¿Qué máquinas queremos?

by Julen

Eudald Carbonell se harta de decir allí donde puede hacer oír su voz que la tecnología nos hace humanos. Hace muchos años, en 1993, junto a Robert Sala, publicó Aún no somos humanos. Propuestas de humanización para el tercer milenio. Allí insistía en que «lo verdaderamente humano es la tecnología«:

La modificación técnica de nuestro genoma en la búsqueda del bienestar general de todo el género humano constituye el paso definitivo hacia la humanización.

Es en la tecnología donde somos capaces de diferenciarnos del resto de criaturas de este planeta. Nuestra capacidad para crear artefactos crece sin parar. Hoy nuestras máquinas son aparatos de una complejidad tal que en la comparación nos hacen parecer ridículos en ciertas capacidades, sean mecánicas o relacionadas con el procesamiento de la información. ¿Me refiero a la inteligencia? Bueno, hoy la están apellidando «artificial», supongo que para distinguirla de la nuestra, la que viene con nuestro equipamiento de serie, el que nos proporciona nuestra naturaleza. Pero conste que las comparaciones entre la inteligencia natural y la artificial son inquietantes, ¿verdad?

Por otra parte, si escucho a mi admirado Richard Sennett, él también parece tenerlo muy claro. Su punto de vista es radicalmente diferente. En Construir y habitar, dice lo siguiente (el subrayado final es mío):

Un replicante es una máquina que imita funciones humanas, solo que opera mejor, como un púlsar cardíaco o los brazos mecánicos que se emplean en la industria automotriz. […] Un robot propiamente dicho no se basa en el cuerpo humano, sino que tiene una forma independiente fundada en otra lógica. Tomemos el coche sin conductor que estaba diseñando Bill Mitchell. El automóvil funcionará como un replicante si ofreciera un volante y frenos, aun cuando el conductor humano, es de esperar, no tuviera necesidad de utilizarlos […]. Pero si el coche sin conductor funcionara como un robot, sin volante ni frenos, la experiencia se asemejaría a la del viajero en un tren o en un avión -experiencia pasiva-, que deposita su confianza en las operaciones del aparato.[…] Como la mayoría de los robots no se parecen a nosotros, no nos identificamos con sus actuaciones, mientras que los replicantes invitan a compararnos con ellos, siempre en nuestro detrimento. Es preciso concebir las máquinas más como presencias extrañas que como amigas.

Son dos puntos de vista tan diferentes que me hacen pensar en algo a lo que quizá no estamos prestando suficiente atención. No sé si estamos haciéndonos de verdad la pregunta que importa: ¿qué tipo de máquinas queremos? Hace 50 años un taller que dijera de sí mismo que lo era olería a taladrina y vería cómo operarios atareados movían piezas de un sitio para otro. Con matices según de qué proceso industrial estuviéramos hablando, las máquinas tragarían su ración pautada de materia prima y escupirían productos manufacturados que serían transportados a otro proceso o quizá alimentarían la panza de algún camión que esperaba en el muelle del almacén. Las máquinas estaban allí para producir.

Pero hace ya tiempo que sabemos de sobra que la tecnología es ideología. Los puentes son ideología. ¿Hay alguna máquina que no sea ideología? En el diseño de sus capacidades va inserta la ideología, que puede ser más o menos obvia, pero siempre está. Las máquinas no pueden no tener ideología porque son una construcción básicamente humana. ¿O ya no es así y son un producto híbrido, mezcla de pensamiento humano natural e inteligencia artificial? ¿Acaso no estamos ya desde hace tiempo en una situación tal que nos obliga a activar comités de ética de las máquinas?

Nuestras máquinas son cada vez más poderosas. Navegan en una lógica de crecimiento infinito, de eficiencia sin fin, de loca competencia que dejó atrás el citius altius fortius olímpico (lo físico y mecánico) por su potencialidad intelectual (lo decisional). Las máquinas nos superan porque queremos que así sea. La ley de Moore, entre muchas otras, revienta la banca, la lógica logarítmica revienta la lógica lineal, la analítica masiva nos deja a la altura del betún.

¿Para qué son las máquinas?, ¿qué rol queremos que jueguen en nuestra sociedad? Los neoluditas reciben cada día argumentos para boicotear a los robots. Cada vez que desaparece un puesto de trabajo y condenamos al precariado a alguien se agitan las banderas contras las máquinas. ¿Cómo no iba a ser de esta forma? ¿Estás seguro de que no se boicotean a los robots en las fábricas? ¿Alguien pensó en la ética de los robots cuando los fabricó?

Creo que tenemos que introducir esta asignatura en los fabricantes de máquinas, sean del tipo que sea. Hay que conversar sobre la ideología con la que cargamos nuestras máquinas. Insisto, no pueden no tenerla porque son un producto humano. ¿Qué hacen nuestras máquinas? ¿A qué se dedican? Por ejemplo, en términos de economía circular: ¿qué moneda me acaban devolviendo mis máquinas si sigo el ciclo de vida de los productos que se fabrican con ellas? ¿Cuál es mi responsabilidad como fabricante en esa enorme cadena de causalidades que termina por retornar hasta mi hogar en forma de un mundo… mejor o peor?

Imagen de Capri23auto en Pixabay.

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7 comentarios

amalio rey 03/03/2021 - 09:15

Gracias por el post, Julen. Recoges aquí algunas de las ideas fuerza que trato de desarrollar en uno de los capítulos de mi libro. La idea es que esos «comités de ética» o el dispositivo que sea refleja la necesidad de tener algún mecanismo para coordinarnos y ponernos de acuerdo para responder a la pregunta que tan bien haces: ¿qué máquinas queremos?, o sea, ¿qué máquinas realmente nos (no) convienen? Esto es tan relevante, que no hay forma de resolverlo que no sea apelando a la inteligencia colectiva, tanto porque puede ayudarnos a suprimir zonas ciegas sino también porque es el único camino que aporta legitimidad a las decisiones que se tomen.

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Julen 06/03/2021 - 05:31

Me parece un tema que cada vez cobra más relevancia. No podemos eludir la responsabilidad de hablar sobre cómo queremos construir la relación con la tecnología y qué rol le queremos asignar en nuestras vidas. Ya leeremos con ganas el libro 😉

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Joxema 03/03/2021 - 11:34

Un tema apasionante Julen. Yo me pregunto qué pasaría si una persona que vive en el Tíbet se adentrará en cualquier taller de mecanizado de nuestra tierra. ¿Qué pensaría? ¿Qué sensaciones tendría? Ruidos, olores, miradas…¿Entraría en un territorio inhóspito?
Pienso que nuestro desarrollo humano va en paralelo al desarrollo tecnológico, pero alejándose poco a poco de la esencia humana, de esa persona que vive en la antípodas de nuestra civilización, por ejemplo de esa persona que vive en un valle perdido del Tíbet.

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Alfonso 05/03/2021 - 19:27

En mi opinión no hay duda. Las máquinas, yo diría quienes las diseñan, tienen ideología. Aunque, en ocasiones, la ideología es una cuestión de supervivencia. Hasta el arte se ve en la obligación de estar dentro de la ideología dominante.

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Julen 06/03/2021 - 05:35

Desde luego, Alfonso, la ideología va embebido en nuestras producciones, sean artísticas, culturales o en forma de cualquier artefacto. El asunto es que estos artefactos, las máquinas, cada vez son más poderosas. Ahí es donde está la gran decisión: como humanos, ¿qué espacio les asignamos?

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Julen 06/03/2021 - 05:33

No sé, Joxema, si la «esencia humana» incluye, como dice Eudald Carbonell, tecnología integrada en nuestros cuerpos. Antes pensar en ciborgs era ciencia ficción, ahora es una verdadera decisión de profundo calado humano. Complicado todo esto, la verdad. Cuando miras el planeta, hay tanta diversidad de culturas y pensamientos…

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Juankar 18/03/2021 - 12:29

Kaixo Julen,
Nos conocimos hace «eones»….compartiendo un proyecto de otros…En fin, que me he pasado ocasionalmente por aquí a lo largo de estos años, y siempre os he leído con gusto (y muchas veces con envidia intelectual) a ti y a las gentes de la comunidad que habéis generado.
Muy pertinente tu reflexión sobre maquinas e ideologías. Una pequeña aportación al hilo de lo que hace un tiempo le escuche a David Graeber, antropólogo fallecido recientemente, y que me encantaba porque siempre era capaz de generar en mi la suficiente incomodidad intelectual como para seguir leyendo o escuchando lo que decía…
Hablaba de ideologías, progreso y máquinas, argumentado sobre el «páramo ideológico» (mis palabras) en el que se encontraba el activismo y la intelectualidad (jijiji) de izquierdas (o al menos aquella de raíz socialista) ante el presente y el futuro del trabajo.
Graeber recordaba el paraíso de la utopía socialista, la promesa de la liberación y el fin del trabajo (asalariado?) que pasaría a ser desarrollado por máquinas, mientras que las personas podríamos dedicarnos al placer de sentarnos bajo un árbol a disfrutar del arte o a inventar religiones (jeje). Frente a ésto, y presentándolo en forma de paradoja, describía la desorientación de esta misma izquierda (entre la que el mismo se contaba), y su defensa cerrada de la creación de empleo, del trabajar más y no menos, e incluso de la reivindicación de la ética del esfuerzo (que ha sido objeto de otros interesantes escritos en vuestra comunidad), vis a vis las posibilidades que la tecnología nos ofrece (aunque todavía algunos estemos decepcionados con que no hayamos conseguido desarrollar los aparatos de uso común que se nos prometían en la peli «regreso al futuro»).

Y eso, que me alegro mucho de leeros

Eskerrik Asko

Juankar

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