25 citas de No seas tú mismo: Apuntes sobre una generación fatigada, de Eudald Espluga

by Julen

Llegué a este libro de la mano de Asier Gallastegi, compañero de fatigas en el oficio de la consultoría artesana: No seas tú mismo: Apuntes sobre una generación fatigada, de Eudald Espluga. Tenía pendiente desde hace tiempo incluirlo en mi colección de «Libros a través de sus citas«. En esta salvaje ambivalencia respecto al uso de tecnologías en nuestra sociedad contemporánea, el libro de Eudald nos acompaña en una reflexión que se enfoca desde lo generacional. Rodeados de paradojas, este tipo de lecturas creo no hacen sino aumentar lo imposible de tomar distancia respecto a los hechos. Vamos dentro de la nave, con compañeras y compañeros de viaje diversos, pero entre todos conformamos una tripulación que no puede renunciar a su responsabilidad. Porque somos tripulación y somos pasaje.

Por cierto, el libro es una colección de referencias comunes: Saskia Sassen, Ingrid Guardiola, Luc Boltanski, Ève Chiapello, Judy Wajcman, Zygmunt Bauman, Ulrich Beck, Byung-Chul Han y una lista que se alarga hasta donde se nos pierde la razón.

Lo digital implica un salto epistemológico que modifica nuestro acceso a la realidad, pero también un salto político y ontológico: no es exagerado afirmar que aplicaciones como WhatsApp —o Gmail o Skype— han cambiado nuestra forma de ser animales sociales, en la medida en que han alterado la disposición espaciotemporal de las relaciones.

Creo que es interesante reivindicar la dimensión improductiva del pensamiento: no como una retirada del mundo —el filósofo encerrado en su torre de marfil—, sino como una vía para generar disenso, contradicción, perplejidad.

El entretenimiento de masas —se llame Netflix, YouTube, Instagram o TikTok— ya no funciona como una explosión catódica que nos hipnotiza y nos cautiva, rebaño adormecido frente a la pantalla global; al contrario, nos invita a seguir siendo productivos y fértiles.

Cualquier reapropiación en clave política podía ser neutralizada y glamurizada, triturada por la máquina publicitaria de social washing en que se había convertido la etiqueta millennial.

…trabajador ideal del capitalismo tardío: entregado, creativo, workaholic, alegre, socialmente comprometido, autónomo, techie, sobrecualificado, cosmopolita, atrevido.

¿Qué pasa cuando lo subversivo arrasa en la gala de los Emmy?

Nuestros trabajos ya no son solo trabajos. INFOJOBS

¿Cómo es posible que la vida personal de los trabajadores se haya convertido en la materia prima del mundo empresarial? ¿Cuándo se produjo el giro biopolítico mediante el cual la clase dirigente dejó de exigir la cesión temporal de la fuerza de trabajo para reclamar la totalidad de la existencia humana?

Bajo el neoliberalismo, las personas no existimos sino como un proyecto de perfeccionamiento infinito, y nuestro estar en el mundo se ha convertido en una forma de autoproducción constante. La vida biológica se redefine como pura pulsión de rendimiento: ser (uno mismo) es optimizar(se).

El enfoque de Arendt es radicalmente distinto, pero coincide en señalar que la sociedad moderna transformó los modos de vida de los trabajadores hasta el punto de modificar su naturaleza de animal laborans para convertirlos en homo faber, que es como Arendt se refiere al distanciamiento humano de la naturaleza mediante el artificio y la tecnología: la «labor» era una actividad ligada a la necesidad orgánica, a la supervivencia física de los individuos y la especie, y por lo tanto era un hacer que se consumía en el momento de ser realizado; en cambio, el «trabajo» del homo faber dependía del triunfo de la razón instrumental, del principio de utilidad y de la división del trabajo, pensada para fabricar productos en un contexto de economía de mercado.

El amor por el trabajo se haya convertido en un imperativo afectivo para la generación millennial.

¿En qué momento la vieja vocación por el oficio dejó de ser una herencia protestante para justificar nuestra servidumbre diaria y se ha convertido en un hedonismo entusiasta e hiperactivo?

El resultado es una caricatura grotesca del animal laborans, convertido finalmente en una locomotora de autoexplotación sin frenos. El trabajador ideal del posfordismo —flexible, comunicativo, asertivo, confiable, optimista y creativo— es el que ha interiorizado el imperativo de hiperproductividad: desde la instalación de software para medir el propio rendimiento hasta las prácticas de teambuilding, pasando por la disposición a la formación permanente o los remedios psicofarmacológicos para resistir la presión —ya sea speed, Adderall o ibuprofeno—, este no puede pensarse al margen de la métrica acelerada del capital.

La analítica de datos es el último escalón en el descenso a los infiernos de la hiperproductividad.

La consecuencia de todo ello es el cansancio, la fatiga, la saturación de un yo que es constantemente administrado y siempre insuficiente: el empresario de sí mismo —que ahora somos todos— tiene por delante la tarea infinita de conquistar una felicidad obligatoria.

La fatiga de ser uno mismo no es otra cosa que el resultado de convertir el forma-empresa en el paradigma de toda subjetividad posible en el contexto de la desregulación salvaje de la economía. Es la consumación del sueño húmedo del neoliberalismo: la coincidencia total entre individuo y empresa. Ser uno mismo se ha convertido en un trabajo inacabable, inabarcable, que requiere una inversión constante. Actualizar el perfil de Instagram, estudiar un posgrado, practicar crossfit, sacarte el B1 de alemán, hacer un voluntariado en Tailandia, llevar una dieta hipocalórica, meditar, valorar tus lecturas en Goodreads, medir tus fases de sueño REM: todo forma parte de una estrategia maximalista de autoproducción constante.

El puritanismo digital no tiene nada de contracultural.

¿Y si para hacer frente a la fatiga tecnológica, más que desconectar, lo que necesitamos son nuevas maneras de fomentar y politizar la distracción? ¿Y si lo importante es derribar la ideología del empresario de sí, tanto online como offline? La fatiga tecnológica, tal como tratamos de entenderla aquí, no puede desligarse del imperativo de rendimiento.

Si el «yo» es el eje de esta nueva economía, lo es en tanto que sujeto cuantificado, en tanto que soporte de un conjunto de operaciones mercantilizadoras que convierten cualquier expresión de sí —física, mental o afectiva— en una forma de capital. Pero no en tanto que «yo» narcisista y egocéntrico: la reificación y autoexposición digital es solo una de las muchas posibilidades de rentabilización de lo subjetivo a través de las plataformas.

El «haber si me muero» se ha convertido en una expresión generacional, en una reacción de sentido común, que hace gracia porque es verdad, al menos para muchos millennials. La depresión, la ansiedad y la fatiga han pasado a formar parte del paisaje emocional de una juventud empobrecida y sin perspectivas de futuro, que solo aguanta a base de antidepresivos, analgésicos y marihuana, y esa desesperación se traduce en el consumo —igualmente acelerado— de imaginarios oscuros y melancólicos.

El llamado sadfishing, que se define como la acción de publicar posts hablando de problemas emocionales con el objetivo de despertar compasión en el público, se ha convertido en una práctica habitual entre estrellas del cine, del deporte o influencers: a la vez que les permite «humanizarse» —hablar de problemas de salud mental permite eludir la perspectiva de clase—, consiguen llegar a nuevos mercados a los que antes no tenían acceso.

«No necesitas un psicólogo, necesitas un sindicato».

Laurent de Sutter habla de «narcocapitalismo» para referirse a esta conquista farmacológica del descanso: desde la invención de la anestesia hasta la popularización de las benzodiazepinas, la paz del alma se ha vuelto una realidad tan fácilmente operable como su excitación —a través de estimulantes como la cocaína, los derivados de la anfetamina, el café o los nootrópicos—.

En otras palabras: no solo estamos cansados de estar cansados, sino que además estamos cansados de no poder permitirnos estar cansados.

Afirmar la fatiga significa cultivar los afectos negativos como el resentimiento y la infelicidad en tanto que ejes de clase, género y raza; significa defender una ética y una política redistributiva de los cuidados; significa abandonar el determinismo tecnológico en favor de estrategias de reapropiación táctica de los dispositivos y los saberes técnicos; significa resistirse a patologizar el malestar laboral como una enfermedad psíquica; significa no ceder ante la parametrización biopolítica que aspira a hacer de nuestra existencia una mercancía disponible, operable y circulable; significa no anestesiar nuestro sufrimiento y defenderlo contra la cultura de la autoayuda, para así visibilizar sus causas: negarse a ser uno mismo no es una negación vacía y retórica, sino el principio de una huelga más vasta, mucho más drástica.

Si quieres leer más citas de esos libros que me van dejando huella, puedes echar mano de este enlace.

Imagen de Martin Kraut en Pixabay.

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1 comentario

Isabel 05/12/2022 - 10:33

«no solo estamos cansados de estar cansados, sino que además estamos cansados de no poder permitirnos estar cansados».
Tal cual. Y como nos resulta deprimente casi nos volvemos negacionistas del cansancio.
Bicos!

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