Mascarillas caseras, placebo, innovación y mujeres

by Julen

Hay un debate, lógico en los tiempos que corren, sobre si conviene llevar mascarilla. Aquí, al principio de la crisis del coronavirus, escuchamos decir por activa y por pasiva que no era necesario. En cambio nos hartábamos de ver imágenes en televisión en las que chinos, coreanos y japoneses no salían a la calle si no la llevaban. De hecho, China sancionaba a quien no la portara. Hoy en día la mascarilla es un objeto de deseo. Da igual lo que nos digan las autoridades y da igual el debate científico acerca de la eficacia de uno u otro tipo de mascarilla. La suerte está echada: mejor con mascarilla. Eso sí, hay mascarillas de diseño oficial y certificado, y hay mascarillas caseras.

A estas alturas de la película la población necesita agarrarse a soluciones y todo suma. No hace falta que expliquemos con detalle el poder del efecto placebo. La ciencia ya lo ha investigado hasta la saciedad y es un hecho comprobado que, administrado en ciertas condiciones, se producen cambios en las personas a las que se les administra. Como explica el antropólogo y sociólogo mexicano Roger Bartra en su libro Chamanes y robots:

La clave del efecto placebo se halla en el hecho de que el paciente cree firmemente que el remedio que aplica un médico (o un chamán) es eficiente. Se ha mostrado que el placebo produce efectos fisiológicos observables, como cambios en la presión, el ritmo cardíaco, la actividad gástrica, y deja señales incluso en las redes neuronales.

Pues bien, creo que la mascarilla es no ya un objeto cuyo diseño científico y homologado por las autoridades competentes sirva para no contagiar a otras personas el virus (recuerda que hay quienes lo pueden contagiar siendo asintomáticos), sino que se convierte en objeto mágico. Esto hay que decirlo con cuidado porque en ningún caso vamos a comparar las propiedades de un producto profesional con las de otro casero. Y sí, habrá que admitir que, entre las mascarillas caseras, encontraremos productos más eficaces que otros. Pero a lo que voy es a las condiciones en que se aplica este placebo: la mascarilla. Siguiendo con lo que escribe Roger Bartra:

El placebo acabó aludiendo a algo «artificial» que se cree «verdadero». Lo esencial es la creencia o la fe en un acto que se inscribe en el ritual oficiado por un brujo, un sacerdote o un médico, quienes con el poder de la palabra y de la simulación producen efectos curativos y placenteros.

Las personas necesitamos sentirnos con argumentos para vencer. Nada peor que caer en la resignación. Así pues, nuestra psicología se pone en marcha y activa las defensas. Hay un sesgo que se conoce como el efecto Bystander o efecto espectador por el que es menos probable que alguien intervenga en una situación de emergencia cuando hay más personas que cuando se está solo. Pues bien, lo que observamos con el fenómeno de la fabricación de mascarillas caseras es precisamente su contrario: aunque hay mucha gente que se podría poner manos a la obra, cada vez que sabemos de alguien que da el paso se refuerza la convicción de que está contribuyendo a resolver el problema de fondo. Es actitud, llámalo así. Y también puede funcionar otro sesgo, el llamado efecto Ikea: damos más valor y nos fiamos más de lo que hemos construido nosotros con nuestras propias manos.

Así que asumimos que es mejor una máscara casera que ninguna máscara. Y no solo por lo que tiene que ver con la capacidad real de la mascarilla en sí, sino por el efecto placebo que puede contener, por su capacidad de generar endorfina y dopamina. El placebo, decíamos antes, solo funciona bien cuando se rodea de ciertas condiciones para aplicarlo. Creo que ahora mismo cada acto por el que alguien, con sus propios medios, al margen del sistema de producción oficial, se pone a fabricar una mascarilla en su casa, es un paso hacia la superación de la crisis. De igual forma que el movimiento maker se ha dado cuenta de que sus impresoras 3D podían sumar, una persona en su hogar, con o sin máquina de coser, puede sentir lo mismo: tengo que contribuir y contribuyo.

Este fenómeno no es sino la confirmación de que existe una economía doméstica que funciona de manera paralela a la economía tradicional. Eric von Hippel, profesor del MIT y referente académico de la innovación de usuario, la investigó a fondo y publicó los resultados de su investigación en su libro Free Innovation (por cierto, disponible en PDF de forma gratuita con licencia Creative Commons). La economía doméstica no solo fabrica en una vía paralela a la oficial, sino que también innova. El problema es que su actividad suele ser opca a las estadísticas oficiales: habitualmente no sabemos cuánta innovación sucede allí. Si no pasa al mainstream, no existe. La fabricación de mascarillas ahora mismo circula en dos frentes. Al final de este artículo os dejo el tutorial (muy sencillo, incluso sin necesidad de coser nada) que un farmacéutico italiano subió a Facebook: cuando el sistema oficial no funciona hay que divulgar el conocimiento para fabricar alternativas. No obstante, si quieres tutoriales, tienes una amplia oferta en Internet.

Pero hay otro aspecto que conviene reseñar. Las mascarillas caseras evidencian que, en su inmensa mayoría, serán mujeres las que las fabriquen. En la economía doméstica ellas tienen una actividad destacada, seguramente muy por encima de la que desarrollamos los hombres. Sí, los habrá que tengan sus talleres en casa, sus herramientas y serán unos manitas. Pero la máquina de coser ha sido tradicionalmente territorio de la mujer. Por supuesto, infravalorado porque formaba parte de sus «tareas del hogar», de su responsabilidad como «ama de casa».Mira tú por dónde el COVID-19 las pone en valor.

Hoy es el día en que, inmersos en la virulencia de la pandemia, las mujeres pueden fabricarlas para su entorno inmediato o con iniciativas de mayor recorrido. Si repasas noticias, encontrarás iniciativas en muy diversos lugares. En Villamartín (Cadiz) parezce que andan produciendo 300 mascarillas al día. Por su parte, en Alcalá de Guadaíra (Sevilla) más de 50 costureras voluntarias ya se han organizado. Allá en El Hierro, ese lugar tan especial para quien escribe este artículo, se sabe del caso de una mujer en El Pinar que mientras se recupera de un cáncer las está fabricando. Seguro que puedes encontrar más y más casos. Mujeres que, de repente, salen a la luz. Ellas y sus máquinas de coser.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay.

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