15 Piodão – Casegas #PortugalMTB

by Julen

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De entre las aldeias históricas, una a la que le tenía echado el ojo con especial cariño era a Piódão. ¿Por qué? Pues vete tú a saber. Aquí las filias y las fobias caminan muchas veces por caminos inescrutables. Muchas de las fotografías que puedes encontrar de este pueblo en Internet lo son por la noche. Las casas se disponen en la ladera como si estuvieran unas encima de otras y con la luz amarillenta y mortecina de las farolas, la estampa tiene su encanto, no cabe duda. Yo lo encontré en un día soleado y abarrotado de turistas.

Estamos al suroeste de la Serra da Estrela y como por aquí abunda la pizarra, este material proporciona también al pueblo un aire especial. Los azules y blancos de puertas y ventanas contrastan con los grises de la pizarra. Más juego cromático con el que disfrutar. ¿Por qué azul? Se cuenta que en la zona solo tenían pintura de ese color, así que tira millas.

Aquí en Piódão no hay castillo que llevarse a la vista. De todas formas, la orografía en sí misma ya lo pone complicado para hacerse un aquí te asalto. No es Piódão una aldeia histórica al uso. No castle, no aldeia histórica. Si acaso cogió cierto renombre fue por su aislamiento, lo que la convirtió en lugar en el que esconderse de la justicia. Ya veis qué manera tan poco lustrosa de tomar protagonismo. De todas formas, nos pongamos como nos pongamos, el pueblo es de lo más coqueto, en plena sierra de Açor. Todo esto si eres capaz de verlo sin la algarabía del turisteo; que a lo mejor es imposible.

Dicen que por la noche parece un portal de Belén. No sé muy bien por dónde andarán San José y la Virgen María. Lo mismo están por ahí currando porque hay que ver el trabajo que dan estas montañas si las quieres cultivar. Se ven bancales por todas partes. No está mal la fe en que el trabajo, murete a murete, les permitiría cultivar algo de provecho. En fin, es un pueblo para callejearlo sin prisa alguna subiendo y bajando escaleras. Si, parece el típico fin del mundo. Lo suyo cuesta llegar y lo suyo cuesta salir.

Vamos con las cuitas. Nada más llegar me apliqué hielo y luego una dosis generosa de Voltaren, que siempre va en el botiquín. Andar me cuesta lo suyo. Subir y bajar escaleras es tomar riesgos. Enseguida aparece el típico pinchazo que avisa de que así no.

La etapa de hoy la tuve que cambiar hace unos días porque el dueño del alojamiento que había elegido, en Barroca, junto al río Zêzere y siguiendo más o menos el GR22, me dijo que no tenía disponibilidad. Flipé un poco porque ya tenía la reserva en firme. No hay muchas opciones por la zona y finalmente busqué otro alojamiento rural a unos 20 kilómetros al norte. Más cerca no encontré. Ahora, con el pie izquierdo protestando, ni tan mal hacer carreteritas para llegar a Casegas, que es mi destino de hoy. La previsión es de unos 1.700 metros de desnivel acumulado; tampoco es broma.

El día ha comenzado con un suculento desayuno aquí en Casa da Padaria. La cena de ayer tampoco estuvo mal. Comí trucha, que es típica de la zona.

Vamos con la etapa. Arriba los aerogeneradores hacen su trabajo. Desde la ventana de la habitación escucho el movimiento de sus aspas gigantescas. Nada más salir hay que empezar a escalar el primer puerto del día, que nos deja junto al memorial de Manuel Torga, ese por cuyo pueblo natal pasamos hace unos días y que solía frecuentar esta zona.

Las carreteras parecen líneas extrañas que violentan estos parajes solitarios. Unen pueblos imposibles. ¿Quién decidió que ahí en mitad de ningún sitio merecía la pena crear su hogar? Soito da Ruvia, Mourisia, Tojo, Fórnea, Covanca, Ceiroco. ¿Cómo le explicas a alguien que vives ahí, en ese rincón del mundo, y que precisamente ahí entiendes que está tu futuro? Pedaleo cerca de los aerogeneradores, cerca del cielo. Los pensamientos se me escapan.

Vamos haciendo camino. El asfalto llega hasta donde puede. Baches, tramos olvidados de mantener, señales que dejaron de importar pero que siguen indicando pueblos recónditos. Bajamos hasta Meãs. Hay gente de paseo. Como cualquier otro domingo. Civilización.

Vuelvo a ver Torre a lo lejos. Allí está su centro comercial. Una anomalía del progreso en esta soledad de montes desafiantes. La Serra da Estrela es un macizo imponente. Ahora la vemos desde el sur y se distingue perfectamente el valle glaciar de Alforfa.

Llegamos a la Aldeia de São Francisco de Assis. Está bañada por ese aire que suelen desprender los pueblos mineros. Un cartel de 0 accidentes recuerda el precio que se paga por arrancarle a la tierra sus minerales. Al llegar se escucha la megafonía de la iglesia con la misa dominical.

El snack bar de la parte alta acogía a otro tipo de feligreses. Componían una escena un tanto surrealista por la extraña mezcla: hombres pegados a sus aguardientes matutinos, otros con sus cafelitos, una familia en mitad de su desayuno, un señor trajeado, unos tipos con unos sombreros de disfraz a cual más estrafalario… Y la megafonía de la misa entremezclada con el jolgorio del concurso de la tele.

Termina la misa y el bar empieza a recibir a la gente vestida de domingo. Con las mejores galas, niños y mayores van llegando. Las minas de wolframio duermen. Son las minas de Panasqueira en Barroca Grande. Más abajo están las de Cabeço de Pião. Las viviendas mineras son como las de todas partes: casas baratas que se suceden en calles paralelas. La barriada es grande; dicen que aquí se extraía el mejor wolframio del mundo. El paisaje alterado con sus enormes escombreras queda para la posteridad.

Seguimos ruta. Me llaman de la reserva en Castelo Novo donde duermo mañana. En la casa rural han tenido un caso positivo en covid y no pueden darme alojamiento. Tendré que cambiar planes. Alguna solución encontraremos.

Me acerco a Ourondo a ver si puedo comer algo. No hay manera. Finalmente cruzo el Zêzere y en Silvares consigo comer algo en un restaurante en el que tardan una eternidad en atenderme. El asunto es que está todo cerrado, supongo que porque es domingo.

Cuesta un potosí arrancar de nuevo después de comer. La sombra, la brisa, la comida en la tripa; se está bien apalancado en la terraza del restaurante. Bueno, venga, que queda todavía algo más de una hora de camino. Hay que cruzar de nuevo el Zêzere y retomar ruta hacia Casegas, con la Serra da Estrela casi todo el tiempo de fondo. Mañana os pongo al día de las cuitas y comparto los planes hasta terminar esta ruta.

Kilómetros totales hasta esta etapa: 1.016,87.
Metros de desnivel acumulado hasta esta etapa: 20.239.

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📷 Fotografías de la ruta cargadas en el álbum de Flickr.

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