El gallinero

by Julen

Teníamos dos cuadras, una para las vacas y la burra, y otra para las gallinas, los conejos y las palomas. Claro que esta segunda cuadra era, sobre todo, para las gallinas. Disponían de dos espacios, uno bajo techo, en donde contaban con lugares concretos para poner los huevos, y otro en el exterior: el gallinero. Salían a él por una pequeña gatera que por las noches quedaba cerrada. Porque las gallinas también dormían.

El gallinero daba a la parte de atrás de la cuadra. Por allí, junto a un nogal, se movían en un recinto cerrado con alambre. No me digáis por qué, cada cierto tiempo le oía a mi abuelo jurar porque alguna se había escapado. No es que las gallinas volaran, pero se ve que contaban con habilidades suficientes para pasar por encima de aquellos alambres que pretendían cerrarles el paso a la libertad.

Era un espacio sucio. No sé qué tenían las gallinas que lo dejaban todo hecho un asco allá fuera. Si por alguna razón había que entrar en el gallinero, ya podías armarte de valor. No era muy habitual, pero a veces a alguna de aquellas aves le daba por poner un huevo en alguna esquina. Era raro, pero pasaba de vez en cuando. Y entonces, si nos dábamos cuenta, antes de que desapareciera, teníamos que entrar a recogerlo.

Había gallinas que se pasaban todo el día allá fuera y otras que eran más hogareñas. Siempre estaban repartidas. No sé si entre ellas se organizaban de alguna forma. El caso es que cada una distribuía su tiempo como le venía en gana. Bueno, siempre que el gallo de turno no fuera muy dominante, ¿no? Porque siempre teníamos uno y de vez en cuando, con bastantes malas pulgas, por cierto.

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