El hinque

by Julen

De pequeño, si algo no faltaba por los alrededores de mi casa era tierra. Me refiero al hecho de que no había llegado aún ese tipo de urbanización normalizadora que trae consigo aceras, baldosas o asfalto. El suelo no había sido domesticado de la forma en que lo vemos ahora. Y aquel recurso lo transformábamos, por supuesto, en posibilidades para jugar. Entre ellas, al hinque.

Necesitábamos algún objeto capaz de hincarse en la tierra. Servía desde un destornillador hasta cualquier otro objeto que terminara en punta. Un pedazo de suelo más o menos liso era la segunda condición. Por cierto, mejor que no estuviera muy duro. Si estaba un poco embarrado (no mucho), perfecto. Aquel «campo de juego» se dividía en cuadrículas y había que empezar a clavar el hinque en cada una de ellas.

Mi memoria no es capaz de reunir a muchos niños a su alrededor cuando pienso en cómo jugábamos. Lo recuerdo más como un juego de casa, algo con lo que pasar el tiempo, pero sin el afán competitivo de otros deportes, como el fútbol, por poner el ejemplo más evidente. El hinque traía consigo el placer infantil de dibujar las cuadrículas en el barro y de encontrar el objeto adecuado para hincar.

Recuerdo bien un lugar en el que jugábamos al hinque, junto a la carretera. Cuando aún no había aceras ni pasaban tantos coches y, además, había llovido, allí al lado de nuestra casa encontrábamos las condiciones adecuadas. Se clavaba el hinque en el 1, en el 2 y así sucesivamente hasta el 6 o el 8 (creo que en nuestro caso lo habitual eran 6). Luego había que acertar en otra cuadrícula más alejada. En fin, cosas del barro, ese amigo de las niñas y los niños de mi infancia.

La imagen está tomada de este post sobre el «juego de la lima».

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2 comentarios

Rick 22/09/2024 - 12:29

El hinque empezaba cuando se acababan los güitos, los huesos de albaricoque que se habían ido perdiendo durante el verano.
Y al cuadro de arriba, que en nuestro barrio era un semicírculo, se tiraba a la atarzanada, saltando sobre la cuadrícula pero sin pisarla.
También estaban las chapas (qué glorioso era el taco y palmo) que se jugaban en esta época apostando los cromos repes de futbolistas.
A los beaches se jugaba en primavera, cuando pasaba la vuelta, porque había que ponerles caras de ciclistas y protegerlos con cristales a los que se daba forma en la persiana de cualquier lonja desocupada.
La infancia de los niños de los 60 fue insuperable.

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Julen 22/09/2024 - 17:36

Buen repaso el que nos has traído.

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