Puede parecer un juego pero es más que evidente que presenta riesgos crecientes. En parte es una diversión y se aprovecha de nuestra natural tendencia de aprender jugando. Los datos nos acercan a un conocimiento que complementa la sensación. Por ejemplo, cuando subes un puerto en bici las sensaciones son las que son (es una comunicación íntima contigo y tu cuerpo) pero los datos te informan, cuantifican, concretan una retroalimentación con la que puedes empezar a jugar. Si, además, puedes compararte no solo contigo sino con otras personas que pasaron por allí: ¡bingo! Eso hoy es, por ejemplo, Strava.
En esta descomunal carrera por los datos existen muchas derivadas que hay que considerar:
- los dispositivos necesarios para captar el dato
- la experiencia misma de captarlo y cómo devolverlo a la persona
- la visualización del dato, más allá de su cifra
- la explotación comercial del dato y todo lo relacionado con la creación de perfiles y demás arsenales para hacernos consumir
Podríamos rebuscar más asuntos delicados porque, cuanto más dato, más estamos en manos de terceras partes. Yo creo que todo parte de profundizar en el deseo de la persona de jugar con sus datos. Es un acceso brutal al yo-niño en términos de análisis transaccional. El yo-niño lleva siendo objeto de dedicación por parte de las marcas desde siempre. Adultos rebajados a niños grandes porque así son más fáciles de definir como modelos de consumo. Un niño elimina en gran parte las restricciones que proceden de las normas o del aquí y ahora. Vive más pegado a sus impulsos: lo quiero y lo quiero ya.
Es muy fácil jugar con los datos. Los dispositivos a los que tenemos acceso cada vez son capaces de entregarnos más y más datos. Claro que si solo fueran para cada cual y no hubiera más ojos mirando, no habría problema. Ocurre, sin embargo, que el juego implica socialización y que buscaremos, sí o sí, con quién jugar a los datos. Lo que decía antes: Strava vive de sus KOM y QOM (King Of Mountain, Queen Of Mountain) donde la gracia está en competir y comparar nuestros datos con los de otras personas.
En este viaje al dato ubicuo, el mercadeo de quiénes somos es moneda de uso corriente. ¿Quién está en mejor disposición para hacer negocios rentables? Quien tenga acceso a los datos y capacidad de análisis masivo para saber qué vamos a querer. Emerge un mundo de predicciones que tienden a su autocumplimiento. En términos estadísticos: una probabilidad altísima de que suceda lo que tiene que suceder.
Quitar datos es eliminar diversión. Pero el precio que pagamos es excesivo. Sin embargo, los datos están aquí, forman parte del estándar que hemos construido como sociedad. No parece haber vuelta atrás. El precio es hacerlo todo un poco más aburrido. Y el yo-niño no está dispuesto a capitular.
La foto es de Jose M Martin Jimenez en Flickr.