La tarde en Sierra Menera se diluyó atrapado entre pensamientos de un pasado que ya no es y muy posiblemente no volverá a ser. El casino o el cine desaparecerán bajo toneladas de progreso. Las minas mostrarán las heridas infligidas a la sierra. Por detrás hoy un parque eólico dicta sentencia: el presente se construye con otras materias primas. El aire sustituye al mineral. El tiempo hará que todo quede olvidado, escondido solo en la memoria de humanos que irán con sus recuerdos a la tumba. Pero el viaje sigue. Retomo ruta.
¿Qué crees que te ofrecerán de desayuno en un albergue como el de Sierra Menera? Galletas María, sí señor, como Dios manda. Homenaje a un alimento básico de nuestra niñez. Así que ante semejante oferta nada de té; mejor un Cola-Cao en el que dejar que las galletas se ablanden hasta perder su consistencia original. Y por supuesto con algún que otro gotorrón que acaba desprendiéndose sobre el plato. Afuera el día parece agradable con un sol que se asoma tímido a estas primeras horas.
Tras una breve conversación con la mujer que regenta el albergue, termino con la rutina para partir. Cada cosa a su sitio y a dar pedales. Antes de ponerme en marcha me saluda el primer jubilado del día que emprende su paseo matutino. ¿Vas para Ródenas?, me pregunta. Ródenas y más allá, quizá Brochales o a lo mejor Teruel. Pues no he acertado. Al final, he terminado etapa en Albarracín, desde donde escribo esta crónica mientras las hordas de turistas se reparten por sus callejuelas. Otro mundo tras pasar un par días en tierras apenas habitadas.
Desde Sierra Menera hasta Villar del Salz un coche y luego hasta Ródenas otro más. Eso sí, hay que añadir a un ciclista. Veinte kilómetros para darme cuenta de que no hay mucho tráfico en hora punta por esta zona y de que se ha levantado un viento del carajo. La subida al salir de Villar del Salz ya me lo deja claro. Pero lo gracioso han sido los 14 kilómetros entre Ródenas y Bronchales. Impresionante el viento. Subidas a seis kilómetros por hora aunque casi mejor recibir el viento de frente que no de costado, porque a punto ha estado de tirarme un par de veces. Pero la moral iba alta. Sabía que de Bronchales en adelante Eolo se pondría de mi parte.
En Bronchales, a cerca de 1.600 metros de altitud, hemos realizado avituallamiento líquido y sólido. También hemos sellado el salvoconducto y hemos retomado, tras haberlo dejado a la salida de Monreal del Campo para atravesar la Sierra Menera, el Camino del Cid. Jugando con la cota de los 1.500 metros la pista recorría amplios pinares antes de caer en un descenso muy rápido hasta el valle del río Guadalaviar (que a partir de Teruel será el Turia). Pista entretenida tras los anteriores tramos de carretera.
Abajo en el valle el viento es tremendo, pero casi siempre lo tengo de culo. Así que los cerca de diez kilómetros que quedan se hacen en un abrir y cerrar de ojos mientras el río se encajona más y más entre farallones de piedra de tonos ocre. El río circula todo el rato a la derecha de la carretera, a veces completamente pegado. Y al doblar una de las mil curvas, ¡zas! aparece Albarracín, con sus casas colgadas de la ladera y sus murallas omnipresentes. Todo muy idílico, como le debe parecer a los tropocientos turistas que pululan por aquí. Los aparcamientos repletos de coches dan fe de que hay mucha gente metida ahí dentro.
Me asaltan dudas de si seguir hasta Gea de Albarracín, pero al final decido terminar aquí la etapa. Los dolores en el pretibial anterior siguen presentes y aunque he ido muy suave, ya llevo recorridos 63 kilómetros y cerca de 1.000 metros de desnivel. No es mucho, pero para ir entre algodones como voy, mejor lo dejamos estar así. Mañana haré minietapa hasta Teruel y ahí decidiré si termino o si sigo hasta Valencia bajando por la vía verde de Ojos Negros, que es la opción «verano azul» para atajar y plantarme el viernes en mi final previsto de Camino del Cid. A ver qué decide el pretibial 😉