Abro la ventana del cuarto y miro hacia abajo y, cuando estoy a punto de dejarme caer, pienso que nunca sabré si Saimon abrirá los ojos de verdad. Espero que sí, lo deseo con todas mis fuerzas, y es este anhelo el que me llena del valor necesario para volver a saltar al vacío, para abrazar la noche y abandonar de una vez por todas el hermoso y trágico mundo de los vivos.
Toni Hill es un escritor al que uno tiene aprecio. Quizá haya que rebuscar alguna extraña conexión que tenga que ver con estudios que compartimos. Toni estudió Psicología. Claro que su vida ha estado dedicada a la literatura; no como la mía. Bueno, a mí también me gusta escribir y hasta tengo por ahí algún premio del que estoy bien orgulloso. Pero no hay comparación posible, evidentemente.
Porque Toni Hill hace ya un tiempo que dio el salto a unas ventas bastante considerables, sobre todo con Tigres de papel, una novela que transcurre por la periferia metropolitana de Barcelona de los años 70, en Cornellà de Llobregat, y que es absolutamente recomendable. Antes publicó su trilogía del inspector Héctor Salgado: El verano de los juguetes muertos, Los buenos suicidas y Los amantes de Hiroshima. Insisto, todo ello muy bien traído.
Parece que ahora le ha dado al buen hombre por pasear entre vivos y muertos y sigue con los tintes góticos que ya propuso en Los ángeles de hielo. Porque en esta última novela, El oscuro adiós de Teresa Lanza, bien que escarba en el limbo que serpentea entre este mundo –sea como sea que quieras definirlo– y ese otro al que, por ley de vida, llegaremos todos.
La trama nos introduce en dos planos que se suceden: la vida y la muerte, pero también entre la pudiente sociedad organizada alrededor de una típica urbanización en las afueras de la urbe y la de quienes emigraron desde el otro lado del charco para prestarles sus servicios. Ahí cada cual arrastra su historia y esconde sus secretos. A medida que la novela avanza van quedando al descubierto las miserias humanas, las vergüenzas y los traumas que viajan con cada personaje. Todas, todos, con un bagaje que proporciona combustible a la novela.
Teresa Lanza es esa chica que emigró desde Honduras y que aterriza en una casa para trabajar en el servicio doméstico en busca de un futuro mejor. Pero se ha suicidado. ¿Por qué? La muerta parece todavía viva. Porque se mueve entre los vivos a la búsqueda de explicaciones y argumentos para entender qué pasó. Mientras, cada uno de los personajes va dibujándose hasta completar una escena en la que nadie queda impune.
No sé si me gustaban más aquellas novelas de Héctor Salgado o esta nueva etapa. Desde luego que en El oscuro adiós de Teresa Lanza hay una construcción de personajes muy elaborada y el trasfondo social de la emigración que choca con la clasea acomodada conforma un territorio que da mucho juego. Pero, claro, uno echa en falta aquel personaje entrañable con el que tanto disfrutó. En fin, seguiremos leyendo a Toni Hill. Yo y otras tropocientas mil personas, que ya os digo que estamos ante un superventas para lo que se estila por estos lares.
Imagen de Peggy Choucair en Pixabay.