Hay días en que siento que no va a ser el día. No va a ser el día en que pueda presumir de efectividad. Ni de eficacia ni de eficiencia. Nada de nada. Hay días en los que sé que el tiempo pasará por delante de mí sin que pueda hacer nada para ganar siquiera una pequeña batalla. Será una derrota en toda regla. La lista de tareas seguirá como estaba, sin nada que tachar. Lo lógico es sentirse mal. Bueno, tampoco es para tanto, ¿no?
Amalio Rey publicaba recientemente un post en el que recopilaba 15 textos que le servían para ilustrar el pensamiento paradójico. Entre ellas, uno muy breve decía: «Hay dos lados en todo, o no hay nada«. Y a partir de ahí escribía Amalio lo siguiente:
Cualquier cosa viva, admite lecturas contradictorias. Lo amargo tiene sentido porque existe lo dulce, y viceversa. Entender y practicar esa dialéctica es un arte sofisticado que dice mucho de lo sabios (o no) que somos.
La efectividad en el trabajo necesita días de pereza, de falta de voluntad, de negatividad, de hoy no va a ser un gran día. Se supone que este descenso al infierno lo debemos de llevar muy mal porque cualquier libro de autoayuda tumbaría nuestro irresponsable comportamiento a la primera. Nos han educado para no perder el tiempo, para saber que hay que estar en la pelea. Sea esta cual sea. Pero en la pelea, ahí es donde se forja nuestro carácter ganador. Es de lo que se trata, según parece.
La efectividad necesita a su contrario. Diría que incluso este contrario forma parte de cualquier aproximación a trabajar de manera más productiva. Nadie es capaz de mantener la tensión al cien por cien en una permanente tarea de conseguir los objetivos. A lo mejor necesitamos llevarnos mucho mejor con esa persona perezosa y vaga que llevamos dentro. A lo mejor hay que divagar y dejarse conducir al territorio de la incoherencia y el desatino.
Lo dejo aquí. Llevo un buen rato sabiendo que tengo mucho trabajo pendiente y no soy capaz de hincarle el diente. Por eso intentaba justificarme. Por eso necesitaba escribir que la efectividad también camina por el sendero de la ilógica: procura que no te venza del todo, pero deja que gane alguna que otra batalla, ¿no?
11 comentarios
Interesante, y resuena en mi. Creo que hay un punto de «aceptar que somos humanos», y eso debería aplicarse a muchas cosas. No siempre vamos a hacer las cosas «bien», ni de manera consistente. Podemos querer ser efectivos, o buenos amigos, o buenos profesionales, o buenos padres… pero no siempre vamos a estar a la altura. Forma parte del lote.
Pero también creo que viene bien tener un estándar al que aspirar, un «norte» que nos indique la dirección hacia la que queremos ir.
Quizás el punto sea en tratarnos con cariño. Tener esa aspiración, sí, y también aceptar que habrá días en los que no seremos capaces de alcanzarla. Pero en vez de fustigarnos por ello aceptarlo con naturalidad.
Raúl, es tanto como ser coherentes con nosotros mismos: es ley de vida mejorar, pero dentro de un contexto de cierta seguridad emocional. No llegar a los objetivos tiene que ver con que no nos hayamos esforzado lo suficiente o con que esos objetivos eran irreales. Es cuestión de dosis.
Mi abuela y yo asumimos con orgullo nuestra vagancia (bueno, desde hace un tiempo sustituyo vaga por «disfrutona de la vida»). Mientras mi madre da mil vueltas para hacer algo, mi abuela y yo dedicamos tiempo a pensar cómo hacerlo de la manera más sencilla posible. Mi madre se cansa y nosotras hacemos gimnasia mental durante el proceso 🙂 Sin aburrimiento es más difícil que surjan ideas o propuestas que se salgan de lo común. Con la atención puesta siempre en la productividad y la efectividad, es difícil ampliar la mirada más allá…
Por muchos años ese sexto sentido de relajación ante la vida. Que lo disfrutéis. Besos 🙂
Buenas! Aquí Jaír, de Efectividad.
Interesante artículo. Me ha hecho pensar un buen rato. Todos somos “humanos”, y hay días o hasta etapas poco efectivas. Es normal, y creo que todos pasamos por ahí. Estos baches nos bajan el listón que pretendíamos, pero hay que saber llevarlos y aceptarlos como parte del camino.
Ahora bien, creo que, aunque la efectividad tiene su parte contraria (no sé si hay un término específico para eso), no se tiene por qué dar en la misma persona. Es decir, hay efectividad y falta de efectividad, pero no tienen por qué coexistir en el mismo individuo. Habrá personas efectivas precisamente porque siempre habrá otras poco efectivas. Y al igual que un mal día en alguien efectivo no lo traslada al otro grupo, al revés tampoco sucede.
No pretendo catalogar a las personas en efectivas o inefectivas. Bueno, un poco sí… con respeto. Ser efectivo no te convierte automáticamente en alguien feliz. Igual soy algo radical en esto, no sé… El caso es que podría decir sin temor a equivocarme demasiado quiénes, en mi grupo de amigos y conocidos, son efectivos y quiénes no.
¿Cómo se ve la parrafada que he escrito? ¿Estoy muy equivocado? Agradecería feedback.
Un saludito desde Canarias!
Disculpa el retraso en contestar este comentario, Jair. Creo que buscar la efectivdad es una decisión personal, muy respetable si es en lo que te empeñas, pero que a veces por el contexto actual de los negocios, se sobredimensiona. En un mundo que rinde pleitesía a la competitividad es lógico querer tocar un cuarteto de cuerda con tres personas. Pero a veces lleva implícito el sinsentido 😉
jjj… qué bueno, Julen, el hilo que has tirado del «hay dos lados en todo, o no hay nada». ¡¡cuánta razón tienes!! Por eso me gusta lo de que «La efectividad necesita a su contrario. Diría que incluso este contrario forma parte de cualquier aproximación a trabajar de manera más productiva».
Leyéndote quiero creer que gente super sensata en esto, como el bueno de Bolívar, con una «organización vital» que, además de admirar, sobrepasa por mucho mis capacidades, sabrían encajar esos desequilibrios dentro de su exigente modelo. Seguro que hay forma de encajarlo. Me va a encantar leer cómo lo explica, en este hilo de comentarios, porque seguro que aprendemos de su explicación.
Amalio, creo que aquí la clave es la asertividad: hay que decir que no a determinadas actividades. Para mí por ahí va la clave.
En realidad el post debería haberse titulado la ilógica de la productividad, ya que la efectividad es otra cosa.
Drucker explica que la efectividad es la combinación de eficiencia (=productividad) y eficacia (decidir y hacer lo que tiene sentido hacer).
En línea con esto, echarte una siesta o salir a dar un paseo puede ser lo que más sentido tenga en un momento dado, y por tanto serían dos expresiones de alta efectividad.
Esta es una «lucha» permanente con un entorno obsesionado con lo cuantitativo (eficiencia) y que infrapondera lo cualitativo (eficacia), hasta el punto de equiparar, erróneamente, productividad con efectividad. Una lucha que incluso mantengo con mis colaboradores más allegados 😉
Si mentalmente no estás para producir, insitir en producir es una mala decisión y por tanto seguir trabajando es infectivo.
De hecho, los días de pereza, dejar su tiempo a la «mente errante», descansar o integrar otras actividades vitales en la rutina diaria es una manera excelente de aumentar la efectividad.
Cuando me veo obligado por las circunstancias a trabajar más de lo que tiene sentido para mí, sé que produzco más (soy más productivo), pero soy consciente de que es a costa de ser mucho menos efectivo.
Y yo lo que quiero es ser efectivo, no solo productivo. A diferencia de lo que ocurre con la efectividad, la productividad por la productividad es pan para hoy y hambre para mañana, porque no es sostenible.
La lógica de la efectividad es otra y es muy sencilla: hacer en cada momento lo que tiene más sentido hacer (para cada persona), incluyendo, of course, no hacer nada.
Abrazo!
Me quedo con tu última frase, José Miguel: «La lógica de la efectividad es otra y es muy sencilla: hacer en cada momento lo que tiene más sentido hacer (para cada persona), incluyendo, of course, no hacer nada.» Vamos en el mismo barco.
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