Hoy otra vez hemos disfrutado del camino. A la salida de Eauze, unos cuantos kilómetros por senderitos oscuros que, cuando salían del bosque, daban con los eternos maizales y con vignobles muy pulcros. Por algo Eauze es la capital del Armagnac. Al principio del día he encontrado una buena cantidad de peregrinos, justo en el tramo entre Eauze y Nogaro. Además, otra sorpresa: durante la primera parte de la mañana el día estaba nublado.
A la salida de Nogaro los maizales se hacen si cabe más omnipresentes. El camino se funde con los pasos rectilíneos entre las plantas. El desnivel es el del terreno. Aquí no hay ninguna ingeniería que haga desmontes para evitar subidas o bajadas. Toda la etapa de hoy se ha movido entre los 80 y los 230 metros de altitud y, en cambio, el desnivel acumulado ha sido de 1.000 metros. Echa cuentas de las subidas que tocaban.
Otro hito del día ha sido cruzar el Adour. Este ya es un río más de casa, de esos que ya te dicen que te estás acercando al hogar. No obstante, se cruza por Aire-sur-l’Adour, a bastante distancia de su desembocadura. O sea, que el río suena y agua lleva, pero todavía quedan unas cuantas etapas hasta llegar a Bilbao.
A la salida de Aire-sur-l’Adour he tenido que compartir unos pocos kilómetros con una carretera nacional, de esas con rectas profundas en las que los camiones que te adelantan te recuerdan una y otra vez lo agresivas que son para los ciclistas. No hay arcén y eso es un peligro en este tipo de vías rápidas. Por fin hemos podido dejar la N-124 y pasar al camino otra vez, con alguna carreterilla de cuarto orden de vez en cuando. El último tramo antes de llegar aquí a Arzacq-Arraziguet es precioso, con el camino que taladra los bosques por auténticos túneles verdes.
Arzacq es un pueblo en el que ya he visto unos cuantos peregrinos. Se ve que aquí son frecuentes. En el hotelito en el que estoy alojado somos mayoría. Por cierto, que ayer en el cutre hotel de Eauze descubrí al pitufo camarero gruñón. Un tipo grande, gordo, que farfullaba palabras monosilábicas y que parecía enfadado con el mundo. Vamos, ideal para un trabajo como camarero. Me obsequió con una cena a base de tirarme literalmente los platos sobre la mesa —por cierto, sabrosísimos— a golpe de bufido. Al final me entraba la risa. Claro que si me pilla y se da cuenta lo mismo me planta un par de sopapos por gracioso. De veras que de verlo no creerlo. Un grupo de peregrinos que estaba en la mesa de al lado estaban con la misma canción que yo.
Bueno, estoy subiendo más fotos a Flickr, aunque a una velocidad lamentable, pero ya llegaran algún día de estos a destino. Espero que te gusten. Nos vemos.
Distancia de la etapa: 79 km