El calendario

Sobre la mesa dormita un calendario de pie. Cada año es diferente, aunque todos están cortados por el mismo patrón. Es solo un pedazo de cartón doblado, no tiene más misterio. Dice que estamos en 2021. Lo dice en letra gris para destacar sobre el resto, en donde predomina el color azul. Simula ser un objeto inerte, ajeno a lo que dice servir. Es el signo de los tiempos.

Este año está solo, sin ninguna otra referencia. No es lo habitual. No me digáis por qué, casi siempre vivía acompañado de uno o dos amigos, todos con la misma función. Este año el cartero solo ha traído este. Así que tendrá que soportar la soledad del paso del tiempo mientras se acostumbra a su triste final, siempre el mismo: un falso reciclaje que, al azar, transformará su ser.

Lo miro y no sé muy bien hasta cuándo soportará el transcurso de los años. Las pantallas sustituyen al papel; dicen que es el progreso. Las pantallas son más versátiles y juegan con los formas y los colores. El papel no puede competir con semejante arte de la seducción. Al papel le enseñaron que, una vez tomada la decisión, no habría vuelta atrás. Tendría que cargar para siempre con el mismo mensaje.

Así que 2021, un año más, todavía cabe ahí en el calendario de pie. El tiempo, sin embargo, se va haciendo cada vez más pequeño. Por mucho que me expliquen que se rige por leyes inmutables, yo sé que es mentira. Siempre lo fue. Quizá por eso, porque siempre me gustó engañarme a mí mismo, lo sigo manteniendo, inmutable. Es un calendario más, el de este año, como ya sucedió con otros anteriores. Una arruga lo cruza de lado a lado.