Estoy leyendo estos días un libro de Richard Sennett, El Respeto, en el que cabalga sobre conceptos complejos: desigualdad, prestigio, reconocimiento, honor, aptitud, actitud, estatus. Mucha miga que se va deshaciendo entre historias personales y reflexiones que incitan a cuestionar algunas características del mundo competitivo en que vivimos. En el fondo, creo que el axioma de fondo que nos condiciona es la constante referencia al juego de suma cero. La economía de la escasez extiende su peso como una losa imposible de apartar.
¿Por qué voy a colaborar con otra persona que quizá pueda quitarme mi puesto de trabajo? ¿Por qué hacerlo con un competidor que quizá me robe un cliente? ¿Por qué compartir los materiales de un proyecto si estoy dando munición a mis enemigos para que sean más competitivos que yo? Puede que no en el entorno de lo público (que también) pero en el caso de la empresa privada, la competencia forma parte de la lista de reglas básicas del juego: tengo que ganarte. Y ya se encargan de adoctrinarnos en que nada malo hay en ello.
Richard Sennett tira de su vida personal y aporta un buen número de ejemplos derivados de la música. Su carrera como chelista quedó en su momento truncada por un problema fisiológico, pero de allí extrae un buen número de historias para reclamar una interpretación menos competitiva del talento. Nos pone el ejemplo de un concurso de violonchelo en el que, como es norma, una persona gana y el resto pierde. Buscar y alentar el talento puede implicar, con este modelo, su efecto contrario: que se inhiba por la presión de no ser quien gana. Pero también, nos dice Senett, puede ocultar incluso el potencial real de quienes ganan porque buscan la seguridad del éxito y no asumen el riesgo de mostrar su potencial. Pocas personas aprenden y colaboran con quienes son percibidos como «enemigos» en un proceso selectivo de suma cero. Pero las hay:
Entonces me dijo algo bonito de Perahia [ganador del concurso que citamos]: que escuchaba atentamente a los otros concursantes y ocasionalmente acompañaba su ejecución moviendo también él los dedos. En demasiadas competiciones había observado yo que los músicos se comportaban como atletas agresivos respecto al resto de los concursantes, cuyos esfuerzos a menudo despreciaban.
El mantra del talento encumbra en demasiadas ocasiones la idea de la escasez. A pesar de que nuestro potencial como personas es amplio, la competitividad acaba por sacar a la luz aquello en lo que no destacamos. ¿Por qué? Porque en lo más alto del podio solo hay sitio para una persona, una empresa, un proyecto. Y con semejante escasez, quienes no ocupamos ese lugar evidenciamos falta de talento, aptitud o conocimiento. No estar ahí es evidenciar aquello en lo que no destacamos. Triste pero real.
La hipercompetitividad tiene estas cosas. Al tiempo en que se nos llena la boca de procesos colaborativos siguen vigentes las dinámicas de juego donde solo hay un ganador. Y en tiempos modernos, además, le comemos la oreja al ganador para que sepa que se lo va a llevar todo. ¿Cómo incorporar dinámicas colaborativas que evidencien una economía de abundancia? Mi aversión a los concursos y a los premios es manifiesta. Pero, ¿hay otra alternativa? ¿No es acaso una manera de evidenciar talento esta de ganar un concurso? Sí, pero estos procesos encierran claroscuros: cómo se elige, cuáles son los criterios, cómo evitar sesgos, qué ocurre con quienes no ganan…
El libro de Sennett, como en tantas otras ocasiones, te acompaña con preguntas. Como esa de si la estructura causa la conducta, que siempre flota en el ambiente:
Los clínicos que trabajaron con sujetos de bajo rendimiento descubrieron que, desde el momento en que la fórmula trivializa el contenido del conocimiento, si el sujeto no aprende, la dificultad para aliviar la acusación a sí mismo resulta casi perversa: «Algo malo tiene que haber en mí». Pero ese «algo» es difícil de definir.
En fin, como ya dije hace mucho tiempo, mi premio es para quienes nunca ganan ningún premio. Y yo, claro, me confieso paradójico pecador. Aunque este último sucedido forme parte de la economía del cariño. O eso me digo a mí mismo para que la conciencia no moleste demasiado.
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[…] la distribución de riqueza compartida, favorece la igualdad en detrimento de la desigualdad, y la cooperación saludable en detrimento de la competencia […]