Internet, centro comercial

Creo que ya no queda duda alguna de que aquello que nació hace ya unas décadas como una red interconectada —Arpanet— se ha convertido hoy en un megacentro comercial. Fuera cual fuera su origen, el Internet de hoy es en su mayor parte un enorme bazar. Eso sí, los gritos de los vendedores se han ido haciendo cada vez más sutiles. Ahora se juega con los pequeños empujoncitos (a mayor gloria de Thaler, premio Nobel mediante, y los sabios de la economía conductual), aunque sin descartar tampoco el asalto a mano armada con todo lo que se ponga por delante para que compremos. Porque de eso se trata, de comprar.

Ahora vivimos rodeados de inbound marketing. Dicen que nada de ser invasivos, que nada de push, que todo deviene pull. Ja. Palabrería. Porque ya casi no hay forma de que navegues sin que te asalten pop-ups para que enseñes la patita y comience el circo de perseguirte hasta la extenuación. Y si no lo haces, para algo tenemos metadatos. No hace falta que me digas quién eres porque a lo mejor resulta que ya lo sé.

Lo «gratis» juega en la liga del trueque. Tú me das tus datos y luego ya, si eso, lo vamos viendo. Las agencias de protección de datos levantan teóricas barreras. Multa va y multa viene, a las GAFAM de turno y a su modelo de negocio les entra la risa floja. Se han convertido en excelsas máquinas de aprovechar nuestros sesgos cognitivos. Todas buscan, me temo, lo mismo. Pues eso, me repito: que compremos.

Por supuesto que queda alguna que otra aldea gala que resiste a los romanos. Pero el estándar que se ha impuesto es que gracias a una monitorización extrema: voy a saber, antes que tú, lo que quieres. Y ahí no hay forma de escapar. Porque, de alguna forma, las inteligencias artificiales ganan la partida: se convierten en nuestro alter ego y saben qué compraremos, en qué cantidad y cuándo. Son los algoritmos, los nuevos reyes del chiringuito.

Si tienes contenido en Internet y todavía no lo has monetizado es que eres tonto. Tonto hasta decir basta. Porque ya se sabe que el negocio va de que hay un Gran Hermano (Google) y otros que quieren jugar a lo mismo (Amazon, Facebook y, al final, cualquiera que quiera competir) e imponer sus leyes. Si quieres que tu voz se escuche, tienes que pasar por caja. Has de jugar con las regleas que estas lindas criaturas imponen. Es tan sencillo como hacer las cosas como ellos dicen que hay que hacerlas. Las técnicas para posicionar contenido, pagando directamente o pagando mediante la pleitesía a sus normas, son las que emanan de su voluntad. Lo coges o lo dejas. Si lo dejas, insisto, eres tonto. Y sí, quien está escribiendo estas líneas, es tonto; no lo dudes ni por un momento.

En tiempos de «economía de experiencia», navegar por Internet cada vez se hace más insoportable. No es que veas vallas publicitarias en cada esquina, es que el contenido hay que buscarlo dentro de esas vallas publicitarias. Porque el modelo ha cambiado. Ahora todo es publicidad. Dentro de ella puede que haya contenido relevante. Pero no busques al revés; no busques publicidad porque vives dentro de ella. No es algo que pueda diferenciarse. Necesitas cambiar el punto de vista. La guerra está perdida desde hace tiempo. Por muchas aldeas galas que creas encontrar, son solo batallas con victorias pírricas. Pequeñas escaramuzas para que no perdamos la fe. La máquina tragaperras de vez en cuando da premio. No sabemos cuándo ni la cantidad. Seguimos jugando, pero la banca, en todos los sentidos, siempre gana.

Imagen de Miles D. Miller en Pixabay.