sus lucidas campanas. Aquí se encuentra la sede central del Parque Natural da Serra da Estrela y también hay un centro de interpretación del valle glaciar. Todo esto quiere decir que si la intención es hacer senderismo y explorar la región, has llegado al sitio correcto. Además, hay cerca una estación de esquí y se practica también parapente, piragüismo, escalada, equitación y sí, lo habéis adivinado, ciclismo, sea de monte o de carretera. Porque Manteigas posee un centro BTT con unas cuantas rutas de diferente nivel de dificultad, como suele ser costumbre.
Desde el hotel, pegado al rio Zêzere, tuve que hacer escalada para llegar al centro y cenar allí. Joder, qué cuestas. Luego me tomé un té y un pastel de feijoca, típico de aquí en la Queijeria Manteigas, que me habían recomendado en el hotel. Un acierto total, tanto por la atención, los productos y el local en sí, decorado con algunos detalles de esquí.
Por mi parte he aprovechado la jornada de semidescanso que había programado hoy para pedalear siguiendo el Zézere hasta Belmonte, otra de las aldeias históricas, en un itinerario de ida y vuelta. Además, quería visitar Centum Cellas, «el más enigmático edificio de estos parajes portugueses», según le pareció a Saramago.
He desayunado tranquilamente en el hotel, sin prisa alguna. Tengo que mirar las pastillas de los frenos de disco delanteros porque con cierta frecuencia se desajustan. A ver si por la tarde me pongo con ello y las centro bien. Qué mal llevo ir escuchando ruidos en la bici.
Enseguida cojo una pista a la derecha del río Zêzere que luego se hace senderito con algún que otro paso técnico. Bonito para empezar este día de descanso.
Se sale por fin a un complejo fluvial, por llamarlo de alguna manera. Playa, parque de merendas, toboganes, canoas… y pista artificial de esquí. Sí, habéis leído bien.
Ya en la carretera, ponemos rumbo a Centum Cellas. Echamos mano del maestro Saramago.
Presiente el viajero que la solución estará en los terrenos circundantes, porque es de suponer que este edificio no habrá surgido aquí aisladamente, por una especie de capricho. Bajo estas tierras labradas se encontrará tal vez la respuesta, pero mientras no sea posible garantizar trabajo serio y metódico, dinero pronto y protección suficiente, es mejor dejar en paz a Centum Cellas.
Cuando llego, una chavalería encantada trabaja en el yacimiento. El edificio es… diferente, ¿no? El bullicio de las chicas y chicos que escarban aquí y allá le da un aire más amable a la noble ciencia de la arqueología. Se los ve disfrutar, amén de de alguna llamada al orden de quienes lidian con ellos.
A escasos tres kilómetros está Belmonte. Hay que subir, cómo no, hasta el castelo. Sudamos un poco, claro está.
Además de aldeia histórica, es el lugar natal de Pedro Álvares Cabral, que llegó, como que no quiere la cosa, de casualidad, en 1500 a Brasil. Así que aquí tiene dedicado su museo, la calle principal y una hermosa escultura. Hay que poner en valor a los héroes locales. Sin embargo, hay otra circunstancia que tiene especial relevancia en la vida de este pueblo.
Muchos judíos expulsados de España encontraron aquí su refugio y su presencia ha llegado hasta la actualidad desde la Edad Media. Desde el castillo y su plaza contigua se baja por la Calzada Romana para entrar en la antigua judería. Enseguida se pueden ver en los umbrales de las casas de granito marcas en la piedra. Ahí vivían judíos, pero obligados a hacerlo en secreto. Hoy se puede visitar la Sinagoga Bet Eliahu y también hay un museo. La presencia judía, aunque aquí es más destacada, es algo común a muchos pueblos de esta zona en torno a la frontera.
Nos queda la vuelta a Manteigas. Carretera, en subida suave pero constante, aunque con algo de viento a favor. Así son los días de descanso. Mañana toca subir a la cima Coppi de esta ruta. Pero ya os lo contaré, no tengáis prisa. A lo mejor me echo la siesta.
Kilómetros totales hasta esta etapa: 848,50.
Metros de desnivel acumulado hasta esta etapa: 15.822.
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