Migio

by Julen

Es la segunda vez que reproduzco un texto de José Mari Larrañaga. La primera tuvo que ver con el valor, que no precio, de las personas. José Mari es una persona a la que envías un correo y te llama por teléfono. Así de entrañable es esta gente de la que van quedando, me temo, cada vez menos ejemplares. Hace poco, en la evaluación de unas clases de liderazgo en un MBA, lo vi de nuevo: nota media de 5,00 para un máximo posible de 5,00. Así le valoran los alumnos. Debe ser la magia de la jubilación imposible. Entre otras cosas volvió a debatir sobre la vieja historia de Migio.

Como quiera que esta tarde la voy a utilizar, al releerla de nuevo me ha vuelto a cautivar. Esta es la historia de Migio, que también podéis encontrar por ahí como «Asamblea en la carpintería». En la versión de José Mari, sin embargo, encuentro matices que añaden color y sabor. Tiene que ver con nuestras capacidades, con aprovecharlas, con sacar lo mejor de uno mismo. Es una bonita historia, ésta de Migio.

MIGIO

Supongo que su verdadero nombre, tal vez, fuera Remigio, pero nosotros le conocíamos como Migio. Era ya viejo cuando yo le conocí. Era carpintero. Tan flaco que parecía famélico pero nada denotaba en él debilidad o falta de vitalidad. El paso medido y reposado, como su conversación, contrastaba con una mirada siempre vivaz, alerta, llena de curiosidad por todo lo que pasaba a su alrededor y que confería a toda su persona un aura de honda sabiduría enraizada en una vida dedicada a trabajar artesanalmente la madera.

Su carpintería era un largo pasillo que desembocaba en un huerto, que él utilizaba como almacén para guardar diferentes maderas, tablas y hasta troncos sin desbastar. En una de las paredes, se podía ver un extraño mueble donde estaban colocados, en perfecto orden, sus herramientas. Todas ellas encajaban en su correspondiente hueco y siempre estaban relucientes, bien cuidadas.

Cuentan que cierta noche en la que el insomnio no le dejaba dormir Migio fue a su taller a preparar el trabajo del día siguiente. Cuál fue su sorpresa que al entrar en el local encontró las herramientas agrupadas sobre la mesa, fuera de sus nichos.

Asamblea en la carpintería

Migio sospechó que las herramientas estaban celebrando, en su ausencia, una asamblea y que su repentina llegada les había pillado in fraganti. Lo que no supo nunca es qué podían estar tratando y como desconocía el idioma de los trebejos no les pudo preguntar. Tampoco dijo nada a nadie porque conocía la afición de sus vecinos a reírse de sus historias. Pero lo que ocurrió fue esto.

Últimamente las herramientas estaban muy alteradas, tenían conflictos entre ellas que no lograban superar. Decidieron convocar una Asamblea General.

Siguiendo con la práctica habitual el martillo asumió la presidencia. Pero la asamblea, unánimemente, le hizo ver su oposición obligándole a renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y ¡era tan duro en el trato con los demás, tan aplastante! Y además gestionaba los asuntos golpeando en vez de utilizar modos más sutiles.

El martillo aceptó enfurruñado la critica general (en el fondo tampoco se sentía él mismo muy satisfecho de su carácter), pero a cambio exigió que también fuera descartada para la presidencia la garlopa.

¿Por qué?, le preguntaron. Su trabajo es siempre superficial. Nunca profundiza en nada, respondió.

La garlopa, dolida en su fuero interno, no pudo, sin embargo, replicar ante el concluyente razonamiento del martillo, pero antes de ceder el uso de la palabra pidió que fuera descartada la candidatura del tornillo y dijo: “Da demasiadas vueltas sobre sí mismo antes de llegar a una conclusión útil”.

El pobre tornillo no sabía donde meterse: “¡Vale, vale!, no hay que ponerse tan desagradable al referirse a un compañero al que debéis agradecer la firmeza de sus compromisos. Además nunca he pretendido la presidencia. Ahora bien, como parece que a todos nos corresponde citar a alguien a quien no deseamos como candidato, yo propongo que se le descarte para ese papel a la lija: “Es muy áspero en el trato y siempre tiene fricciones con los demás”.

Y el papel de lija no pudo replicar ante tal razonamiento, pero puso una condición, a su vez, que fuera rechazado el metro, siempre dedicado a medir a los demás con su inflexible mirada de autosuficiencia, como si fuera él el único perfecto. Fue este el momento en el que Migio entró sorprendiéndoles en pleno debate.

La sabiduría del carpintero

El carpintero quedó un momento en suspenso, no sabía qué hacer, por eso recurrió a la fórmula habitual para sus momentos de duda: trabajar. Tomó un tablón que sujetó en el banco, se puso el delantal y tomando alternativamente las diferentes herramientas hizo un hermoso mueble. Utilizó el martillo, la garlopa, el papel de lija, el metro y el tornillo, además de la burda lima, el penetrante taladro, algunos acerados clavos siempre trabados entre sí y tan hirientes cuando se les golpea en la cabeza, el serrucho de filo quebrado…

Al rato aquella tosca madera inicial se convirtió en un lindo mueble. Al terminar Migio decidió marcharse pero dejó la luz encendida porque pensó que aún tendrían cosas que debatir. Cuando la carpintería quedó vacía, la asamblea reanudó las deliberaciones. Pero algo esencial había cambiado: Migio les había enseñado a ver una nueva realidad.

Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo: «Señores, ha quedado demostrado que tenemos muchos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades no con nuestras imperfecciones. Lo que nos hace valiosos es el uso adecuado de nuestras capacidades. Así que no pensemos ya en nuestros defectos y asumamos la utilidad para lo que estamos preparados».

Descubrieron que un acto de colaboración genera un acto de creación, que cooperar no es sólo un átomo cognitivo estable que se almacena en el cerebro. Más bien, y sobre todo, es como el espermatozoide que busca el óvulo que desea ser fecundado. El conocimiento no es algo que sabemos, sino algo que hacemos.

Observaron entonces que el martillo era fuerte, contundente, la garlopa suave, eficaz. Se dieron cuenta de que el tornillo tenía habilidad para unir y dar consistencia a las partes; el papel de lija era esencial para afinar situaciones y limar asperezas. Y observaron que el metro era preciso y exacto, que con él se sabía siempre a qué atenerse.

Sintieron entonces la necesidad de trabajar en equipo y pensaron exigir un proyecto, un trabajo donde todos pudieran demostrar sus habilidades. Un trabajo que fuera un verdadero reto, cuanto más difícil mejor, pues tenían confianza es su capacidad. Se sintieron invadidos por la fortaleza que les daba el poder trabajar juntos. Sintieron orgullo por pertenecer al taller de Migio.

Las enseñanzas del carpintero

Podemos fijarnos en las molestias que determinadas personas nos causan con su carácter y sus “rarezas” o podemos dar mayor importancia a sus cualidades que a sus “defectos”. La diferencia, que es abismal, entre una y otra manera de enfocar la naturaleza humana, condiciona el logro final. Hay quien advierte antes los problemas (incluso sólo los problemas) y los segundos perciben más las oportunidades. Es una cuestión de balanza que inclinamos más hacia un lado u hacia el otro.

Podemos destrozar una lima utilizándola para clavar clavos en la madera y cuando se rompa criticar su poca consistencia y su fragilidad, añadiendo de paso que los clavos son retorcidos por vicio y que ni la lima ni los clavos merecen el precio que se paga por ellos. Creo que la parte optimista de cada uno de nosotros es la que genera los beneficios sociales y el lado pesimista facilita las agresiones.

¿Por qué, entonces, destacar lo que nos perjudica y esconder lo que nos beneficia? Carnegie advierte a este respecto: «Es fácil encontrar defectos, cualquier tonto puede hacerlo (y habitualmente lo hace, añado yo). Los tontos malvados, además, mantienen un extraño empeño en esta tarea (que es tara). Sin embargo advertir cualidades, es atributo de los espíritus superiores, de esas personas capaces de inspirar el éxito en los demás».

No nos dejemos convencer con el argumento de que siempre existirá alguien que no tiene ninguna cualidad. Si esto lo pudiera demostrar alguien, el error no estaría en la persona analizada, (porque es imposible que un ser humano carezca irremisiblemente de cualidades positivas) sino en el analizador, que niega cualidades, aún cuando sean evidentes, en los demás y no ve las propias carencias, aún cuando sean evidentes.

Sólo una aclaración final: no pretendo comparar personas con herramientas, sólo es una licencia literaria para explicar lo que de otra manera no sé explicar. Es decir este relato es fruto de mis limitaciones (a las que quiero como si fueran mis hijas).

No sé por qué, pero me suena habérsela leído a Telémaco. Sin embargo, no he conseguido encontrarla en su blog. ¿La escribiste o la he soñado?

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7 comentarios

Telémaco 12/06/2007 - 08:46

La había leído, creo que varias veces, porque es una historia que me encanta, pero en el blog no recuerdo haberla puesto.

Debe ser un efecto de las neuronas espejo…

¿Las neuronas espejo se activan a través de un blog?. Es una pregunta retórica, porque los que andamos por la blogosfera asiduamente sabemos perfectamente que se activan.

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fernando mh 12/06/2007 - 15:19

Muy sugerente y útil, la historia. Y muy apropiada para aplicar a situaciones reales del mundo real. Gracias por recordarla y transcribirla.

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félix 12/06/2007 - 20:31

Muchas gracias por compartir esta historia, que desconocía. Acabo de salir de una evaluación 360 y me ha venido muy bien el recordatorio de centrarse en las cualidades en lugar de en los defectos

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Mikel Agirregabiria 12/06/2007 - 21:27

Es una historia muy extendida en Internet. Incluso existe una presentación de libre acceso.

Contiene una gran verdad y hemos de agradecer a Julen por recordarla.

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mercurio 12/06/2007 - 21:38

Creo que es la mejor definición de líder que he visto.

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Julen 13/06/2007 - 04:08

telémaco, creo que los blogs son la forma a través de la cual han confirmado la teoría de las neuronas espejo.
fernando mh, de real tiene bastante, desde luego.
félix, suerte con tus áreas de mejora tras la 360º.
mikel, ya sabía yo que ese inmenso almacén de conocimiento que representa tu blog tendría alguna referencia al respecto 😉 Gracias.
mercurio, pues ya sabes líder-carpintero. Ya tenemos otra imagen.

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Yoriento 16/06/2007 - 16:34

De este tipo de metáforas siempre extraemos interpretaciones supraconductuales, también metafóricas: el carpintero es un lider, los trabajadores se ven reconocidos a través del trabajo en equipo…Como en la metáfora del albañil que percibe que «está construyendo una catedral» en vez de levantando un muro de la misma.

Pero la motivación individual y diaria de cada «herramienta» depende de variables mucho más tanbigles y directas que de la mera visión del producto final, y de las cuales no se habla tanto porque no es tan fácil, vendible o politicamente correcto en el mundo de los RRHH.

Sí, ya sé que la metaforización es una forma de presentar una idea que se desarrollará más tarde, pero me da la impresión de que algunas veces nos quedamos demasiado arriba, en los conceptos, y aterrizamos poco en la «tecnología de la conducta», ¿no? 🙂

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