Las fresas

by Julen

Hubo un tiempo, de pequeños, que en casa tuvimos fresas. Me refiero a un cultivo de fresas. No sé muy bien por qué. Desde luego que no entraba entre la colección de frutas y hortalizas habituales de mi abuelo. Siempre habíamos tenido algún que otro melocotonal, un manzano —que casi nunca daba manzanas—, un peral, un ciruelo y hasta un par de nogales. Luego estaban las hortalizas de toda la vida: zanahorias, cebollas, ajos, alubias, patatas, habas y cosas así. Pero fresas no. Era, hasta cierto punto, una excentricidad.

Supongo que mi abuelo, que era al final quien decidía, junto con mi madre, qué cultivábamos, vería en las fresas un capricho de los nietos. Siempre lo pensé así. Para mi sorpresa, además, las fresas nacieron en mitad de la hierba, como escondidas, sin que tuvieran su propio terreno. Sin más, fueron apareciendo esparcidas en corros compartiendo espacio con la hierba de siempre, la que servía de alimento para las vacas y la burra.

Nosotros, mi hermana y yo, estábamos acostumbrados a las fresas silvestres. Estas sí que eran un auténtico manjar, relativamente escaso y caprichoso en cuanto a los lugares en que aparecían. Encontrar aquellas fresas, más pequeñas y frescas que las que se podían comprar, suponía una auténtica emoción. Recuerdo que nos enfrentaba a un ejercicio de autocontrol porque las ensartábamos en el tallo de una hierba alargada y cuando había una pequeña colección, quizá de ocho o diez, entonces ya las podíamos comer.

Las fresas que cultivamos eran en realidad —luego me enteré— fresones. Y sí, estaban riquísimas. Sabían mucho mejor que las que mi madre podía traer compradas en la tienda. Aquellas fresas (fresones) nos acompañaron varios años. Como digo, no sé muy bien cómo llegaron y tampoco cómo desaparecieron. Era una pequeña algarabía bajar a la campa y ver que junto a la hierba aparecían aquellos pequeños tesoros que destacaban por su tono rojizo. Costaba esperar a que cogieran su color para cortarlas y comerlas. Porque, a diferencia de las fresas silvestres, según las veíamos las comíamos con la típica gula infantil.

La imagen está tomada de La Casa de las Setas.

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