Querida incertidumbre

by Julen

Hace ya unos meses, cuando todo esto empezaba, lo entendí como una cura de humildad. Un mundo acelerado que se regodea de su supuesto progreso y que nos alerta de que la humanidad no parece que vaya a ser lo que fue. La inteligencia artificial es consecuencia y causa de nuestra capacidad para llegar hasta los límites y supongo que en el algún caso incluso para sobrepasarlos. Allá a principios de marzo todavía tenía relativamente cercanas las lecturas de Harari y de Miah:

No sé en qué acabará esta gripe nueva, pero el toque de atención está aquí: tenemos que reconocer nuestros límites. Sí, todavía no somos cyborgs. Da igual que Harari nos proyecte hacia los 150 años o la inmortalidad (o que nos sustituyan por otras entidades); da igual que Andy Miah especule con un superdeportista trabajado también desde la genética.

Hoy todo es incertidumbre. El mundo sigue girando porque no puede detenerse. Parar es morir. Así pues, cada mañana comienza un nuevo ciclo. Tras un descanso, más o menos reparador, se vuelve a activar el sistema y hay que tomar decisiones. Pero ahora, ahí, junto a nosotras, se sienta la incertidumbre. Lo rodea todo; nada escapa a su influencia. Claro que podemos seguir haciendo planes, pero hay que ubicarlos todos ellos en el territorio de lo modificable. Nada de lo que quieras predecir tiene visos de convertirse en realidad. Pero eso depende de tu forma de mirar hacia delante. La incertidumbre es paradoja en estado puro.

Siempre me gusta hacer planes y sé que lo voy a seguir haciendo. Aprendo de los planes, aprendo de imaginar lo que no es porque me traslada a un escenario en el que me siento a gusto. Simplemente es así. Sé que ahí disfruto con mis proyecciones, con lo que puede que sea, con lo que me gustaría que fuera. Sin embargo, ahora, con la cura de humildad de la pandemia, sé que más que nunca no depende de mí. Eso sí, no voy a dejar de hacerlo porque no quiero renunciar a dejar volar la imaginación. Sería, eso seguro, morir en vida.

Así pues, querida incertidumbre, ya sabía de ti porque te había leído. Los libros llevaban tiempo ocupándose de explicarnos qué eras, cómo te comportabas y por qué debíamos tener en cuenta tu presencia. La verdad es que nunca me he sentido incómodo por aceptarte en el presente y en el futuro. Hacia atrás, ya se sabe, todo es diferente. Detrás queda lo sucedido y sus miguitas de pan nos sirven para que tu omnipresencia sea más llevadera. Parte de (auto)engaño y parte de profecía autocumplida, el pasado sirve para neutralizar algunos de tus efectos.

Miro hacia delante y no veo que esto vaya a cambiar a corto plazo. Sé que mañana puede ser diferente a hoy; sé que pueden aparecer nuevas convulsiones. No hay problema. Acepto las reglas del juego porque de momento no conozco si hay partida alternativa. Soy consciente de que me he inventado mi propia escapatoria, pero también lo soy de que es un simple juego que no va más allá de un divertimento nimio. Intento llevarlo lo mejor que puedo, como todo el mundo. No quiero enemistarme contigo porque no tiene sentido alguno. Sé que nos llevamos bien. A pesar de que a veces sientas que no te hago caso.

Mañana no diferirá mucho de hoy. Sí, ya estoy con mis trampas al solitario. Últimamente las practico quizá en exceso, pero cada cual tiene que encontrar su forma de taladrar el presente. En fin, sé que estás ahí. No importa, juego con las cartas que me das. No hay trampa. Hace tiempo que decidí que no merecía la pena eludir tu presencia. Que tengas buen día.

Imagen de Santiago Lacarta en Pixabay.

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