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Gigantes empresariales distópicos – Consultoría artesana en red

Gigantes empresariales distópicos

by Julen

Creo que crecer es un mantra que la inmensa mayoría de las empresas respetan con fe ciega. Será extraño no encontrar una referencia a este asunto en la estrategia. Por mi parte, tengo claro que «lo pequeño» es un valor muy importante para humanizar una organización. He escrito de ello muchas veces y desde muy diversos ángulos en este blog. Y no te acomplejes, puedes encontrar argumentos para defender este punto de vista en favor de lo pequeño incluso en prestigiosos medios como la Sloan Management Review del MIT. Lo pequeño es hermoso: Economía como si la gente importara es un libro del economista alemán E. F. Schumacher que también te puede servir para adentrearme en planteamientos alejados del estándar que impone el capitalismo global.

Hoy vivimos a lomos de gigantes empresariales. La banca se concentra en un cada vez menor número de entidades, en el sector de la automoción pasa lo mismo y qué decir de los GAFAM de turno. Se trata de crecer y de hacerlo hasta llegar a cifras mareantes, más allá de lo imaginable. Tal como puedes ver en este gráfico extraído de Statista que refleja datos de 2020, Amazon, por ejemplo, tenía un valor de mercado de 220.791 millones de dólares. Fuera de todo control. Para entenderlo mejor puedes leer un artículo que hace años me dejó impactado y que publicó El País (2017): Cuando las empresas son más poderosas que los países. Sí, las cifras no mienten: los gigantes empresariales dominan el mundo.

¿Cómo se alcanzan estos volúmenes? Supongo que es cuestión de ambición: más conduce a más y no hay forma de parar. A veces se argumenta que es la única salida, no hay plan B. Algo así como si fuera una ley de mercado que hay que aceptar si quieres que tu negocio sea competitivo. El universo de las startups no escapa a estas dinámicas. Siempre se mira a la escalabilidad de los negocios. Sea como sea, se tiene que poder crecer porque es entonces cuando comenzará el negocio de verdad, ese momento en el que los inversionistas empiezan a frotarse las manos.

Es pura distopía. Al crecer las personas empezamos a convertirnos, para estos gigantes, en pasto de grandes declaraciones que nos ponen en valor al tiempo que nos ningunean de la peor forma posible. Intentar ponerte en contacto con estos gigantes para encontrar una voz humana al otro lado con la que hablar. Te lo pondrán difícil. La «experiencia de cliente» empieza a convertirse en pesadilla. Todo lo que ganan por un servicio de entrega que machaca a sus proveedores se pierde en una despersonalización brutal.

En la banca, ya lo sabemos, «fusión de entidades» es sinónimo de recorte de plantillas. Más negocio, menos gente. Más negocio, menos oficinas. Más negocio, menos humanidad (si es que algún momento se pudo aplicar esta palabra). El crecimiento en la cifra de negocio actúa como justificante para cualquier tropelía con las personas, sean usuarias, clientas o empleadas de la casa.

Frente a la oferta del gigante, se abre paso otro modelo incapaz de competir en esta liga de ganadores y perdedores. Los gigantes han penetrado de tal forma en nuestros hábitos de vida que a veces es difícil escapar de sus garras. ¿Buscar algo en Internet?, ¿hacer una compra online?, ¿utilizar un smartphone?, ¿usar una aplicación ofimática? Inmediatamente aparecen los gigantes detrás. Su implantación es distópica: están por todas partes y juegan en el terreno de los sesgos cognitivos, de las trampas emocionales y de una publicidad y posicionamiento de producto inmensos.

Los GAFAM actuales y los que, me temo, vendrán, reflejan una sociedad distópica. Sus intereses son los que son; los que sus accionistas exigen. Se trata de enriquecerse a nuestra costa, con unas reglas del juego que no dictan terceros, sino que nos las imponen ellos mismos. Se convierten, de facto, en estándares. Comercio online es, sobre todo, Amazon. Buscar en Internet es, en un porcentaje elevadísimo de casos, Google. Y así podemos seguir. Esta gente tiene demasiado poder y eso quiere decir que las democracias del supuesto primer mundo no pueden dejar de estar alerta. Las multas que periódicamente vamos conociendo por prácticas relacionadas con planteamientos monopolísticos y lindezas peores son solo un síntoma del peligro que suponen.

Sí, estos gigantes empresariales son pura distopía.

Imagen de Somchai Chitprathak en Pixabay.

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