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La tarde me dio para pasear un poco por el pueblo. La noche cae pronto y tampoco da para tanto. Esta es mi cuarta ruta en temporada invernal. Antes lo hice por tierras de Castilla La Mancha, por Segovia y también por aquí al lado en La Hoya de Huesca y la comarca de las Cinco Villas. Si la primavera es exuberancia —no deberías abandonar este mundo sin pedalear por la dehesa en esa época— y el verano son esos días largos que dan muuuucho de sí, esta época es recogimiento, dureza, soledad. Es un momento para pedalear con uno mismo, para rumiar pensamientos y reencontrarse con algunos recovecos de la persona que somos.
El caso es que Puente de Montañana, la parte baja del pueblo, se recogía en torno a sí mismo. Por aquí pasa el GR1, como lo atestigua un panel informativo junto a la pasarela del puente. Se trata de un sendero histórico al que le tengo echado el ojo y por el que pedaleé hace un montón de años en tramos de la montaña palentina. Porque este sendero de gran recorrido parte, nada más y nada menos, que de L’Escala, en Girona, a orillas del Mediterráneo, y pone rumbo hacia el océano Atlántico, donde acaba en Finisterre (A Coruña). No está mal, ¿verdad? Por cierto, también pasa por Montañana.
El río Noguera Ribagorzana separa al pueblo en dos mundos. A un lado, la carretera nacional y su colección de servicios para quienes conducen sus vehículos por esta parte del mundo. Al otro, el pueblo, ajeno al mundanal ruido, con la típica plaza junto al edificio del ayuntamiento y la iglesia, sus soportales y un molino viejo a las afueras. Bueno, mejor digo plazas, en plural, porque se dispone en dos alturas. Las piscinas, coquetas, esperan un clima más benigno. En el lado de la carretera, como decía, el progreso: panadería, fonda, hotel, hostal, restaurantes y hasta alguna que otra empresa de turismo activo.
Cené en el hostal en el que me hospedaba ya sin la marabunta de mediodía. De hecho, estaba yo solo. Se marcharon unos chicos que creo que estuvieron toda la tarde entusiasmados con sus juegos de mesa. Así pues, disfruté de la soledad, al lado de la chimenea, tranquilo, repasando cómo era la etapa de hoy y leyendo algunas cosas sobre Tremp, mi final de etapa. Bueno, y a ratos enfrascado en Belleza roja, la segunda de las novelas de Arantza Portabales que leo, tras el buen gusto que me dejó Sobreviviendo.
Ya me explicaron que por la mañana me preparara porque nos levantaríamos con una niebla del copón. Pues efectivamente. No hacía falta consultar a las voces expertas en meteorología de la televisión, bastaba con acudir a la experiencia local. Por cierto, también me hablaron de la sequía. Lo están pasando mal.
La etapa comienza atravesando la pasarela colgante. O sea, dejo la carretera nacional, que bien poca falta me hace. En vez de esa alternativa, el track ofrece una carreterita que, al de unos pocos kilómetros, comienza a subir por un paraje encantador. No hay prisa alguna. Lentitud, divino tesoro. Las hojas caídas alfombran el suelo de la pista. La niebla le proporciona, si cabe, aún más encanto. Me reconcilio con la bici y con el mundo. Qué placer el tramo hacia La Clua y luego hasta la Torre d’Amargós.
Al salir de la niebla encuentro unas vistas preciosas. Me callo y mejor os regalo un par de fotos.
Salimos a otra carreterita que crestea un poco. Cambiamos de vertiente. Dejamos atrás Torre d’Amargós y Castellnou de Montsec para dirigirnos hacia Sant Esteve de la Sarga. Poco después, en Beniure cojo agua. La carreterita me obsequia con premio: primer vehículo con el que me cruzo tras más de 20 kilómetros. No está mal. La niebla, abajo, me espera de nuevo.
Tras dejar Alzina a la izquierda, comienza la bajada de verdad. Llega un momento en que se deja la carretera para coger una pista que baja con decisión. Oh oh, ha sido muy complicada toda esta bajada porque el terreno está húmedo. Me echo encima un par de kilos de barro y continúo. La bajada termina al coger la C13, justo frente a un hotel. Llego a la carretera en plan Ecce homo. Tela el asunto.
El embalse de Terradets me obsequia con una fantástica niebla. Normal. Hay que acercarse a su central hidroeléctrica. ¿Por qué? Los túneles por los que se accede son visita obligada.
Me quedan 20 kilómetros para llegar a Tremp. Perfecto. La carretera que ofrece el track lleva el embalse a la izquierda durante un breve tramo. La niebla continúa haciéndome compañía.
En plan Verano Azul (bueno, sería más propio Invierno Azul) vamos dejando pasar los kilómetros. De hecho, le hago una trampa al track oficial porque sigo por el asfalto, a la derecha del canal de Gavet y no a su izquierda. Aprlvecho para otra foto más.
Bueno, pues ya solo quedan 10 kilómetros. Paz y tranquilidad. Y barro. Me como otra ración. ¿No querías taza? Pues toma taza y media. La pista, llana, bordea tierras de labor y por tramos no deja opción: dosis extra de barro de la mejor calidad, caballero. Finalmente la pista mejora de firme, con más piedra y menos chocolate. Hay que cruzar el río Noguera Pallaresa y enseguida se entra en Tremp.
Como quiera que la bici y servidora vamos bien servidos, no queda otra: hay que pasar por la gasolinera de turno a manguear la bici y, de paso, también las zapatillas. En el hotel hoy la colada va a dar más trabajo del habitual. Ya os contaré. Toca disfrutar de la capital del membrillo.
Kilómetros totales hasta esta etapa: 137,60.
Metros de desnivel acumulado hasta esta etapa: 1.931.
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