Es más que evidente que el trabajo y el empleo que conocieron nuestros progenitores ha desparecido. En gran parte sacrificado en el altar de una competitividad mundial que reclama flexibilidad y una especie de just in time radical. Somos recursos y como tales, si hacemos falta, tenemos hueco; si no, al palco. Creo que nunca como ahora esto se había hecho tan evidente. Eso sí, en paralelo toda una parafernalia mediática dispara recetas de bienestar, felicidad, mindfulness y lo que haga falta. Dos caras de la misma moneda.
En McKinsey han publicado recientemente un artículo titulado Independent work: Choice, necessity, and the gig economy. Tiene que ver con una encuesta que han realizado a 8.000 personas en Europa y Estados Unidos en la que se preguntaba por sus ingresos y sus formas de trabajo. Pues bien, los resultados dicen que 162 millones ya viven con mayor o menor grado en lo que se ha venido en llamar gig economy. Son, nada más y nada menos que entre el 20-30% del total. Sea elección, moda o pura necesidad, el fenómeno está aquí. Pero, ¿qué es la gig economy? Nos puede servir este párrafo extraído del artículo Gig economy: el empleo actual desaparecerá y esto es lo que vendrá a sustituirlo, escrito por Esteban Hernández en El Confidencial:
Lo llaman gig economy (lo que podría traducirse por “economía de los pequeños encargos” o “economía de los bolos”) y define esa situación laboral en la que seremos contratados puntualmente para trabajos esporádicos en los que aportaremos todo lo necesario para la actividad. Te llaman para realizar un servicio, pones tu conocimiento, tu mano de obra y los medios precisos, cobras, das un porcentaje a la empresa mediadora y te vas a esperar el siguiente “bolo”. Uber es un buen ejemplo: es una compañía que opera en el sector del transporte de viajeros pero no pone absolutamente nada: no posee automóviles, no contrata conductores, tampoco busca los clientes. Es una aplicación que pone en contacto a unos y otros, y que provee servicios puntuales de profesionales no cualificados y no sometidos a ninguna regulación.
Podría entenderse como la ley de la selva donde cada cual se busca la vida. Las empresas de la gig economy son distintas. El caso de Uber o incluso de los gigantes de las redes sociales en Internet siguen un mismo patrón: actúan de plataformas para que sean otras/os quienes aporten el contenido. Se conforma un mercado basado en información como materia prima básica. El negocio está en encontrar algo que satisfaga a los humanos, que acierte con sus motivaciones. Mi padre trabajó toda su vida en un banco: un modelo que conformó una época y que hoy parece prehistórico.
Si nos ponemos pesimistas, no hay duda: se nos ofrece libertad en una jaula de cristal. Cada cual parece que puede elegir cuándo, cómo y dónde trabajar. Eso es Uber a fin de cuentas. Nadie te dice que trabajes ocho horas al día. Lo que te dicen es: trabaja así, cuando quieras. Y además contribuirás a que este planeta sea más sostenible. Eres libre de seguir jodiéndolo o puedes unirte a esta nueva manera de ser y estar en el mundo. Ahí es nada la oferta.
Por su parte Harvard Business Review ha publicado What Motivates Gig Economy Workers. En esta ocasión se basan en una investigación llevada a cabo por el Pew Research Center y se refiere en exclusiva al caso de Estados Unidos. En este trabajo se distingue entre trabajadores habituales y esporádicos de la gig economy. Y se evidencia lo que era fácil sospechar: para unos es necesidad y para otros una especie de diversión. Y es que el trabajo independiente al que aludían en el artículo de McKinsey en realidad no lo es ni de lejos. Tú no controlas; es la plataforma que intermedia la que tiene la sartén por el mango. De ahí que mucha parte de esta nueva fuerza de trabajo no se fíe de este nuevo «empleador».
Seguramente que escribiremos más sobre este fenómeno que representa a los tiempos actuales. Ahonda en lo que autores como Sennett o Bauman ya anunciaban. Perdemos referencias clásicas y emergen otros modelos que correlacionan con inseguridad e inmediatez. Esto es el siglo XXI: los compromisos son para hoy. Mañana quién sabe lo que sucederá.
4 comentarios
Me hace gracia que lo plantees en términos de «progreso o involución». Como si fuese una decisión consciente que hay que sancionar como buena o mala.
Es el «signo de los tiempos». De hecho, juraría que la «gig economy» ha sido el estado por defecto de la economía. Los artesanos de antaño, los mercenarios, los señores que se ponían (y se ponen) en la plaza a ver si ese día llega un terrateniente para hacer un trabajo, etc. También «de siempre» ha habido otros modelos: los villanos sometidos a un señor («yo me ocupo de tu seguridad, tú trabajas para mí»), la esclavitud, las empresas «para toda la vida». En fin, es una manía del «management» (y los académicos, y las revistas del ramo) poner nombres y teorizar sobre fenómenos que son «lo de siempre».
Hace tiempo leí una frase que me gustó: «la Historia no es un andamio narrativo construido para llevarnos a un final feliz». Pensar que las cosas tienen que ir a mejor «porque es lo natural» es un paradigma llamado a generar mucha frustración.
Sí creo que hay una manera perversa de entender esta propuesta, Raúl: es esa que propone que es mejor para ti, para tu autonomía, para tu libertad… cuando sencillamente se trata de despojar de valor a la persona frente al hecho de considerarla un simple recurso. De persona a recurso hay un abismo. Es como lo veo 😉
Con lo sumergida que estoy, sobre todo este año que termina, en el relato de cómo se construyó este presente que ya se nos escapa, no hago más que ver paralelismos entre la forma en que las generaciones que nos preceden se tuvieron que “buscar la vida con la suma de muchos poquitos” y este nuevo escenario que se nos viene encima. El fantasma de la seguridad se paseó durante un tiempo por el planeta y ahora que vemos como se desvanece nos aterrorizamos.
El mundo al revés, el miedo cuando desaparecen los fantasmas. Tengo que pensar un poco en todo esto.
Sí, creo que después de la crisis esta que no termina ha quedado un clima muy frío ahí fuera. Demasiado quizá 🙁