Uno de los recuerdos de mi trayectoria profesional que se han quedado conmigo a vivir es, sin lugar a dudas, aquel en que participé en la selección de la primera mujer que formaría parte del equipo directivo de Maier, la cooperativa en la que trabajaba por aquel entonces. Aquello sucedió en 2001. Hoy, mirado desde 2020, me resulta difícil entender por qué antes ninguna mujer había ocupado un puesto en la dirección de aquella cooperativa1Creo que esto que digo es así. Si hubiera habido alguna mujer antes de esa fecha, me encantaría que alguien me corrigiera.. Venía a ocupar el cargo de directora de sistemas y, por supuesto, aterrizaba en un departamento de hombres. Aquello, ya veis, fue a comienzos de este siglo. Tampoco es cuestión de ponerse medallas, que no es nuestro estilo; pero sí diré que fue algo por lo que peleé en su día. No era lógica aquella aberración de género a nivel directivo.
Hoy es el día en que la diversidad de género ha ganado cuota de atención. Pero todavía es muy largo el camino hasta la paridad y no son pocas las voces que la cuestionan. Se puede decir con la boca grande –bocazas los hay en todas partes– o con la boca más pequeña. Hay que reconocer que, a la chita callando, estas últimas voces son si cabe más tóxicas que las que exponen su misoginia a los cuatro vientos. Además, los modelos mentales y los sistemas de creencias, esa parte del iceberg que queda bajo las aguas, funcionan a pleno rendimiento. Simplemente las mujeres no están porque no están. Se lo escuche una vez, créedme, a un directivo de supuesto nivel.
Supongo que me seguiré pegando contra unos y otros más de una vez por defender que necesitamos más mujeres en los consejos de dirección y, en general, en los órganos de poder de las empresas. Si me leéis, ya conoceréis que aquí somos partidarios de las cuotas. Hay veces en la que no queda sino meter la directa y dar pasos decididos hacia la justicia social. ¿Qué tiene que ver esto con las empresas? Si no consigues verlo, si no consigues colocar en el mismo plano, justicia social y empresa responsable, entonces tampoco merece la pena que sigas leyendo el artículo; para qué engañarnos.
Podría recurrir a la casuística que nos llega de los países con mayor índice de desarrollo humano y cómo allí las mujeres ocupan más cargos de responsabilidad. Podría recurrir a los casos de mujeres que son ejemplo en numerosos campos, sea de la ciencia, de la empresa o en cualquier otro ámbito. Podría recurrir a la estadística y argumentar que, si la cualificación por géneros es la que es, no tiene sentido que no encontremos también en la dirección a parecido número de mujeres y hombres. Podría recurrir a la mejor perspectiva que se consigue cuando en el análisis intervienen los dos géneros. Podría, pero voy a manejar otro argumento.
Una empresa no puede vivir ajena a la sociedad en la que vive. Sí, todavía hay mucho camino por recorrer en cuanto a la igualdad de género, pero estoy convencido de que a menos no va a ir. Así pues, ¿cómo vas a argumentar que ninguna mujer ocupe un puesto directivo o que su representación sea mínima? ¿Cómo vas a captar talento en mitad de semejante anomalía generacional? Cualquier organización debe adaptarse al contexto en que opera e incluso asumir su rol transformador; no puede sobrevivir al margen de las corrientes de pensamiento y de la evolución social. Una empresa sin paridad de género –o sin una vocación expresa de perseguir este objetivo– es una empresa vulgar. Y dañina.
Por supuesto que hay sectores y sectores. Los hay feminizados y los hay masculinizados. La fiesta va por barrios y conviene relativizar: la táctica para llegar al objetivo admite matices. Puede que convenga, por cierto, mirar la pirámide retributiva: ¿qué tal queda la foto de la feminización o masculinización de salarios? ¿La cuota de género se reparte por igual en esa pirámide? Una empresa que no está feminizada, insisto, es una empresa vulgar y dañina. No es de recibo que en 2020 la fotografía de distribución por géneros arroje cifras sonrojantes. El talento se reparte entre la población, mujeres y hombres lo poseen por igual. Si no se consigue representación suficiente en ciertos lugares, algo se está haciendo mal.
Todos sabemos que hay tratos empresariales entre caballeros que se cierran con putas. ¿Te escandaliza? Yo los he conocido; no tengo que irme muy lejos para saber que han existido y, estoy seguro, siguen existiendo. Semejante degradación de la mujer, considerada trofeo a golpe de tarjeta de crédito (más o menos black), refleja una anomalía de tal ruindad humana que hay quien se pone la venda en los ojos. Pero ahí están las prácticas. Ahí están las ferias y los éxitos para celebrarlos con sus buenos volquetes de putas, como muy bien retrató aquel insigne político popular.
Feminizar una empresa es un gran reto en sí mismo. Obliga a diagnosticar y a dibujar líneas de acción concretas para perseguir objetivos que impacten en indicadores. Sí, es gestión pura y dura, puedes verlo así. Pasa el tiempo y sigo escribiendo este tipo de posts. De vez en cuando veo el vaso medio vacío, lo reconozco. Pero no queda otra: para muchas empresas esto no representa problema alguno. Y como no ven el problema, tampoco activan solución alguna. El círculo vicioso se refuerza y lo mismo estamos yendo de mal en peor. Por eso vuelvo a la carga y lo escribo de nuevo: hay que feminizar las empresas para hacerlas evolucionar hacia modelos más sostenibles. Por supuesto, en lo económico, pero de igual manera en lo social y en lo medioambiental.
Imagen de BENMANSOUR ZAKARIA en Pixabay.
4 comentarios
Gracias por tu reflexión teórica y práctica! Comparto tu análisis, menos el uso del término «feminizar» o «feminización». Lo «femenino» es una construcción cultural que casi siempre sale peor parado que lo masculino en términos de derechos, de tiempo, de recursos, de poder… ¿Por qué no hablar de presencia equilibrada de mujeres y de hombres? ¿De presencia de la diversidad (género, edad, procedencia, clase…) en las organizaciones? Un abrazo enorme!!
Mentxu, tenía pendiente contestarte. Jajaja, lo hago al año siguiente de tu reflexión. Ya ves que lo tomamos con calma. No creas que soy capaz de entender muy el argumento que manejas. Para mí, «feminizar» seía poner en valor lo femenino, algo que no tengo por qué «desmerecer» de lo masculino. ¿No tendría más sentido pelear por una reconstrucción cultural de lo «femenino» para que ocupe su lugar, ese que sin más lo equipara a su homónimo, lo «masculino». En lo que sí estoy de acuerdo al 100% es en machacar la idea de la diversidad, este es el vector principal que da sentido a muchas de las iniciativas para construir justicia social. Además de que creo sinceramente que la diversidad conduce a mejores resultados. En fin, seguiremos «enredando» con todo esto. Cuídate mucho, Mentxu. Besos.
Excelente tu artículo, me quedo con varios conceptos interesantes
La mujer ganando su cuota de atención.
Y feminizar la empresa.
Gracias por el artículo es un tema a seguir trabajando. Gracias por ocuparte!
Lo hacemos con gusto 😉
Gracias a ti, por dejar tu comentario.