01 Por el Parque Natural del Armañón hacia Gibaja

by Julen

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En marzo llegó la declaración del estado de alarma y comenzó el confinamiento. Lo nunca visto. De repente las cuatro paredes de casa eran el límite. Allá dentro, fuera lo que fuera; todo iba a ocurrir allí. Pero siempre he dicho que no me puedo quejar. Reconozco que en casa tenemos buena calidad de vida. Sí, no hay balcón para salir a tomar el sol cuando brilla y tampoco un rodillo en el que dejar parte de la frustración de no poder salir al monte con la bici. Pero si comparo con otra mucha gente no tengo de qué quejarme.

Dicho eso, no entiendo muy bien por qué en esta ruta salgo de casa con una especie de nudo en el estómago. Algo diferente ha estado pasando todo este tiempo. En el trabajo han sido unos meses como hacía tiempo que no conocía, con una dedicación a la que quizá no estaba tan acostumbrado. Creo haberlo hecho con gusto pero, no sé, hay algo por aquí alrededor que no termina de encajar bien. En lo familiar, ya lo he dicho en varias ocasiones, los mayores (en nuestro caso «las» mayores) son la preocupación principal. Ayer me descubría, por cierto, conversando sobre la mi vejez con una amiga que trabaja en la gestión de un grupo de residencias para gente mayor.

A eso de las 7 de la mañana bajaba al garaje. Es la última ruta que voy a hacer con esta Orbea Oiz de 2015. En breve cambiaremos de montura. Será otra Oiz, esta vez una M-Pro TR que ya tenemos encargada y que llegará en breve. A lo mejor esto también tiene algo que ver. Esta Oiz me trae recuerdos de la tesis doctoral. Desde 2015 hasta que la defendí en 2018 fueron tiempos que giraron en torno a ella. Ya veis cómo somos los humanos, enganchados a un artefacto. En mi descargo siempre digo que es el medio para un fin. De esa forma trato de engañarme.

Las primeras pedaladas suponen terreno conocido hasta decir basta. Llueve suave. Bueno, luego un poco más fuerte. Salgo por Olabeaga, junto a la ría, olisqueando el pasado industrial y pegado a las nuevas infraestructuras de la sociedad del ocio. El bidegorri (carril bici) se da de golpe, no obstante, con los viejos edificios de aquella industria que vivía de cara a la ría. Hoy todavía queda algún ejemplo que se resiste a abandonar este mundo. Allá en Zorroza llegas a una empresa de descontaminación en pleno suelo seguramente contaminado. Luego, al cruzar el Cadagua, ese río del que de pequeños decíamos que llevaba «más mierda que agua», más de lo mismo: Burtzeña. Son lugares de pedaleo habitual. Hoy, sin embargo, uno los ve de otra manera.

Cojo la Vía Galdames. En casa siempre la llamamos así. Cuando vivía mi abuelo de vez en cuando le acompañaba a hacer hierba a una campa que tenía en el puente segundo. Así recuerdo que la llamaba: la campa del puente segundo, al otro lado de las vías del tren minero. Hoy llueve y se ve poca gente por el bidegorri. Un par de peregrinos (coincide la ruta con el Camino del Norte) van mojándose, aunque no parece importarles. Les deseo buen camino. Yo sigo hacia Galdames, ellos hacia la playa de La Arena. Sigue lloviendo.

Paro y le coloco la funda a la mochila. La lluvia continúa pertinaz. Dejó la Vía Galdames y cojo la que venía de Traslaviña (Artzentales) y que se dirige hacia Sopuerta. Hay que esquivar la cantera. El progreso es el progreso. Sigue lloviendo.

Decido parar un rato en Artzentales para comer alguna cosilla y de paso darle una oportunidad al tiempo. Pleno al quince. Salgo y ya no llueve. Toca carretera hasta Turtzioz en una zona muy frecuentada por ciclistas de ruedas finas. Me pasan como obuses. Voy suave. Sé que desde Turtzioz toca afrontar el subidón del día hasta el Armañón. No hay manera, en la parte alta tengo que echar pie a tierra. No quiero forzar, al menos no el primer día. En apenas 5 kilómetros se suben algo más de 600 metros de desnivel. Pero la gracia es que lo verdaderamente empinado está en los dos últimos kilómetros. En fin, nada que con buena letra no podamos salvar. El calor aprieta.

Hacía tiempo que no disfrutaba de la compañía de tábanos, moscadornes varios, avispas y demás fauna volante que vive de incordiar a los demás. Los putos tábanos (lo siento, no se me ocurre otra forma de definiros) me han picado por encima del culottte. Qué criaturas tan simpáticas.

Arriba el panorama se abre. El día, no obstante, no está claro. Paso entre vacas. Bueno, quizá sea más propio decir que paso entre millones de moscas que viven pegadas a las vacas. No sé cómo lo aguantan. Me encuentro con gente haciendo senderismo por la zona. El valle de Karrantza queda abajo. Buena zona toda esta para pedalear por el monte, no hay duda.

Como voy bien de tiempo decido acercarme hasta las cuevas de Pozalagua. Sé que hay un restaurante allí y aprovecho para comer tranquilo mientras disfruto de las vistas. Asisto al típico hostión de quien no se da cuenta que hay cristalera y va de frente contra ella con toda su alma. Tras unos momentos de preocupación y después de ver que la chica salía indemne, hemos explotado en risas generalizadas… a las que ella misma ha dado el visto bueno. Hostión de época, de verdad. Paberse matau.

Desde Pozalagua hasta Gibaja, lugar del final de etapa, apenas quedaban 10 kilómetros y en una gloriosa bajada. Al llegar, el chaval que me ha atendido en el hotelito me ha dicho que últimamente los ciclistas estamos salvando un poco el negocio. Muy amable, me ha dejado manguear la bici y la ha guardado en un almacén que tienen al efecto. Estupendo. Bueno,os dejo. Mañana más. Cuidaos mucho.

Crestería en el Parque Natural del Armañón

Por la vía del tren minero de Traslaviña

Túnel en la Vía Galdames

Fotografías de la ruta.

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