Tenía curiosidad por leer Recursos inhumanos, el best seller de Pierre Lemaitre, traducido al castellano por Juan Carlos Durán. Una novela de este francés, quizá más conocido por Nos vemos allá arriba o Vestido de novia, con tintes de thriller y que juega como detonante de la historia -y como eje permanente- con las cloacas de la deshumanización a la que aboca el capitalismo global. Sí, ese que echa a la cuneta a un montón de profesionales tras sesudas evaluaciones de competencias, análisis de perfiles y coaching de garrafón. Para que te hagas una idea, el punto de parte se condensa en dos frases muy simples:
Me llamo Alain Delambre y tengo cincuenta y siete años. Soy un directivo en paro.
Bueno, vale, es una novela. Ficción porque conduce a extremos. Con toda una parte inicial que sirve para situarnos en la escena de alguien que se aproxima a su límite, avergonzado por los años que lleva en el paro. De ahí que, por tanto, sufra una transformación en sus conductas que lo impulsen a hacer lo que nunca antes pensó que sería capaz. Un malévolo proceso de selección con un juego de rol de por medio dispara comportamientos que escalan las rampas de la violencia y la desesperación.
Él se identifica con una especie de abstracción, un concepto superior al que llama «la Dirección», algo vacío de contenido (nadie conoce aquí a los directores) pero rebosante de sentido: la Dirección es como decir el Camino, la Vía. A su manera, ascendiendo por la escala de la responsabilidad, Mehmet se acerca a Dios.
El libro se lee rápido, muy rápido. Coge velocidad a medida que los acontecimientos se precipitan. Insisto, es una novela. Pero los argumentos la acercan peligrosamente al moderno management. Realismo ficción, me temo.
Hubo una época en la que me conocía bastante bien. Quiero decir que mi comportamiento no me sorprendía. Cuando se han vivido la mayor parte de las situaciones, uno sabe cuál es el comportamiento correcto. Sabe incluso reconocer las circunstancias en las que no es necesario controlarse (como por ejemplo las peleas familiares con un gilipollas como mi yerno). Pasada cierta edad, la vida no es más que una repetición. Lo que se adquiere (o no) solo mediante la experiencia, el management se encarga de enseñártelo en dos o tres días gracias a unas tablas en las que la gente está clasificada en función de su carácter. Es práctico, divertido, sube el ánimo de forma sencilla, da la impresión de ser inteligente, uno imagina que, gracias a eso, podrá aprender a conducirse con mayor eficiencia en el marco profesional. En fin, que tranquiliza. Al cabo de los años, las modas cambian y las tablas se suceden. Un año uno se examina para saber si es metódico, enérgico, cooperativo o resuelto. El año siguiente te proponen descubrir si eres trabajador, rebelde, emprendedor, perseverante, empático o soñador. Si cambias de coach, descubres que en realidad eres protector, director, ordenado, emotivo o reconfortante, y si asistes a un nuevo seminario te ayudan a comprobar si estás más bien orientado a la acción, al método, a las ideas o al proceso. Es un tipo de estafa que todo el mundo adora. Como los horóscopos, uno termina siempre por descubrir rasgos en los que se reconoce, pero de hecho no se puede saber de qué es capaz hasta que no se encuentra en condiciones extremas. Por ejemplo, de un tiempo a esta parte me sorprendo mucho a mí mismo.