03 Braganza – Chaves #PortugalMTB

by Julen

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Llamazares echa mano en numerosas ocasiones de la saudade portuguesa para contar lo que va encontrando en su recorrido por Trás-os-Montes. Braganza no se libra, cuando dice que aquí encuentra «unas esquelas enormes, tan grandes casi como carteles, que acompañan al viajero en su paseo«. Además, el hombre escucha las típicas canciones del verano, pero nada tienen que ver con la barbacoa o el chiringuito de Georgie Dann, sino que son más bien «canciones de amor y fados que cantan voces oscuras, normalmente de mujeres, y que impregnan el paisaje de una profunda tristeza.» Alegría, alegría, que estamos en Braganza, nuestra primera noche en Portugal.

Pues que sepáis que en el barrio de la ciudadela, dentro del castelo, tenían unos bares arriba en la plaza con musicón a todo volumen. Chocaba estar frente a la iglesia de Santa María con los altavoces a todo trapo haciendo sonar reguetón y hip hop. Llamazares, esto no es lo que era.

Como es costumbre, he tenido tiempo de callejear y de intentar absorber un poco del ambiente de la ciudad. Ahí es nada, que tiene dos catedrales, una vieja y otra nueva. A ver cuántas ciudades pueden presumir de semejante fe arquitectónica. La antigua es del siglo XVI y la nueva, bueno, la nueva es de la época de la Wikipedia: se inauguró en 2001. Y sí, claro, es la la primera catedral portuguesa que se ha construido en pleno siglo XXI. Por supuesto, me quedo con la antigua. Vas a comparar, por favor.

Pero aquí en Braganza lo que mola es el castelo. Si echamos mano de la Wikipedia:

El castillo se erige sobre una altura de 800 metros por encima nivel de mar. Con un perímetro de 660 metros para avistar las batallas. Las paredes están reforzadas por quince torretas. Las murallas de 2 metros de anchura rodean el núcleo histórico de la ciudad, encerrando tres hectáreas de tierra. Desde sus murallas, se pueden ver las montañas de Montesinho al norte, Sanabria al oeste y el Castillo de Rebordões al este.

Intramuros del castelo se arremolina un barrio que, oh sorpresa, no está atiborrado de tiendas de souvenirs y bares. Haberlos, los hay, pero se ve que vive gente, lo que se agradece. Las murallas lucen hermosas y qué decir de la torre del homenaje, un torreón enorme que se ve desde todas partes. Desde luego que Braganza es, repito, en gran parte, su castelo. Avisados quedáis.

Cené un estupendo plato de pasta en un restaurante que está pegado al hotel en que me hospedaba. De hecho pensaba que era el del mismo hotel hasta que le dije a la camarera que anotara la cuenta en la habitación y me dijo que tururú.

Pacté un desayuno a las 6 de la mañana para comenzar a pedalear a primera hora y evitar, hasta donde sea posible, el calor. Así que a las 6:30 ya estábamos en ruta camino de Chaves.

Llamazares se encontró carreteras infames. Treinta años después, no hay color. Asfalto perfecto, arcén, curvas bien peraltadas; nada que ver este presente con aquel Trás-os-Montes que conoció el escritor leonés. La carretera es muy agradable, en pleno Parque Natural de Malgosinho. El escasísimo tráfico la hace aún más confortable. Por aquí discurre el Camino Portugués da Vía da Prata hacia Santiago. He tenido tentaciones de coger algún tramo, pero de veras que la carretera, sin apenas tráfico y con pequeñas aldeas cada cierto tiempo, se hacía querer. Otra vez miro esta opción.

Se ven muchos bares y restaurantes cerrados. Todo el mundo está con la misma conversación. Por cierto, cómo no, con críticas a los de la ciudad (Lisboa, sobre todo) y a las zonas de veraneo a cuenta de las aglomeraciones. Aquí en Trás-os-Montes la escasa densidad de población supongo que hace de cierta barrera al virus. La verdad es que no sé muy bien cómo andan por esta zona de contagios por el bicho.

Hemos hecho parada en Vinhais, también en Rebordelo y, por supuesto, en Bolideira. Había que echar un vistazo a la piedra que tanto impresionó a Llamazares. Bueno, en realidad son tres buenos pedruscos de granito, «como una hogaza invertida partida por el medio» y apoyadas en otra que les sirve de base. Luego de cumplir con los berruecos, hemos sentado el culo un buen rato en la típica tasca junto al cruce que va hacia la pedra bolideira. Una tosta y a poner el oído a ver de qué hablan los lugareños. Ni puta idea. Será portugués, pero o ponen subtítulos o no hay manera. Eso sí, Tainted Love y Billie Jean de fondo sin mayor problema. Total, los gritos, alaridos y juramentos se imponían a la música de fondo. Diossss, qué cuerdas vocales. Y no había tipo que pasara en coche por allá que no saludara con otro grito de la hostia.

De Bolideira a Chaves son algo más de 15 kilómetros, todos en bajada. Un final de etapa que ya firmaba cualquiera, ¿verdad? De casi 900 metros de altura a poco más de 300; o sea, de una temperatura llevadera allá arriba al bochornillo de abajo.

He llegado pronto y me he acercado a hacer unas fotos al puente romano sobre el Támega. Unas terrazas a la sombra de unos plátanos junto al río no me han dado mucha opción. Desde aquí publico el post de hoy, algo más pronto que de costumbre. Mañana más.

Pedra bolideira

En buena compañía en Vila Verde


Industria nacional portuguesa: a pedreira 😉


Aupa Mikel, desde Chaves

Kilómetros totales hasta esta etapa: 254,83..
Metros de desnivel acumulado hasta esta etapa: 3.683.

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📷 Fotografías de la ruta cargadas en el álbum de Flickr.

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