Pues ya veis, al final me he lanzado directamente a leer Leones muertos, la segunda entrega de la serie de Jack Lamb, cuyos seis primeros títulos ha publicado en castellano la editorial Salamandra. Ya os comenté que si bien al principio de Caballos lentos, la que inauguraba esta colección de historias, me costó cogerle el hilo, luego todo fue coser y cantar. La Casa de la Ciénaga, ese lugar situado en la calle Aldersgate, en Londres, al que han destinado a espías del MI5 británico caídos en desgracia, se convierte en un curioso hogar que vas moldeando a fuerza de entender –hasta donde es posible–la lógica de sus habitantes. Cada cual con sus miserias, cada cual con su vida a cuestas.
El jefe de este santuario de espías es Jack Lamb, un tipo capaz de representarse a sí mismo de la forma más desagradable posible. Desagradable y enternecedora. En esta ocasión cree que la muerte de quien fuera espía hace ya unos años no es accidental, sino un asesinato. Así que emprende una investigación en la que va necesitando del saber hacer de su tropa. Nos vamos a ir atrás en el tiempo, a la Guerra Fría, a la URSS y a sus experimentos con armamento nuclear. Las ciudades fantasma, desaparecidas hace muchos años, se vuelven presentes. En el deambular cotidiano de Uppshot, un pequeño pueblo de la campiña inglesa, no todo es lo que parece. «Cuanto más amistoso es el territorio, más miedo dan los nativos».
Al tiempo, en la Casa de la Ciénaga reciben un encargo, una «comisión de servicios». Tienen que proteger a un oligarca ruso. Pero el encargo se salta al jefe de la manada, a Jack Lamb. Llega directamente desde Regent’s Park, ese lugar del que fueron expulsados nuestros espías de la Casa de la Ciénaga y que es la sede oficial del espionaje británico. Ese lugar al que quieren volver para recuperar su autoestima.
El servicio secreto, como el resto de las instituciones, había tenido que ajustarse a una serie de normas y reglas. Si echaban a los inútiles, éstos los llevaban a juicio por discriminación, así que preferían enviarlos a un anexo olvidado de la mano de Dios y cargarlos de papeleo: un acoso administrativo cuya única pretensión era obligarlos a tirar la toalla. Los llamaban los «caballos lentos» (los jodidos, los fracasados) y su dueño era Jackson Lamb.
Cada espía de la Casa de la Ciénaga se pone en marcha para entender qué está pasando en Uppshot y qué sucede con el oligarca ruso. ¿Cómo están conectados ambos hechos? Claro que los caballos lentos «iban y venían, y entremedio se quedaban encerrados en sus cuadras». Para colmo de males, las misiones, calculadamente crueles, les permiten de vez en cuando «vislumbrar la luz del sol», aunque «luego habían vuelto a cerrar la puerta del establo». Los caballos lentos, no obstante, se ponen en acción y sí, vas a poder disfrutar de una trama entretenida en la que el humor inglés se disfraza de tragicomedia.
Imagen creada vía Microsoft Copilot.