Se cayó Google y con él mi autoestima

by Julen

Estábamos en plena reunión a través de Google Meet. Curiosamente reflexionábamos sobre la manera en que lo digital podía contribuir al desarrollo de un proyecto relacionado con el teatro infantil. No solo en tanto producción artística, sino también en cuanto a aspectos complementarios relacionados con residencias y mentoring para quienes han creado las obras o incluso con la forma en que se comparte conocimiento en este particular sector. No recuerdo la hora exacta, pero sería algo antes de la una del mediodía. De repente, la comunicación se cortó. Me empezaron a saltar mensajes de Google en la pantalla: no se reconocía al usuario. No reconocemos quién eres. No había forma de entrar de nuevo en Meet ni en Drive. El correo estaba caído. Era evidente: el mundo llegaba a su fin. La covid19 era un chiste comparado con lo que estaba pasando.

Llamé a mi hada madrina de la tecnología, pero me dijo que sí, que Google se había caído. Todavía no habíann reportado qué estaba pasando. Solo sabíamos que el gigante de Mountain View estaba fuera de juego. Finalmente, montamos plan B y a través de Zoom continuamos la reunión, tras un buen rato de estupor. Se ha caído, pues se ha caído, qué le vas a hacer. Te ha estropeado tu reunión; pues te la ha estropeado. Resignación cristiana. Pon dos velas a Santa Tecla, patrona de la informática.

Son las cosas del mundo moderno. Imagino suicidos colectivos en negocios ciberdependientes. Imagino a la becaria o al becario de turno en las oficinas centrales del demonio allá en California diciendo rápido: Yo no he sido, yo no he sido. Imagino juramentos y maldiciones, caras de esto no puede ser. Imagino algo parecido al fin de nuestros días. Sí, la conclusión de una época, la civilización muere. Fue un 14 de diciembre de 2020.

En nuestra reunión anduvimos un buen rato en fuera de juego. Una sensación de irrealidad se apoderó del ambiente y condicionó el resto del encuentro. Reconozco que es la primera vez que lo vivía en vivo y en directo. Tuvo su momento divertido asistir a semejante caos. Eso sí, salimos del paso sin heridas de gravedad; tan solo pensando por qué suceden estas cosas y hasta qué punto hemos construido entre todas una dependencia salvaje de estas empresas. Si fuera de verdad importante, tendríamos un plan B, ¿no? Es como cuando vas con la bici por el monte alejado del mundanal ruido y pinchas. A nadie en su sano juicio se le ocurriría ir sin parches o alguna cámara de repuesto. No puedes no tener plan B.

Aquí, cuando se cae Google, el planeta se resiente. No podemos vivir desconectados del oxígeno que mueve el mundo. Recorremos nuestra existencia pegados a un sistema de respiración asistida. El progreso nos hace dependientes de tecnologías que pueden o no estar disponibles. Ayer dejó de estarlo por un tiempo. La tecnología había desaparecido y sí, había plan B, pero ¿hasta dónde llega realmente mi dependencia de Google? Lo has adivinado, ¿verdad? Más allá de lo que sería deseable. Mis tres identidades, la de toda la vida con gmail, la de mi dominio en consultorartesano.com y la de la universidad, las tres a través de Google, no eran nada. Multiplícate por cero.

Sí, lo hacemos (lo hago) mal. Depender de estos monstruos para los que no somos nadie no es de recibo. Pero aquí sigo, asentado en el error. ¿Una voz humana se pondrá en contacto conmigo y me pedirá disculpas?, ¿me preguntará si he tenido algún problema y si me puede ayudar en algo? Las risas, claro está, resuenan por todos los rincones de unas de las famosas oficinas del mundo globalizado. Ni está ni se la espera. Digo la voz humana. La atención al cliente hace mucho tiempo que se delegó en una inteligencia superior. Julen, cierra la boca y deja de decir estupideces, por favor. Pareces idiota perdido. Solo tienes que salir de la secta. Ya, claro. La secta. Por las noches a veces sueño con la soberanía tecnológica. Pero luego al despertar, cuando vuelvo al ordenador, miro el correo electrónico. Tocado y hundido.

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