En ruta

by Julen

El viaje siempre comienza antes. Justo en el momento en que sé el destino. Ahí es cuando la imaginación se pone en marcha. Eso sí, echa mano de contenido amigo, sea de ficción o fiel a la realidad. Porque el viaje, para mí, es una oportunidad de activar los sentidos, de poner cuerpo y alma en estado de atención máxima. Me gusta saber del lugar por el que pedalearé. En parte, se lo debo. Quiero entender y no solo rodar.

Soy consciente de que me vuelvo un personaje un tanto compulsivo en la fase de preparación. Sobre todo cuando llega el día en que la mochila sale de su escondite. Manejo listas de lo que debo llevar, pero siempre hay variantes. La climatología es la variable que condiciona el petate. El minimalismo de verano es bien diferente de lo que exigen las gélidas temperaturas de los viajes de diciembre o enero. Cada época exige sus propios preparativos. El viaje también son dudas.

Pasan los días y se acerca el momento de la partida. Las neuronas estomacales se revuelven y me recuerdan que están allí por algo. El primer día siempre es especial. ¿Cuál es el lugar concreto en el que todo empieza? Ese hito es importante. Comienza el sentido del viaje. Las bielas se mueven y las ruedas giran. Estamos en ruta. Nada nos puede detener. Por delante, la felicidad. No se me ocurre otra manera de expresarlo mejor.

El viaje, claro está, es una conversación conmigo mismo. Condicionada por el paisaje, por el camino, por lo que vamos dejando atrás y por lo que está por llegar. Me pregunto y me contesto. A veces no tengo del todo claras las respuestas. No todas las preguntas llevan la misma intención. Algunas se dirigen a mí y, claro, me extraño de que sea la bici la que provoca semejante interrogatorio. Hago como que no me afecta y sigo pedaleando. Avanzo y escapo. Escapo.

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