El paseo vespertino por Alburquerque obligaba a acercarse al castillo, pero estaba cerrado. Sin embargo, sus calles intramuros -el «barrio de dentro»- tenían mucho encanto, con los maceteros pegados a la pared de las casas, los balcones enrejados y el blanco de las fachadas. Y no solo el barrio de dentro podía presumir de sus callejuelas empedradas, sino que también el de fuera tenía su encanto. Por supuesto, el pueblo se veía imbuido de Semana Santa. En la iglesia de San Mateo los pasos esperaban a procesionar todos apretados en la entrada, aunque el plato fuerte, sin duda alguna, llegará el Viernes Santo con la famosa pasión viviente de Alburquerque.
Siguiendo con el aire religioso del momento, nos acercamos a cenar a La Ermita, un restaurante que ha recuperado, como indica su nombre, una antigua iglesia y cuyas mesas ocupan la zona del altar. Con cierto aire kitsch, incluso el altar mayor ha sido reacondicionado para albergar una mesa a un par de metros de altura inserta dentro de una cúpula de color rosa pastel. La comida no pasará a la posteridad por su calidad, pero hay que reconocer la amabilidad de las camareras. Y como postre, ya a las diez de la noche, otro paseo por las callejuelas para encontrar la procesión. Sacaban tres pasos, con el Huerto de los Olivos como motivo principal. De casualidad nos topamos con la piedra del berrocal, una enorme mole granítica sobresaliendo en una calle estrecha y que parecía que se iba a desplomar en cualquier momento. Impresiona, no hay duda.
Ya por la mañana, desayuno como de costumbre: Cola-Cao, zumo y tostada con aceite. Y fuera otra vez el frío se pone serio. Traducido: camiseta térmica y perneras. Un no vivir, vamos. Todo el rato que si me pongo esto, que si me pongo lo otro. Y sin estilista a mano. De hoy no pasa que me afeito y me repaso las piernas 😉
La salida de Alburquerque es muy entretenida a través de la dehesa. Pistas que evidencian el agua que ha caído en las últimas semanas y que juguetean con las pequeñas lomas entre cortijos mientras el sol comienza a salir e inunda de color el ambiente. Muy bonito este primer tramo. Le ha seguido un buen trozo de carretera hasta Villar del Rey.
Desde allí se coge el sendero del corredor natural Cáceres-Badajoz, que va paralelo a la carretera, primero a su derecha y luego a la izquierda. Lo cogemos y enseguida comienza un subebaja continuo mientras que el asfalto que se ve al lado disfruta de un relieve mucho más uniforme. Vamos dando pedales mientras atravesamos un charco aquí, una zona embarrada allí, un arroyo después… Cuando ya llevamos siete millones y medio de zonas embarradas y los charcos siguen ahí escondidos como trampas, el de la bachata me dice que si no vamos a ir mejor por la carretera. Joder, ya le ha costado decirlo 😉
Más adelante retomaremos, no obstante, tramos de camino para evitar la carretera. Hay zonas menos expuestas al barro por las que vale la pena rodar. Te quitas el rollo de los coches y vas mucho más a gusto.
Llegamos a Badajoz, previo paso por un par de charcos casi convertidos en pequeñas lagunas y subimos hasta la Alcazaba y la Plaza Alta. El Guadiana queda abajo y parece ofrecer buenas zonas de ocio porque se ve bastante gente en torno a él. Callejeamos hasta llegar a una plaza con un par de kioscos. En uno de ellos comemos un bocata y después de disfrutar un rato del sol en su terraza retomamos la ruta.
Seguimos el Guadiana durante un buen rato. Poco a poco nos alejamos de la ciudad y accedemos a una pista enorme y monótona que aburre lo suyo. Sin embargo, de repente aparecen a la derecha las antiguas instalaciones de la mina Tere, primero con una torre de extracción y luego lo que suponemos serían las estancias de quienes las explotaban. Se ve una tremenda mansión vallada y dentro de ella una ermita, además de lo que parecen unos talleres a su lado. La mansión y la ermita quedan presas del olvido, abandonadas. Sin embargo, los talleres se ven con vida, ahora dedicada a la agricultura.
Por fin a eso de las cuatro llegamos, tras casi 100 kilómetros, a Olivenza, otro pueblo hermoso, esta vez de más de 10.000 habitantes. Y al igual que Alburquerque, aquí también hay castillo Exin original del siglo XIII. Eso sí, yo le habría puesto unas almenas porque, no sé, va bien de matacanes y torres, pero qué queréis que os diga, sin almenas como que es menos Exin, ¿no? Además, esto se hace en un titá. Te pones y en un par de días le colocamos un pladur que nadie se iba a dar cuenta. Nada, nada, yo es por dar ideas.
Jueves Santo, primero de los días grandes de la Semana Santa. Nosotros hemos llegado a Olivenza y hoy tenemos el día marcado en la agenda. Habrá que ponerse guapo y salir a ver la procesión. Según parece, son cinco las cofradías del pueblo, dos de origen lusitano y tres de origen hispano. La más antigua es la de la Hermandad de Nuestra Señora de la Misericordia, ¡de 1501! Y sí, es una de las de origen lusitano y en principio procesiona hoy día de Jueves Santo. No porta pasos escultóricos, sino un total de diez banderas; de ahí que se le denomine la procesión de las banderas. Además, los cofrades van ataviados con hopas de color negro y portan faroles de estilo portugués. Mañana os contaré qué tal nos va con la juerga semanasantera.
Dicen que aquí la gente es hija de España y nieta de Portugal. Pues eso, que andamos por tierras fronterizas. Según coyunturas, han estado a un lado u otro de la división política de turno. Bueno, más tiempo al otro lado que a este, a decir verdad. Y el tema parece que da de sí porque se conoce como la «cuestión de Olivenza«, aunque por ponernos positivos se firmó en 2008 la Declaración de Olivenza por la que ha quedado constituida la primera Euro-región ibérica que agrupa a varios municipios del entorno, de un lado y del otro. Haya paz, hermanos.
Según parece se ha hablado portugués hasta hace dos días. Lógico por la historia que arrastra. El pueblo tiene su encanto. Estamos alojados en un hotel a las afueras del pueblo, aunque las distancias al centro no son excesivas. Ale, os dejo descansar hasta mañana de estas crónicas cicloextremeñas.
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